El Mundial y el poder blando

Para el pensamiento tradicional en las relaciones internacionales, el poder de los estados tiene su origen en características como el PIB, la población, la extensión geográfica, los recursos naturales y sobre todo la fuerza militar. De forma novedosa, Joseph Nye acuñó el término poder blando para referirse a otros elementos que definen la posición de un país en el mundo y su influencia. Entre ellos menciona la calidad de las universidades, el nivel de su cultura y en general la capacidad para ser admirado. Hoy podríamos añadir el resultado en un Mundial de fútbol.

Los surafricanos conocen bien las implicaciones políticas y sociales que el deporte puede tener. Clint Eastwood nos regaló hace poco la película Invictus, donde narra cómo Nelson Mandela logró transformar el campeonato mundial de rugbi de 1995 en un instrumento conciliador capaz de sellar profundas heridas. Mandela logró que la población negra surafricana apoyase y sintiese como propia la victoria de su selección de rugbi, a pesar de que este deporte había sido sobre todo practicado por los blancos. Ahora ha sido la población blanca la que ha hecho propio un deporte tradicionalmente jugado por la Suráfrica negra. Como Mandela declaró entonces: «El deporte tiene el poder de unir a las personas de una manera especial… Puede crear esperanza donde antes había desánimo».

Otra característica de estos eventos es la integración temporal de países poco o nada amigos de la comunidad internacional, que durante la competición participan de un sistema abierto con reglas fijas. Así, quedan expuestos al resto del mundo, cuando su naturaleza es permanecer en la sombra. Es el caso de Corea del Norte. Un amigo mío, en tono de broma, me aseguró dos cosas: la primera, que algunos de sus seleccionados eran funcionarios de las fuerzas de seguridad del Estado (algo nada descabellado si tenemos en cuenta que Corea del Norte tiene la ratio población/Ejército más elevada del mundo), y lo segundo, que solo los partidos en los que ganase serían retransmitidos en Corea del Norte. En efecto, el primer partido fue retransmitido con 12 horas de retraso. Ante el buen comienzo frente al temido Brasil, el régimen de Kim Jong-Il optó por arriesgarse y retransmitir el segundo partido en vivo. Mal cálculo: los norcoreanos perdieron por siete goles a cero frente a Portugal.

La selección francesa también aportó su pequeña crisis política a este Mundial. Un conflicto de banquillo terminó convirtiéndose en asunto de Estado con la intervención del propio presidente de la República. Razones no faltaron: uno de sus jugadores fue expulsado del equipo por el seleccionador y todo terminó en revuelta de la plantilla y una eliminación prematura. La indisciplina casa mal con el esfuerzo, la dedicación y el mérito: los valores que a Sarkozy le gusta proyectar de Francia. Con tono solemne, declaró que lo sucedido era intolerable.

La selección alemana ha tenido un especial foco de atención. Hasta el anterior Mundial, los alemanes nunca habían acudido a los estadios provistos de sus banderas. Su complejo de culpa por el pasado sangriento europeo les impedía hacer un uso normal de sus símbolos nacionales. Ahora fue distinto. Durante la presente crisis hay nueva actitud alemana. Los choques con sus vecinos latinos del sur de Europa han sido frecuentes y la retórica nacionalista ha recuperado un espacio notable. Por eso en el partido entre Alemania y España había algo de buenos contra malos o, más bien, de germanos austeros y bien organizados contra latinos dispersos e indisciplinados. Quizá una victoria en el Mundial hubiese dado a Alemania una dosis de excitación nacional nada conveniente para los tiempos por los que atraviesa Europa.

¿Y la victoria de la Roja? Sin duda, ganar el primer Mundial será para el país un hecho histórico y memorable para muchas generaciones. Dicen algunos estudios que los países que logran ganar el Mundial tienen durante el siguiente año un mayor crecimiento económico. Pero hay algo quizá más importante. La victoria bien digerida puede subir eso que podríamos llamar el índice autoestima-país. La crisis ha dejado el imaginario colectivo español especialmente dañado. Ha calado la idea no solo de que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, sino de que, además, lo hacíamos sobre unas bases de cartón piedra. Ahora la selección nos ha proyectado en el exterior como un país serio que premia el talento, pero sobre todo el juego en equipo y el afán de perfección. Quizá esos ingredientes nos ayuden a salir adelante con los pies bien anclados.

En el verano del 2008 Rusia invadió Georgia e hizo gala del clásico poder duro, el militar. Pero más interesante fue la exhibición de poder blando que desarrolló China cuando en la apertura de los Juegos Olímpicos impresionó al mundo con la milimétrica coordinación de su organización. Muchos vaticinaron el caos y cuestionaron la capacidad de Suráfrica para organizar el primer Mundial en territorio africano. Brasil no ha tenido el resultado esperado, pero se guarda un as en la manga: organizará el próximo Mundial en el 2014. El fútbol toma carta de naturaleza como poder blando.

Carlos Carnicero Urabayen, master en Relaciones Internacionales de la UE por la London School of Economics.