El monstruo del doctor Maragall

Por Pedro J. Ramírez, director de EL MUNDO (EL MUNDO, 25/09/05):

Transcribo, agarrándome al salvavidas de la silla, el párrafo clave de la penúltima crónica sobre el estado de la cuestión, publicada en el diario de mayor difusión de Cataluña: «El PSC, en tales términos, aceptó la propuesta [sobre competencias excluyentes], consciente de que puede incomodar al PSOE, pero convencido de que el reforzamiento del blindaje de competencias por este camino contribuirá a desbloquear las diferencias sobre derechos históricos -que precisamente son invocados para blindar competencias- sobre los que, en realidad existe un principio de acuerdo, pero que CiU y ERC supeditan al desenlace de la financiación».

Tras este aparente galimatías que incorpora una jerga absolutamente incomprensible para quien no esté de verdad en el ajo, se oculta una realidad tristemente elemental: los políticos nacionalistas catalanes, capitaneados por el ex socialista Pasqual Maragall, están a punto de alumbrar un engendro jurídico que durante meses, tal vez años, perturbará la vida pública española, amenazará la concordia democrática y desestabilizará el orden constitucional.Y el principal responsable de que esto vaya a suceder se llama José Luis Rodríguez Zapatero.

Resumiendo lo ocurrido hasta ahora, Maragall podría hacer suyas las palabras del doctor Victor Frankenstein: «A lo largo de dos años había trabajado encarnizadamente con el solo objeto de otorgar la vida a un organismo inanimado; y para lograrlo me había privado del necesario descanso, poniendo en peligro mi salud, sin que ninguna moderación pudiera apaciguar mi fervor».

La diferencia estriba en que el presidente de la Generalitat carece de la lucidez del protagonista del relato de Mary Shelley y no será capaz de reconocer la verdadera naturaleza del monstruo que lleva camino de poner en circulación: «Pude contemplarlo cuando todavía no estaba terminado y, ya entonces, me había producido repulsión. Pero, al transmitir la vida a sus músculos y articulaciones, le había convertido en algo que ni el mismo Dante hubiera podido imaginar».

Sin embargo, la técnica de elaboración del proyecto de Estatuto que puede aprobarse el viernes en el Parlamento de Cataluña es la misma utilizada por aquel científico ginebrino, hijo del romanticismo, obsesionado por emular al Creador: se reúnen restos de cadáveres del mayor tamaño posible, se remiendan mal que bien y se les inocula el fluido de la vida, a través de la descarga eléctrica que en este caso procederá de la votación que el viernes creará una artificiosa mayoría parlamentaria cualificada.

Los despojos del sueño de la razón de cada partido han proporcionado los diversos fragmentos del monstruo. El nieto del último vate del imperialismo catalán ha arrastrado al PSC a cincelar la cabeza de la nación que se intenta construir y ha aportado los ademanes enfáticos y pretenciosos -«quiero un texto que se pueda recitar en los colegios», nos dijo en el Foro de EL MUNDO- que adornan a la criatura. Sus socios tradicionales de Iniciativa-Izquierda Verde han aportado unos descomunales brazos que alcanzan y se apropian de cualquier derecho humano imaginable, incluido el tan inalienable de contemplar el paisaje. La Esquerra Republicana de Carod ha traído las piernas de las competencias excluyentes con blindaje modelo derechos históricos y botas de siete leguas para marchar lo más deprisa posible hacia la plena conquista de la condición de Estado. Y por fin a Convergència i Unió le ha correspondido presentar un buen aparato digestivo en forma de sistema de financiación que básicamente consiste en comerse todos los tributos y evacuar periódicamente los residuos de la solidaridad. Ayer se escenificó el penúltimo encontronazo entre Montilla y Felip Puig, pero si todo sigue igual el viernes, siempre nos quedará la solución imaginativa alentada en La Moncloa. En cierto modo, es lógico que si el monstruo se ha construido por partes, también adquiera la vida por partes. De ahí que una de las hipótesis más probables de cara al Pleno del viernes es que los puntos clave del articulado se vayan aprobando con distintas mayorías simples y luego todos juntos en unión, defendiendo la bandera de la santa tradición -o sea, de la transversalidad nacionalista-, aporten los dos tercios requeridos para la votación final. Las piernas se moverán a un ritmo distinto que los brazos y la Catalunya triumfant tendrá serias dificultades para pensar y deglutir al mismo tiempo. Pero no importa: el nuevo Prometeo habrá emprendido ya el camino hacia Madrid, a través de la postrera vía férrea, pasillo aéreo o carretera sobre cuyo trazado no haya tenido la Generalitat la última palabra.

Lo que llegará al Congreso de los Diputados será un texto con hechuras de Constitución alternativa a la española, plagado de mecanismos de succión, transplante y saqueo de sus competencias.Maragall estará ya a un solo paso de quedarse con el cartón completo del bingo. No habrá trasvase del Ebro para llevar el agua que se pierde en el mar a Valencia y Murcia, pero sí habrá trasvase de poder y soberanía desde la Constitución española al Estatuto de Cataluña, mientras las arcas de Endesa se vacían para atiborrar las de La Caixa y los papeles de Salamanca, la Comisión Nacional del Mercado de las Telecomunicaciones y la parte del león de las inversiones presupuestarias para 2006 se trasladan a Barcelona.

