El mundo estadounidense al revés

Desde Washington, el entusiasmo de los franceses por la intervención en Libia se ve con una mezcla de alivio y desconcierto. Los estadounidenses no quieren hacer el trabajo y están felices de que alguien más lo haga. De hecho, la disposición del presidente Nicolas Sarkozy de intervenir (junto primer ministro británico, David Cameron) ayudó a cerrar una peligrosa brecha entre el mundo de los "valores", que requeriría la intervención directa de Estados Unidos contra Muammar Gadafi, y el mundo del "interés" que impulsó al presidente Barack Obama a la moderación.

La estrategia de Estados Unidos parece ser asfixiar al régimen de Gadafi y hacerlo dejar el poder a través de una combinación de medidas de presión financieras, económicas e incluso "psicológicas", dirigidas a aislar al coronel de sus fuentes de apoyo dentro de su círculo más estrecho. Se trata de un enfoque racional que puede acabar por funcionar, pero es probable que tome mucho tiempo antes de producir resultados.

Si bien los estadounidenses se sienten aliviados por la muestra de determinación de Francia, no pueden dejar de expresar un cierto desconcierto: ¿Saben realmente los franceses con qué se enfrentan? ¿Qué les ha pasado? ¡Sabemos lo que significa la guerra, pero ellos parecen haberlo olvidado!

De hecho, Francia y Estados Unidos parecen haber cambiado los roles de hace unos pocos años. Al escuchar los discursos reflexivos y distantes de Obama sobre Libia, uno casi puede oír la ampulosa intervención del ministro de Exteriores francés, Dominique de Villepin, en las Naciones Unidas la víspera de la invasión de Irak en 2003. Y, a pesar de que las circunstancias y el ambiente "legal" son muy diferentes -hay una resolución de la ONU para la intervención en Libia y una vaga declaración de apoyo de la Liga Árabe-, la postura de Sarkozy recuerda a algunos el entusiasmo bélico de George W. Bush.

Los británicos también parecen mirar a los franceses con cierta perplejidad. A pesar de estar luchando codo a codo en Libia y que sus ejércitos expresan una profunda confianza el uno del otro, hay matices distintos en la posición de cada país acerca de la intervención militar. La visión desde Londres contiene el mismo elemento de "distancia" -si no una leve aprehensión- que se encuentra en la de Washington.

Para explicar esta diferencia de perspectiva, tal vez habría que aventurarse más en el pasado que en la guerra de Irak y considerar la divergencia que ya existía tradicionalmente entre el enfoque pragmático del Reino Unido sobre su papel imperial y el celo misionero del Imperio Francés. El primero se sentía impulsado por el deseo de acumular riqueza, mientras que lo que inspiraba al segundo era el ímpetu civilizador.

La espectacular inversión de los papeles francés y estadounidense sobre el asunto de la intervención tiene diferentes causas. Algunas están vinculadas a las personalidades de Obama y Sarkozy, y otras reflejan la naturaleza de sus imperativos políticos. La prioridad de Obama es no verse arrastrado a otro conflicto. Afganistán es ya una costosa pesadilla. El objetivo de Sarkozy es "existir" tanto como sea posible en el escenario mundial.

Pero, más allá de las personalidades y cálculo político, lo que estamos presenciando es un cambio fundamental en el sistema internacional, que plantea una pregunta importante: si los que están dispuestos a actuar se muestran incapaces de hacerlo "con éxito", ¿qué le sucede a la estabilidad mundial si los que son capaces no quieren intervenir?

Al centro de esta interrogante está la OTAN, una organización percibida como estadounidense por los europeos e internacional (es decir, no estadounidense) por el ciudadano medio de EE.UU. Pero si la OTAN se encuentra -para bien o para mal- al mando sobre el terreno en Libia, eso es porque la ONU ha dado la luz verde necesaria para la acción francesa.

Para entender la posición de Francia en Libia es esencial dar cuenta de este «matrimonio de razón" específico entre Francia y las Naciones Unidas. De hecho, la misma relación entre Francia y la ONU que dio pie a la resistencia del país a la intervención en Irak en 2003 ha empujado a Francia a intervenir en Libia en 2011.

Sin embargo, es peligroso creer que el mundo ha encontrado en este nuevo modelo de Coalición de los Dispuestos la solución que estaba buscando para el cada vez más caótico orden post-estadounidense. Ni Francia ni Gran Bretaña -por no hablar de la Unión Europea, que está más dividida que nunca cuando se trata de intervenciones militares- se pueden ver como sustitutos de los Estados Unidos. A pesar del excepcional activismo de Sarkozy, no tienen ni los medios ni, en realidad, la voluntad.

Frente a la creciente complejidad del mundo y la disminución del apetito de Estados Unidos por asumir responsabilidades internacionales, es mayor que nunca la necesidad de normas adecuadas y de un árbitro que las haga cumplir. A la vista de los crecientes riesgos de una anarquía global, el activismo valiente pero arriesgado de Francia y Gran Bretaña no debe ser visto como un sustituto de un EE.UU. comprometido. Pero, ¿existe todavía tal cosa? Probablemente la respuesta sea "no".

Por Dominique Moisi, autor de Geopolítica de la emoción.

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