El monopolio de la chifladura

Mi liberada:

Necesito tu ayuda experta para responder una pregunta que me corroe desde hace tiempo y cuya trascendencia no han hecho más que revalidar (palabra derogada) los eventos parlamentarios de esta semana: ¿por qué los chiflados españoles son de izquierdas? Para mí, como sabes, es una pregunta que surge de un malestar profundo. Yo nací, perdonadme, con el prejuicio de que la inteligencia era de izquierdas y he pensado a menudo si en el fondo no milité en la izquierda para disponer de un certificado. Y aunque hace tiempo que vencí al prejuicio, la identificación entre la chifladura y la izquierda me sigue provocando un íntimo resquemor. Me sentiría mucho mejor viviendo en países como Francia, donde madame Le Pen es un valor seguro e inequívoco. Y qué decir de mi orgullosa felicidad si dentro de unos días pudiera votar por Mrs. Clinton. Yo tendría también el antiguo corazón contento y en su sitio luchando contra Orbán en Budapest. O en Varsovia, contra Kaczynski. En todos esos ejemplos no se libra sólo un combate moral; sino también, y fundamentalmente, un combate contra la estupidez. Así pues, comprenderás mi desazón cuando observando el panorama desde el puente veo en qué inesperado lugar se agrupa la chifladura política española. Es una afrenta que cada vez que toma la palabra el líder del partido Podemos compruebe espeluznado cómo en vez de la inteligente crueldad de Robespierre adviene The Nasty Professor con su más cruel estupidez.

Cualquier español que no esté sordo, muy sordo, sabe que ¡el nuevo! presidente Rajoy es el responsable de innumerables crímenes, y del principal que es el de seguir siendo presidente tras el rescate bancario de España, la secesión en marcha de Cataluña, la crisis de Europa, la abdicación del Rey, el tesorero corrompido y la irrupción de los quincemesinos en la vida adulta. Pero hay un mérito que el presidente puede atribuirse, porque el que manda es igualmente responsable tanto si llueve (porco governo!) como si hace sol: al partido que dirige desde hace 12 años no le ha salido ningún bubón a su derecha. Rajoy ha encarado una crisis económica y una crisis de Estado sin precedentes. Respondió a las instrucciones europeas con evidente acierto y está superando la primera: España crece hoy por encima del 3% y para reducir la pobreza no hay más camino conocido que el de acelerar el crecimiento. La crisis de la secesión catalana aún no ha tocado el anhelado fondo. Rajoy prefirió tratarla como una enfermedad crónica y no como un virulento brote infeccioso. Pero, más allá del acierto o del fracaso que acabe teniendo la estrategia, Rajoy será siempre el presidente que el 9 de noviembre de 2014 no supo evitar la desobediencia de un gobierno desleal y la convocatoria, organización y desarrollo de un referéndum, no por grotesco menos humillante para la democracia.

El monopolio de la chifladuraEsta doble crisis prestaba argumentos sólidos al nacimiento del bubón. El primero, centrado en los inmigrantes. La inmigración es uno de los argumentos de referencia de la chifladura populista. En el Reino Unido, en Francia, en Alemania y en Estados Unidos. Pues bien: respecto del total de sus habitantes, España tiene un porcentaje de inmigración más alto que todos esos países. Si a eso se le añade el aumento de la desigualdad que ha traído la crisis, el mayor de la Ocde, se entiende el pasmo ante la anomalía española. El segundo argumento es el patriótico: mientras Rajoy gobernaba, el Estado y la propia idea de nación han dado signos de descomposición difícilmente comparables al de cualquier otro país al que la vista alcance. Por lo tanto, ¿quién dudaría que en términos de mercado había y hay un nicho esperando la aparición de un partido que reprochara al Pp sus presuntas debilidades de orden patriótico general y ofreciera al electorado una política fuerte? Pues bien, ahí está el estruendoso fracaso del último que lo intentó, el partido Vox, que aun añadió a su intenso ideario el argumento antietarra, ése que golpea con dolor y con causa la sensibilidad cívica de millones de ciudadanos.

Sería maravilloso deducir de esta evidencia que los españoles rechazan a los chiflados. ¡Una Dinamarca donde todo huele a espliego! Pero no, obviamente. Basten los ejemplos inmediatos. Cinco millones de españoles votan al partido Podemos. La mitad de los ciudadanos catalanes dan su apoyo al gobierno desleal de la Generalidad y a sus proyectos ilegales. La cuarta parte aproximada de la población vasca, y me atengo a una exquisita prudencia estadística, ha escogido el orgullo en vez de la vergüenza para vertebrar su relato sobre el terrorismo. Chiflados, pues, los hay. ¡A millones! Y peligrosos. A la chifladura derechista de echar a los inmigrantes corresponde la de salir de Europa, ésa que comparten podémicos y secesionistas. Y a la de echar a los catalanes de España, la de echar a los españoles de Cataluña.

Hay chifladura. Pero toda está en la izquierda. Insiste en la circunstancia el socialismo catalán, que acaba de pedir respetuosamente su ingreso en la orden de la chifladura podémica, una decisión que, de todos modos, puede ser absolutamente benéfica para la reconstrucción del socialismo español. La destrucción del catalanismo ha acabado de completar el cuadro. Es verdad que durante bastantes años la derecha cedió una parte de sus votos a la chifladura nacionalista. Pero tras la alianza de los restos del catalanismo con el movimiento antisistema, el nacionalismo ya está inherentemente cosido a la izquierda, salvo lo que tenga bien exponer en los próximos meses el marido de la diputada Arrimadas.

El Pp ha perdido votos. Pero con limpieza, por así decirlo. Ha perdido votos en favor de una formación política, Ciudadanos, que no aspira, al menos en su programa de hoy, a formar parte militante de la chifladura. Las razones por las que la derecha española exhibe hoy un perfil razonable, aliado con el sentido común y la inteligencia disponible, no dejan de tener un punto excitante de misterio. La politología reinante nos las explicará cuando ya no sea necesario. Estoy seguro de que se trata de una paradójica venganza. Vuestra violenta demonización del Pp, el torpe extremo al que habéis llegado, han hecho imposible la aparición de algo consistente a su derecha. Y es que, piénsalo, libe: ¿cómo hacer brotar una llama en el infierno?

Y sigue ciega tu camino.

Arcadi Espada

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