La única esperanza residirá entonces en que algo falle en el gasoducto. Después de la ruptura del consenso entorno a la mismísima Ley de la Defensa Nacional -el PSOE invoca que el bocazas del diputado López Amor proclamó que el triunfo de la «o» sobre la «y» implicaba legitimar el apoyo de Aznar a la invasión de Irak, como único pretexto para desdecirse del acuerdo-, si alguien me preguntara por el grado de probabilidad de que Zapatero estuviera dispuesto a aprobar el nuevo Estatuto catalán con el voto en contra del PP yo diría que, desgraciadamente, es alto. De hecho hace meses que ni él, ni nadie de su entorno, reitera pública o privadamente el planteamiento de enero de elevar a los dos tercios del Congreso -como ocurre en el Parlamento de Cataluña- el listón para que salgan adelante este tipo de reformas estructurales del Estado.

Si en la legislatura del talante sigue habiendo tan poco margen para el consenso, todo dependerá ya de lo que ocurra dentro del Grupo Socialista. Raúl del Pozo detectaba en su Patio de los Leones del jueves que hay una cincuentena de diputados del partido gubernamental a la busca de un capitán que los amotine y la claridad con que un ministro tan cercano al presidente como José Antonio Alonso se ha expresado esta semana sobre la cuestión nacional indica que en el propio gabinete empieza a madurar una mayoría -que incluiría también a Bono, López Aguilar, Sevilla y los dos vicepresidentes- contraria a ceder a las exigencias de Maragall.

Máxime cuando la escasísima movilización ciudadana entorno a la Diada -pese a los manifiestos empresariales arrancados con fórceps y la pancarta más bien canija del Camp Nou- ha corroborado lo que dicen todas las encuestas: que no estamos ante la disyuntiva de satisfacer o no una acuciante demanda popular como la que existía al inicio de la Transición, sino ante un proceso artificial fruto de la impostura de una clase política, que como bien explicó Rajoy en su valiente y certera conferencia de La Caixa, utiliza el nacionalismo como disfraz de sus pretensiones acaparadoras de todos los resortes de control sobre la sociedad.

Son tantas las disposiciones anticonstitucionales, insolidarias o flagrantemente disfuncionales desde el punto de vista del interés general que es inconcebible que el PSOE pueda prohijar semejante criatura sin buscarse la ruina electoral en el resto de España.De ahí que la primera reacción que produce descubrir al propio Zapatero dando masajes cardiacos a tan mal gestado monstruo sobre el tórax de Artur Mas, no pueda ser otra sino la del estupor.

Que el presidente del Gobierno esté siendo la partera de estos amenazadores montes ya llama como mínimo la atención. Pero que encima lo haga con un discurso confidencial inverso a su reiterado mensaje público convierte a Maquiavelo en gurú de los boy scouts.Del «aprobaré cualquier cosa que sea constitucional y me traigan consensuada de Cataluña», hemos pasado al «tráiganme cualquier cosa aunque ni siquiera esté consensuada, que yo ya la cambiaré en Madrid para que sea constitucional».

El presidente se aferra a la metáfora de que el cartero siempre llama dos veces para explicar a sus íntimos que si no se aprovecha la ocasión para aprobar un nuevo Estatut compatible con la Constitución y liderado por el PSC, antes o después habrá una mayoría formada por CiU y Esquerra que promoverá un planteamiento mucho más radical.Pero a la luz de su irresponsable insistencia en admitir la definición de Cataluña como nación y en dar alas a todas sus demás reivindicaciones, cabría responderle que el cartero no cesará de llamar mientras sea el presidente del Gobierno del reino de España quien se envíe a sí mismo tantos paquetes bomba.

La figura de quien a base de recortar y pegar trozos de periódico compone cartas de amenaza y chantaje que deposita en su propio buzón y presenta ante la policía, con el fin de fabricarse una coartada que camufle otra trama criminal, es típica de la novela negra. Los peor pensados sostienen que Zapatero está dando artificialmente vida a la vía catalana de reforma rupturista con el marco legal vigente para alentar la fantasía del nacionalismo vasco y de la izquierda abertzale de que también ellos pueden tener a su alcance una oportunidad histórica de acercarse a la autodeterminación, siempre que ETA abandone definitivamente las armas. Pero eso sería incompatible con su compromiso de no pagar ese tipo de precio político por la paz. ¿Será capaz de intentar engañar, en una materia tan grave, a la vez a tanta gente?

Yo, que le considero y respeto como persona entregada apasionadamente a su tarea, prefiero pensar que estamos ante una manifestación más de esa mezcla de frivolidad y audacia que a menudo le transfigura en aprendiz de brujo. Y por eso veo que corre el riesgo de que, película de Jack Nicholson por película de Jack Nicholson, en lugar de la del cartero termine interpretando la del nido del cuco y llegue un momento en que nadie sea capaz de distinguirle de aquellos lunáticos entre los que creía estar infiltrándose.

Ese será el momento en que finalmente descubriremos que si el nuevo Estatut es el monstruo de Maragall, Maragall es en realidad el monstruo de Zapatero. Seguro que uno y otro se sentirán halagados si repasan el prólogo que la catalana Ana María Moix escribió para la edición de Frankenstein que EL MUNDO incluyó en aquella colección Millenium que hace seis años cambió la historia de la empresa periodística europea, inventando el negocio de los productos complementarios. Su tesis es que llamamos monstruoso a aquello que es simplemente diferente. Lástima que la política casi nunca imite al arte.