El mundo debe mirar hacia adelante

Con la investidura de Porfirio Lobo como nuevo presidente de Honduras, la mayor parte de los hondureños han pasado la página de la crisis política que se desencadenó en junio de 2009 con el derrocamiento de su predecesor, Manuel Zelaya. Para muchos miembros de la comunidad internacional, la crisis no ha terminado, como demostraron ausentándose en la toma de posesión de Lobo. Por lo general, el rechazo a su reconocimiento diplomático ha estado vinculado a la resolución del nuevo estatus de Zelaya. Ahora que se ha acordado permitir a éste su traslado seguro a la República Dominicana, la comunidad internacional debe cambiar de rumbo. Tiene que producirse un proceso honesto por ambas partes. Ahora que Lobo tiende la mano a la comunidad internacional, se ha de empezar a abrir la puerta a su pleno reconocimiento diplomático.

En el frente internacional, la principal preocupación de Lobo es el apoyo de EEUU, y lo tiene. Sin embargo, la falta de reconocimiento diplomático por parte de otros países importantes, sobre todo en Europa y América Latina, crea unas dificultades que esta atribulada y tenaz nación centroamericana de ocho millones de habitantes definitivamente no puede permitirse. La creciente influencia económica y diplomática de Brasil en el continente americano y en la escena internacional sigue modelando el curso de los acontecimientos, particularmente porque su embajada en la capital hondureña, Tegucigalpa, ha dado cobijo al depuesto Zelaya desde septiembre de 2009.

En última instancia, el futuro de Honduras y la legitimidad del Gobierno de Lobo tienen que decidirlo los hondureños. El proceso electoral que condujo a los comicios del 29 de noviembre fue libre y justo. El 50% de los habitantes con derecho a voto participó en las elecciones presidenciales, un 5% menos que en las de 2005 que, sin embargo, es coherente con el declive en la participación que se registra desde 1997. Lobo obtuvo el 55% de los sufragios y su adversario admitió el resultado ese mismo día y prometió contribuir a la reconciliación nacional.

Puede que algunos países sigan rehusándole el reconocimiento durante un tiempo, aun cuando se haya alcanzado un acuerdo entre Zelaya y Lobo. Sin embargo, una vez el Ejecutivo de éste demuestre su responsabilidad durante un cierto periodo, ningun estado de América ni del resto del mundo tendrá motivo para no reconocer al Gobierno hondureño.

Para muchos ciudadanos de Honduras, la vida después de Zelaya empezó hace ya varios meses. Sencillamente, quieren seguir adelante; embarcarse en una nueva etapa con un nuevo presidente que es prudente, habla y actúa con moderación y garantiza que se imponga la estabilidad. La mayoría de los hondureños rechaza con claridad la retórica militante de la revolución y la política polarizada por la lucha de clases. Ésta inyecta animosidad en la sociedad y crea un entorno hostil que acepta la violencia, el miedo y la intimidación. Los hondureños se merecen una sociedad mejor, en la que el cambio y las reformas se produzcan por medio de la evolución y no de la revolución.

Desbancar a un presidente electo a punta de pistola sienta un mal precedente para América Latina. Sin embargo, la conducta de Zelaya como jefe de Gobierno en las semanas previas a su derrocamiento establecen uno todavía peor. Sencillamente, descartó cualquier expectativa de que pudiera retornar al Gobierno con ningún grado de poder real.

Si hubiera sido realista, Zelaya se debería haber preparado para salir del Ejecutivo hacia un puesto honorífico. El Tribunal Supremo de Honduras, el Congreso e incluso el propio partido de Zelaya se opusieron en junio de 2009 a convocar un referéndum que, en última instancia, estaba diseñado para ampliar su estancia en el poder cuando le quedaba menos de un año de mandato. El desafío de Zelaya a una orden judicial de que suspendiera el referéndum llevó al Tribunal Supremo a ordenar su arresto, que desencadenó la serie de acontecimientos que culminó en su derrocamiento.

Este desagradable capítulo de la historia de Honduras deja una mancha en la positiva evolución de la dictadura a la democracia que ha experimentado gran parte de la región desde el final de la Guerra Fría. Subraya la importancia de un liderazgo político responsable. Sobre todo, muestra la manera en que la política de la moderación debe triunfar sobre la política del populismo. Como las condiciones sociales y las circunstancias políticas varían de país a país, está claro que un modelo determinado no encaja con todos los Estados de la zona. Sin embargo, más claro aún es que lugares como Chile, Brasil y Uruguay aportan orientación, ánimo y lecciones indispensables, en tanto que otros como Venezuela y Nicaragua siguen siendo casos paradigmáticos de cómo no se deben emprender las reformas.

Los ciudadanos tienen que prevenirse contra los populistas disfrazados de amantes de la libertad. Es necesario que apoyen a dirigentes que se centren en resultados realistas y, en consecuencia, moderen su retórica. Los días de dictadura han terminado en muchos países de América Latina, en los que el desarrollo político ya ha superado el punto de no retorno. Sin embargo, la amenaza sigue siendo real en otros sitios, particularmente allí donde pervive la desigualdad de oportunidades.

El empeño en la distribución equitativa de la riqueza ha de ser reemplazada por la distribución equitativa de las oportunidades. Por eso, el acento debería ponerse en crear un entorno que proporcione a los ciudadanos a los medios y perspectivas de poder competir en un terreno de juego más equilibrado.

Marco Vicenzino, director del Global Strategy Project, con sede en Washington, EEUU.