El motor franco-alemán se gripa

"Le couple franco-allemand" no funciona. Por cierto, allende el Rin, el genio de la lengua habla más sobriamente de "partenariado", de "tándem" (dos pedalean, pero uno lleva el manillar). En cambio, por cargado de historia, no se usa en ninguna de las dos capitales el muy común en español "eje" (la apreciable crónica del jueves en estas páginas así rotulaba).

Asistimos a la escenificación de un proceso que lleva tiempo fraguando: el no entendimiento entre París y Berlín. Y, a pesar de los esfuerzos diplomáticos del Canciller y el Presidente de la República de cara al público, en el Elíseo el miércoles se evidenció la carencia de "química". Rezumaban recelo, mientras Macron y Angela Merkel, según cuentan colaboradores próximos, se intercambiaban mensajes de texto a diario, incluso en momentos de distensión grave, que los tuvieron.

El motor viene echando humo desde que se inauguró el equipo rojiverde, y el principal objetivo de la referida bilateral era disiparlo. Poner freno a la espiral de especulaciones originadas por distintas declaraciones e intercambios de tono especialmente agrio. Para muestra, el anuncio del "aplazamiento" del Consejo anual franco-alemán previsto en estas fechas -estreno con el Gobierno del Canciller Scholz-, oficialmente por "dificultades de las agendas de algunos ministros".

Un día más tarde, el Ministro de Finanzas francés Bruno Le Maire admitió que hace falta una "redefinición estratégica" de las relaciones "difíciles" con el vecino. Por su parte, el portavoz alemán subrayó que, "en una variedad de asuntos diferentes, los ejecutivos en París y Berlín están lejos de una postura común". Y, aunque invitó a su contraparte al Elíseo (a modo de salvaguardar las apariencias) para un tête à tête, por encima de todo, destacó que Macron no le concediera a Scholz (que viajaba con delegación periodística) una rueda de prensa conjunta. Frialdad medida, tanto más que dos semanas antes, fue el trato de distancia que el Canciller exhibió hacia el premier húngaro, Viktor Orban, que -recordemos- encarna el saboteador mayor de la Unión.

Hoy Alemania, sumida en una crisis sin precedentes, anda por libre, sin consultar -ni siquiera comunicar- con nadie. En especial sin hablar con París, algo que los galos llevan muy mal. Y surge el temor: ¿Es la nueva Alemania una versión política de Juan Palomo? ¿Es el tan cacareado Zeitenwende un "yo me lo guiso y yo me lo como"? Los irritantes inmediatos son variados, de forma, como de fondo; con energía, China y defensa en primer plano, mientras bifurcan las visiones del futuro de Europa, expresadas en el discurso del Canciller en la Universidad Carolina (Univerzita Karlova) de Praga y la iniciativa Macron de la Comunidad Política Europea.

El gas fue el detonante del marasmo y envenenó las relaciones de Alemania con buena parte de sus socios comunitarios -en particular con París-. Berlín se agita en movimiento browniano, anunciando hoy un corredor transatlántico de hidrógeno verde con Canadá; intentando mañana, en Catar, arrimar unos barriles de gas natural licuado. Frente a una voluntad muy mayoritaria en la Unión a favor del tope europeo de precios de este combustible, se atrinchera a la contra, el día después de anunciar un mecanismo nacional (por una suma de más de 200 mil millones de euros) para aminorar el impacto a sus ciudadanos -sin pensar en la distorsión que provocaría en el mercado interior-.

Con varios frentes abiertos en materia de energía, Scholz ha intentado doblarle el brazo a Macron por la conexión gasista desde la Península Ibérica. El francés ha mantenido el pulso, dando lugar, in extremis, al acuerdo político con Sánchez y Costa sobre un ducto subacuático de Barcelona a Marsella que se destinaría al hidrógeno. Cierto, Sánchez se ha apuntado un tanto importante, pero no cabe minimizar el desgaste que esta negociación procústica ha supuesto en el tejido europeo, ni el mensaje que envía a la Cancillería.

