El mundo de 'Pierolapithecus'

Por Jordi Agustí, director del Instituto de Paleontología M. Crusafont de la Diputación de Barcelona (EL PAIS, 19/11/04):

El hallazgo de Pierolapithecus en sedimentos de Hostalets de Pierola datados en unos doce millones de años, aunque sorpresivo y fortuito (como este tipo de descubrimientos suelen ser), responde en el fondo a una lógica profunda. A Pierolapithecus le correspondió la suerte de vivir en una especie de oasis de estabilidad ecológica entre dos momentos de profunda crisis global.

En efecto, entre 16 y 14 millones de años, nuestro planeta vivió una de las más profundas crisis climáticas y ambientales que se hayan registrado en él en los últimos 30 millones de años. Hace entre 16 y 14 millones de años, como consecuencia de grandes procesos orogenéticos -elevación de esos macizos montañosos que tantos Guinness récords acumulan en nuestros días-, grandes cantidades de carbonato cálcico fueron denudadas de cadenas como las Montañas Rocosas o el propio Himalaya. En consecuencia, importantes cantidades de CO2 quedaron soterradas en los sedimentos oceánicos y se produjo un significativo descenso en los niveles de dióxido de carbono de la atmósfera, las temperaturas descendieron súbitamente y los hielos avanzaron por primera vez en la Antártida.

Como consecuencia, los primeros biotopos parecidos a sabanas comenzaron a extenderse por África oriental, y los primates que entonces habitaban ese continente tuvieron que adaptarse a una dieta basada más en hojas coriáceas que en frutos. Sus muelas se dotaron de un esmalte dentario considerablemente grueso, adaptado al nuevo régimen alimenticio. Además, en esta época se establecieron nuevos puentes continentales entre África y Europa, por lo que estos primates especializados en un entorno más bien seco se expandieron en parte de Europa oriental (restos conocidos con el nombre de Griphopithecus, datados en unos catorce millones de años atrás, más o menos coetáneos del llamado Kenyapithecus, probablemente el mismo género europeo, aunque con distinto nombre).

Pero he aquí que, un poco después de esta crisis, buena parte de Europa, a partir de hace unos catorce millones de años, recuperó la estabilidad climática y ecológica, y los bosques subtropicales -las laurisilvas de nuestras islas Canarias- recuperaron terreno. La diversidad de especies de mamíferos aumentó de nuevo y los hábitats boscosos se extendieron de nuevo por buena parte de Europa y Asia occidental. Y aquí es donde entra de nuevo en escena nuestro Pierolapithecus. Sabemos que también por esta época, hace unos doce millones de años (el periodo de tiempo que técnicamente se conoce como Serravalliense), nuevas conexiones terrestres se establecieron entre Europa occidental y África a través de la zona del Próximo Oriente. Es el momento en que, en tiempos de bonanza climática y ambiental, no se sabe cómo, la selva subtropical ganó terreno en el norte de África al sur de Europa. Las crisis -salvo las provocadas por nuestra propia especie- parece que sientan bien a los ecosistemas (tal vez porque aceleran los procesos evolutivos).

Sea como fuere, hace unos doce millones de años Europa y parte de Asia experimentaron una recuperación de los hábitats que entre 16 y 14 millones de años habían sido golpeados por sucesivas crisis climáticas. Es en este contexto, en este oasis, que Pau, el Pierolapithecus de Hostalets de Pierola, irrumpe brevemente en escena. Lo hace acompañado de una fauna que indica un hábitat boscoso en el contexto de un clima: ciervos de agua, ardillas voladoras, numerosas especies de lirones arborícolas...

Pero hoy sabemos que los Pierolapithecus europeos tenían los días contados. Tras hacer frente a diversas crisis climáticas, en las que una estacionalidad cada vez más marcada iba extendiéndose -veranos cada vez más secos, inviernos que comenzaban a ser algo más fríos-, tal vez evolucionaran hacia formas plenamente arborícolas, dotadas de una locomoción suspensora, como practican hoy en día los gibones del Asia tropical o los orangutanes. Este tipo de adaptaciones arborícolas las encontramos en los presumibles descendientes europeos de Pierolapithecus, los Dryopithecus -Jordi- de Can Llobateres, ya publicados hace casi una década. Pero fue una apuesta evolutiva equivocada. La dinámica de crisis climáticas progresivas provocada por la elevación del Himalaya y de la meseta tibetana, el acentuamiento de un clima cada vez más estacional, el inicio de una dinámica monzónica y, finalmente, el tímido avance de los hielos en el Ártico, llevó finalmente a la súbita extinción en Eurasia de todos lo experimentos que, como Pierolapithecus o Dryopithecus, habían florecido en los hasta entonces felices bosques subtropicales de Eurasia.

Formas como Pierolapithecus o Dryopithecus, con sus dientes de esmalte delgado, adaptados a una dieta basada en frutos y vegetales blandos, no pudieron adaptarse a la nueva lógica climática de los nuevos tiempos. Pero en África la evolución fue diferente. Los antepasados de Kenyapithecus que se quedaron en África no gozaron de los parabienes del oasis del que disfrutó en Europa Pierolapithecus. En África, crisis tras crisis, no hubo tregua en la adaptación hacia condiciones cada vez más áridas y adversas. Su estirpe es hoy nuestra estirpe. Mientras tanto, el feliz experimento de Pierolapithecus y Dryopithecus en Europa llegó finalmente a su fin, y sus últimos descendientes tal vez se encuentren entre los orangutanes que hoy caminan, si no hacemos algo al respecto, irremisiblemente abocados a la misma extinción que ha convertido a Pierolapithecus y Dryopithecus en maravillosos ejemplos del registro fósil.

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