El mundo está viejo, viejo, viejo (Plaza Miranda, Bogotá)

Colombianos celebran el acuerdo de paz con las FARC. IVAN VALENCIA - AFP.
Colombianos celebran el acuerdo de paz con las FARC. IVAN VALENCIA - AFP.

Es inverosímil, pero Timochenko, el último comandante de las FARC, ha llegado a viejo en todos los sentidos. Nació en Calarcá, en Quindío, en 1959. Fue bautizado con el nombre de Rodrigo Londoño Echeverry en una familia cercana a Manuel Marulanda alias Tirofijo. Militó en la juventud comunista desde que cumplió los diecisiete. Estudió en la delirante URSS. Y allí colombianizó el apellido del “héroe de la Unión Soviética” Semión Timoshenko, jefe del Ejército Rojo que encaró a los nazis, como asumiendo una ficción ajena, como falsificándose. Estuvo en Yugoslavia, en Cuba. Entró a las FARC cuando empezaban a negociar la paz: 1982. Pronto fue una de las cabezas fundamentalistas de un cuerpo financiado por el tráfico de drogas. Exacerbó el terror de los ochenta a los noventa. Dio en 2008 la noticia de la muerte de Tirofijo. Se dedicó a hacer la paz dos años después.

Y el pasado miércoles 1º de noviembre a las 10:30 a.m., en una rueda de prensa en el hotel Plaza Miranda, hizo oficial su candidatura a la presidencia para “eliminar las causas históricas del conflicto”.

Y digo que es inverosímil que el señor Londoño Echeverry haya llegado a viejo porque los comunistas colombianos, atravesados por el catolicismo, vivían resignados al martirio, y el sanguinario conflicto con las FARC, que duró más de medio siglo, ya era otra perversa costumbre colombiana –y hace apenas cinco años era imposible creer que una guerrilla tan obtusa fuera a entender que la lucha armada no tenía sentido ni justificación, y que cada vez sonaba más a fachada de un negocio–, pero digo que ha llegado a viejo en todos los sentidos porque su candidatura percudida, que veintiocho años después de la caída del Muro promete implantar el socialismo en el país, es el pretexto perfecto para darle fuerza a la campaña sucia e inescrupulosa que la derecha ha estado haciendo desde hace veintipico años: repetirán que nuestro problema de fondo son las FARC, y que hay una conspiración para convertir a Colombia en Venezuela, para traficar y expropiar y someter impunemente, y ahí estará el sonriente Timochenko repitiendo sus consignas de siempre.

Sin entender por qué no era buena idea que el partido de las FARC se llamara FARC. Sin haber pasado por la justicia especial. Sin notar la indignación y la ira del pueblo que humilló. Sin captar, él, que tuvo la agudeza para desarmarse y resignarse a la democracia, que es otro candidato del pasado.

El señor Londoño no va a ser presidente de Colombia, no seamos idiotas: no existe la menor posibilidad de que consiga los siete millones de votos que se requieren para tomarse la Casa de Nariño. Pero va a servirle a la derecha envejecida, que también citará la última frase de Cien años de soledad hasta la muerte, para escandalizarse, para indignarse, para aplazar el debate sobre su pegajosa corrupción, para llamarse a sí misma, por última vez, la gran salvadora de las sangrientas costumbres colombianas: la Tierra, la Violencia, la Prohibición. Ya el expresidente Uribe se ha preguntado, cínico, “qué tal que yo hubiera permitido eso con los paramilitares…”. Ya el expresidente Pastrana ha tuiteado, él mismo, “¡Timochenko el candidato del Sí!”. Y todo se oye viejo en el peor de los sentidos: “Uribe”, “Pastrana”, “Timochenko”, “Guerrilleros”, “Paramilitares”.

Y ojalá que estas sean las últimas elecciones del pasado. Ojalá estos meses que vienen sean el último coletazo de aquello de acudir a “todas las formas de lucha” para llegar al poder como quien conquista el derecho al abuso. Ojalá estos cincuenta candidatos presidenciales estén de acuerdo, en medio del delirio, en que no puede ser que cada seis días asesinen a un excombatiente de las FARC aquí en Colombia.

Ricardo Silva Romero es autor de las novelas El libro de la envidia e Historia oficial del amor, y columnista de El Tiempo y El País.

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