Nunca el resultado de unas elecciones estadounidenses estuvo tan claro. No ha hecho falta que los jueces nombrados por él le limpiasen de sus gravísimos delitos políticos, ni que el atentado fallido le elevase a la condición de mártir de la libertad. El suicidio político del Partido Demócrata, arrastrado por la obstinación de un senil Joe Biden, disipaba cualquier duda. Como es seguro que Donald Trump será el nuevo presidente de Estados Unidos, lo único incierto es cual será el coste de su gestión para los norteamericanos y para el resto del mundo. Es hora, pues, de jugar a las profecías.
Tal y como Trump entiende el interés nacional estadounidense, la primera víctima de su política exterior será verosímilmente Ucrania. Como lo fue en su pasada presidencia Afganistán. Eso sí, siempre que Putin no intente aprovechar la ocasión para llevar hasta el fin su propósito de destruir completamente al país invadido. Trump hablaba en serio cuando se presentaba como capaz de acabar la guerra en veinticuatro horas y decía que no llevará a Estados Unidos a una tercera Guerra Mundial. Una oferta suya verosímil puede consistir en la imposición a Kiev de la entrega de los territorios conquistados, con el complemento de que Ucrania renuncie a cualquier forma de integración en Europa y en la OTAN.
Esto significa que la Unión Europea será dejada a su suerte, a no ser que acepte un sustancial incremento del gasto militar, siempre en dependencia de la política dictada por él. Europa no debe esperar cooperación alguna para una política propia, y menos aún cuando los cambios del año 2024 han tenido un sustancial efecto disgregador de la cohesión interna de la UE, que nunca fue ejemplar. El eje Macron-Scholz pasa a mejor vida, con el primero entregado a un ejercicio casi imposible para una poco merecida supervivencia política, mientras Scholz disimula apenas su debilidad ante Putin, por intereses económicos, con un grado cero del crecimiento. Por fortuna, a pesar del avance de la extrema derecha, las elecciones europeas se han celebrado antes de que la cuesta abajo se acentúe, manteniendo un núcleo de poder en la alianza de socialdemócratas y conservadores, que difícilmente habría obtenido los escaños necesarios el próximo año.
Soplan en Europa vientos de extrema derecha, y nada lo refleja mejor que el desplazamiento como eje de la misma a escala europea, de Giorgia Meloni, a pesar de su voluntad de sustitución del parlamentarismo por un sistema presidencialista y de su estatalización de los medios, a costa de la libertad de expresión. Su posfascismo críptico se ha visto desbordado por el soberanismo autoritario de Orbán, abiertamente dirigido al entendimiento con Putin y al boicot de la política europea sobre Ucrania y sobre la inmigración, con Trump ya como interlocutor privilegiado. A su lado está Le Pen, con su 37% de votos, muy por encima del 28% del Nuevo Frente Popular, aunque el sistema de representación produjese un resultado inverso.
Dentro de esta deriva general, con unas derechas que se alejan del conservadurismo y del europeísmo, del respeto a los derechos humanos, cabe encuadrar el viraje dado en España por Vox, derechizando la extrema derecha hasta convertirse en un partido ultra, entre el neofranquismo y el legado nacionalsocialista. Conviene leer sobre todo los discursos del 'número dos', Jorge Buxadé, para entender que estamos ante una apuesta que en términos apocalípticos secunda la línea trazada por Orbán y Le Pen, abandonando a Meloni. Tal vez con la peculiaridad denunciada por Jiménez Losantos de seguir las directrices de una sociedad secreta llamada El Yunque, 'made in México', como los legionarios de Cristo, católica integrista y totalitaria.
Sea esto o no cierto, el resultado va más allá de un problema de radicalización. Estamos ante la variante española de una Europa ultra, o mejor, sucursal delirante de corrientes antieuropeas que frente a la UE buscarán lógico patrón en Trump. Tal y como pudo verse en el certamen organizado por Vox en Vistalegre, están inevitablemente emparentadas con proyectos americanos, como el de Milei en Argentina. Y el PP, antes que el PSOE, es su enemigo.
Lo esencial es que el mundo económico colocado bajo la guía de Trump tendrá como norma la desregulación. Vía libre para la acumulación capitalista por todo medio, fuera «el monstruo de la justicia social» (Milei), algo que desde 1929 a 2008 lleva dentro la amenaza de una crisis letal.
La lógica del capitalismo americano hace inevitable otro riesgo para ese mundo feliz al servicio de EE UU, abandonando a los demás a su suerte, salvo al Israel de Netanyahu, lógicamente. Frente a Estados Unidos está la China imperialista de Xi Jinping, con su pie forzado de la invasión de Taiwán. Ucrania nada importa, pero el sistema de seguridad de Taiwán está asociado a la defensa de Corea del Sur y Japón, un enorme complejo de intereses económicos. Más allá de eso, para Trump, el mundo puede hundirse.
Antonio Elorza es historiador, ensayista y columnista español, catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid.