El mundo el peligro

Por Jimmy Carter, presidente de EE.UU. de 1977 a 1981. Preside el Centro Carter en Atlanta, Georgia (LA VANGUARDIA, 27/02/04):

El problema más grave y extendido que encara el mundo actual es el creciente abismo entre los más ricos y los más pobres de la Tierra. Sin embargo, nuestros candidatos políticos y actuales dirigentes no afrontan esta cuestión tanto en su dimensión de problema de orden moral como en su aspecto de cuestión preferente en términos de seguridad nacional. La guerra contra el terrorismo no se puede ganar a menos que dediquemos un mayor esfuerzo a compartir de manera justa los recursos existentes y a responder a las necesidades sociales y económicas mundiales.

En la actualidad, ciudadanos de los países más ricos del mundo son, como mínimo, 75 veces más ricos que los que viven en los países más pobres, y el abismo sigue ahondándose. Esta extrema pobreza se halla íntimamente entrelazada con una más amplia red de problemas que incluye los del terrorismo, la inestabilidad económica y la enfermedad.

Los problemas de la extrema pobreza pueden parecer increíblemente distantes, e incluso irreales. Somos un país de largueza y esplendidez sin precedentes. Somos un país bombardeado diariamente por imágenes de los medios de comunicación alusivas a su salud, prosperidad y éxito social y personal. Un país donde el promedio de ingresos familiares supera holgadamente los cien dólares diarios. En contraste con este panorama, 1.300 millones de personas –más de una quinta parte de la humanidad– luchará por sobrevivir ese mismo día con menos de un dólar.

Recuerdo que mi esposa, Rosalynn, y yo estábamos en Mali para tratar asuntos relacionados con el proyecto del Centro Carter de ayuda a los malienses en cuestiones relativas a la planificación del desarrollo. Mali se halla entre los diez países más pobres del mundo. El 91% de su población vive con menos de dos dólares al día. Su tasa de analfabetismo es del 59% y la de mortalidad infantil, de 126 casos por mil.

Mali –país agrícola– no puede salir adelante porque las exorbitantes subvenciones a las enormes plantaciones algodoneras estadounidenses representan en el caso de Mali unas pérdidas muy superiores al monto total de la ayuda que este país recibe de los países ricos. El año pasado los malienses produjeron más algodón que cualquier otro país africano –el algodón es su primer producto de exportación–, pero hubieron de venderlo con escaso o nulo margen de beneficio para competir con la cosecha estadounidense, fuertemente subvencionada. Las políticas que aplica Estados Unidos ocasionan graves consecuencias en el contexto de la economía global.

La gente que vive en la más severa pobreza es tan inteligente, creativa y trabajadora como usted o como yo. Quieren igual a sus hijos y abrigan la misma esperanza de que la existencia de estos niños sea saludable, productiva y plena de sentido. En el curso de mis viajes a 120 países, siempre me he sentido motivado por su valentía y su fe, su buen criterio y sensatez, y sus logros en caso de presentárseles la ocasión de emplear sus aptitudes innatas.

Pero los países ricos de la Tierra han demostrado una trágica carencia de atención y solicitud hacia las personas que soportan una existencia caracterizada por la extrema pobreza.

Por ejemplo, aunque Estados Unidos figura en primer lugar en cuanto a producto interior bruto, figura en el último de los 22 países más ricos del mundo por lo que se refiere al porcentaje de producto interior bruto que aporta a los países en vías de desarrollo en concepto de ayuda económica. Los incrementos de la ayuda para luchar contra el sida y el nuevo Fondo Global para el Desarrollo (Millennium Challenge Account) incluido en el plan presupuestario del presidente Bush para el 2005 constituyen pasos dados en la buena dirección, pero apenas son suficientes y se producen a expensas de otros programas humanitarios y de desarrollo. Nuestra aportación debe aumentar notablemente si realmente pretendemos cumplir el objetivo de encarar el desafío de la pobreza global con mínima esperanza de éxito.

Parte de la respuesta descansa también en un creciente número de esfuerzos e iniciativas privadas. Por ejemplo, Better and Safer World, una confederación de organizaciones no gubernamentales de ayuda al desarrollo creada en la estela del 11-S, trabaja para formar e instruir a los estadounidenses sobre las causas de la pobreza. Esta confederación –que incluye entre sus miembros a de la Cooperative for Assistance and Relief Everywhere (CARE), Oxfam America y World Vision– ha apelado a un compromiso por parte de Estados Unidos de dedicar al menos un 1% de su presupuesto anual a la ayuda humanitaria y económica mundial y a una condonación parcial de la deuda en el caso de los países pobres, iniciativas que liberarían grandes sumas para destinarlas a objetivos de carácter humanitario.

Se trata, en todos estos casos de pasos importantes, pero la batalla contra la pobreza extrema –y, por extensión, contra el terrorismo, la inestabilidad económica y la enfermedad– puede librarse con éxito únicamente merced a un liderazgo fuerte y decidido de parte de nuestro gobierno y nuestro próximo presidente.

Los ciudadanos muestran el camino: un reciente sondeo de opinión realizado en Iowa indicó que la mayoría de quienes votarán en las elecciones presidenciales del 2004 quiere que Estados Unidos dedique más ayuda económica y humanitaria a la guerra contra la pobreza en el mundo.

Confío en que los candidatos a la presidencia, incluido el presidente Bush, comiencen a afrontar abierta y decididamente no sólo los problemas derivados de desigualdades inadmisibles en materia de educación, sanidad y oportunidades económicas en el propio país, sino la necesidad de remediar las todavía más graves e intolerables desigualdades y sufrimientos que se suceden allende nuestras fronteras.

La paz mundial pende de un hilo.