Contragolpe, Scholz se va a China a primeros de noviembre para una reunión con Xi Jinping, en solitario nombre de Alemania, desoyendo la propuesta macronita de viaje conjunto que evidenciaría unión -aunque no tan seguido a la Xinificación de China oficiada la semana pasada, que pudiera entenderse como espaldarazo-. Ninguneo máximo, pues cuando el presidente chino acudió al Elíseo en 2019, Macron contó con Merkel y con Juncker -entonces presidente de la Comisión- con objeto de transmitir imagen de comunidad europea.

Este viaje del Canciller -acompañado de delegación empresarial- pretende circunscribirse al campo comercial, en un momento eminentemente político. A pesar del caos provocado por su visión con orejeras de Rusia (un "proveedor fiable"), Berlín reincide con la venta del 24,9% de una terminal en el puerto de Hamburgo -el tercero más grande de nuestra geografía- a Cosco, empresa pública china. Los comentarios de Macron en el último Consejo Europeo sobre este punto dejan clara su postura: alegó que "Europa históricamente ha cometido un error" en el ámbito de las infraestructuras críticas; que ha sido "ingenua" en considerar que la UE fuera "un supermercado abierto".

En temas de defensa, tradicionalmente, Francia ha liderado, y Alemania le ha dejado hacer. El Zeitenwende marca la ruptura de esta constante. Su lanzamiento fue bien recibido por el Elíseo, con la esperanza de que los 100 mil millones que invertiría en la modernización de su ejército reforzaría la vertiente militar europea. Pero en lugar de promover la "autonomía estratégica" que tanto anhela Macron, Scholz apuesta por Washington, comprando sus aviones de combate F-35, mientras lidera una nueva iniciativa de defensa ("Escudo del cielo europeo") de 14 países de la OTAN, similar a la promovida por Francia e Italia en 2021. París queda excluido de esta crucial empresa, que usará tecnología estadounidense, alemana y posiblemente israelí. Más allá de socavar la soberanía europea, el asunto es percibido por Francia (y no faltan razones) como otro menosprecio en la línea AUKUS.

Estos acontecimientos han de interpretarse a la luz de la historia. Resolver la "cuestión alemana" es el origen de nuestra andadura colectiva. Y sin perjuicio del apoyo de muchos (el grupo de Ventotene, sin ir más lejos), la UE es fruto de la visión y generosidad de Francia -Monnet y Schuman-, en estrecha ligazón con Konrad Adenauer. Sin esta conjunción de base -el motor franco-alemán-, no existiría el proyecto de futuro que conocemos. Hasta la reunificación alemana, los dos países mantuvieron un peso equivalente y el tándem se constituyó en anclaje del entramado europeo. A partir de entonces, se inicia lentamente un cambio en los papeles respectivos; si bien, durante tiempo, la supremacía demográfica y económica de Alemania quedaba atemperada por la proyección exterior y militar francesa.

Con la Canciller Merkel, las señales de predominio alemán en Bruselas fueron inequívocas y progresivamente más fuertes -y más frecuentes-. Decisivas, como el "whatever it takes" a las negociaciones sobre refugiados con Erdoan en 2016; definitorias, como el arrinconamiento de la "Energy Union" para la aprobación de los Nord Stream I y II; salvíficas, como los fondos NextGenerationEU. Aunque París es, después del Brexit, segunda economía, potencia nuclear y único miembro UE permanente del Consejo de Seguridad, hemos vivido una Europa alemana, con coreografía armada por Berlín en Bruselas respecto de Francia, superando las evidentes distancias materiales.

Hoy, la política alemana no solo resulta confusa a los ojos de Francia. El Ministro de Defensa de Letonia lanzó abiertamente, hace pocas fechas, la pregunta que ronda en muchas cabezas: para la defensa de su país, y del resto de la OTAN, "¿Podemos fiarnos de Alemania?" Y prosiguió, "Nosotros estamos dispuestos a morir. ¿Y vosotros?"

En un contexto de mutación del mundo, lector, Europa necesita claridad de ideas, de principios; compromiso activo del mayor actor; y unidad. De la globalización feliz y el soft power, hemos de transitar a la conciencia de la amenaza existencial y el hard power. Y a la resiliencia, en valores, en democracia, en nuestro estilo de vida. No podemos permitirnos fisuras internas. Necesitamos a Alemania activa en el núcleo de la construcción europea y centrada en el manejo ecuánime de su poder, de su gravitas. A ello nos toca contribuir.

Ana Palacio

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