El Mundial, una oportunidad para Rusia

Este año resulta difícil imaginar una noticia positiva que incluya las palabras “Rusia” y “repercusión global”. Parece más bien que hubiera una competencia entre los medios internacionales, a ver cuál presenta la peor imagen posible de la Rusia del presidente Vladimir Putin. Y sin embargo, en dos meses Rusia será el país anfitrión del Mundial de Fútbol (el acontecimiento deportivo más mirado del mundo); y con eso hará precisamente esa clase de aporte positivo al panorama internacional.

Algunos observadores verán el Mundial 2018 como un intento de Putin de proyectar “poder blando”, y una ocasión para que funcionarios rusos corruptos se llenen los bolsillos. Pero es una interpretación demasiado superficial. En realidad, al Kremlin lo beneficia más presentar un evento bien organizado. Y el Mundial 2018 va camino de ser un éxito: ya se vendieron casi dos millones de entradas.

Los que compran esas entradas quieren ser parte de una fiesta internacional en la que compiten los mejores jugadores de fútbol del mundo; no pretenden hacer declaraciones políticas. Del mismo modo, el Kremlin no hizo más propaganda con el Mundial que la que han hecho otros anfitriones en el pasado. Alemania, Sudáfrica o Brasil, todos usaron la ocasión para pulir su imagen de países hospitalarios y abiertos.

Además, en junio de 2017, la FIFA publicó el informe completo de la investigación que realizó el exfiscal estadounidense Michael J. García en 2014 sobre el proceso de presentación y selección de ofertas para la organización de los mundiales de 2018 y 2022. El informe de García muestra que Rusia estaba desesperada por organizar el evento, y que Putin intercedió personalmente ante funcionarios de otros países con derecho a voto; pero no halló pruebas de colusión, soborno u otras infracciones. En un momento en que la mayoría de las noticias sobre Rusia hablan de corrupción interna e incumplimiento de normas internacionales, es comprensible que esa conclusión cause sorpresa.

Es verdad que los proyectos con financiación pública en Rusia son notoriamente tortuosos, y que hubo numerosas acusaciones de corrupción en torno de los preparativos para las Olimpíadas de 2014 en Sochi. Pero en el caso de la infraestructura del Mundial, es improbable que haya habido fraude, robo o malversación a gran escala. Los trabajos de modernización de aeropuertos, sistemas de transporte y servicios turísticos en las ciudades donde se jugará tuvieron que cumplir normas internacionales.

Lo mismo vale para la construcción de estadios, que también fue objeto de intenso escrutinio público. Todos los proyectos se asignaron a través de un proceso de selección competitivo, y los costos finales resultaron comparables a los de proyectos similares en otros países de Europa.

En cualquier caso, no hay que olvidar que el año pasado Rusia fue sede de la Copa Confederaciones, en la que participaron el actual campeón del mundo, el país anfitrión y los seis campeones regionales. Como preparativo del evento principal de este año, la Copa Confederaciones fue un éxito en cuanto a logística y satisfacción de los aficionados.

El impacto social que tendrá el Mundial en Rusia es innegable. Los niños rusos que presenciarán un acontecimiento deportivo internacional de esta clase aprenderán a valorar la diversidad y a rehuir la discriminación; en los afiches, en los folletos, en la ceremonia de apertura, verán a hombres y mujeres jóvenes venidos de una multitud de países diferentes, participando juntos en un gesto de igualdad de género. Y las celebraciones aledañas darán a la comunidad LGBT, sistemáticamente perseguida en Rusia, una oportunidad para participar sin temores en la vida cívica y social.

Además, para los residentes de las ciudades rusas de provincia donde se jugará la mayoría de los partidos, la experiencia de recibir a decenas de miles de aficionados de otros países será tan esclarecedora como el período inmediatamente posterior a la caída de la Cortina de Hierro. En junio pasado asistí a un partido de la Copa Confederaciones en Kazán: el árbitro y los jueces de línea eran sauditas, y otras dos autoridades del partido eran de Irán y de Estados Unidos. Para los que ven el mundo a través de un lente geopolítico de suma cero, una visión como aquella ofrece una poderosa corrección de cooperación y camaradería.

La FIFA calcula que unos 250 millones de personas en más de 220 países juegan al fútbol; y la base mundial de aficionados supera los 1300 millones de personas. Los ciudadanos de la mayoría de los países ni sueñan con que su selección nacional gane el Mundial, pero aun así, siguen cada segundo de sus partidos. Al fin y al cabo, a diferencia de las ligas profesionales, donde el desempeño de los equipos suele ir de la mano de sus recursos financieros, los torneos de fútbol de nivel nacional ofrecen una oportunidad equitativa incluso a los países más pequeños. Por eso el minúsculo Uruguay es bicampeón, y Países Bajos se enorgullece de haber salido subcampeón tres veces.

Una investigación académica demostró que megaeventos deportivos como el Mundial y las Olimpíadas dejan pocos beneficios económicos directos a los países anfitriones. Pero otra investigación halló que los residentes de esos países están considerablemente más contentos durante y después del acontecimiento.

Pude verlo con mis propios ojos en junio en Kazán, cuando Rusia jugó con México en la ronda clasificatoria para las semifinales de la Copa Confederaciones. Rusia perdió, tras un error tonto de su guardameta y la expulsión de su mejor jugador por golpear a un adversario. Pero el estadio era hermoso, el evento estaba bien organizado, y 40 000 aficionados disfrutaron una velada maravillosa.

Es improbable que en julio la selección rusa gane el Mundial. Pero todo indica que Rusia será un excelente anfitrión para un importante evento internacional unificador.

Konstantin Sonin is Professor at the Harris School of Public Policy, University of Chicago, and Adjunct Professor at the Higher School of Economics, Moscow. Traducción: Esteban Flamini.

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