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El mundo Mundial 13: Sus historias

El delantero colombiano Radamel Falcao celebra su gol, el segundo de la victoria 3 a 0 de Colombia frente a Polonia en el estadio Kazan. Credit Jorge Silva/Reuters
El delantero colombiano Radamel Falcao celebra su gol, el segundo de la victoria 3 a 0 de Colombia frente a Polonia en el estadio Kazan. Credit Jorge Silva/Reuters

Hoy vi mellizos casi viejos. Solemos pensar a los mellizos como niñitos adorables, sonrisas paralelas, sus ropitas iguales. Pero estos ya habían vivido medio siglo y esperaban en el andén un tren en shorts y camiseta, zapatillas, el pelo al ras sobre la casi calva, las narices ganchudas; comían cacahuetes con encono. Caminaban igual, mordisqueaban igual, me miraban igual, eran el mismo y eran dos: fue un rayo del espanto. Entonces, mientras mi tren se iba, empecé a preguntarme cuánto habría detrás, qué historias y qué dramas, qué misterios en esas cinco décadas de haber nacido iguales y seguirlo siendo. No miramos bastante las historias —de las personas, de las cosas—: como si hubiera otras cosas que mirar.

Y para colmo leo, siempre en el tren, la historia de Raheem Sterling, el 10 del Manchester City e Inglaterra, contada por él mismo: cómo asesinaron a su padre en Jamaica cuando él tenía 2 años, cómo su madre se fue a buscar la vida a Londres, cómo los llevó, años después, a él y su hermana que la ayudaban a limpiar baños y cuartos de hoteles, cómo le iba mal en la escuela hasta que descubrió el fútbol, cómo ahora que es ídolo del City su hija es hincha del Liverpool y tantas otras cosas, todas en un tono tan amable y agudo que ahora quiero que gane, me he vuelto fan de Sterling.

Y los ingleses ganan, claro, 6 a 1 a Panamá en una metáfora excesivamente ruda de la distancia entre ese país que inventó el fútbol y uno que es de los últimos en llegar a él, pero mi punto sigue siendo las historias: la diferencia entre saber la historia de algunas de estas sombras de colores que se mueven en el televisor y no saberla. Y la sorpresa de que no las contemos más, de que no aprovechemos a los futbolistas como relatos de estos tiempos, que los miremos patear y correr y hacerse fotos con modelos pero no nos interesemos por sus vidas previas, cuando eran como todos. ¿Por qué el fútbol se pierde tantos relatos, tantas emociones? O, dicho de otro modo: ¿no se podría contar la historia global de una generación a través de relatos sobre —digamos— las vidas de treinta o cuarenta de estos muchachos que ahora están en Rusia?

Pero empieza el partido de Colombia y Polonia, trabado por ahora, tan tenso por ahora —el que pierde se queda afuera y se les nota— e intento imaginar cómo estarán mirándolo ciertos amigos colombianos: con ese nervio que producen las cosas cuando son decisivas. La tensión casi insoportable, adictiva, de ver a tu equipo cuando se juega todo.

Por eso, cuando el suyo no está, uno trata de falsear esa emoción y elige uno. Para eso busca razones, cercanías, conozco a tal y cual, tengo un abuelo, una vez fui a ese país y me trataron genial, me gustan mucho sus canciones, este juega en mi club, esos ni loco, son los que les ganaron a los nuestros. Y lo intenta pero no termina de salirle: es imposible reproducir las emociones, el miedo, la tensión, la explosión que te causa tu equipo verdadero. Ver jugar al fútbol y ver jugar a los tuyos son dos cosas tan distintas que parece mentira que, para un observador externo, se parezcan.

Así que miro Colombia y Polonia y, a pesar de mi abuelo, elijo a Colombia. La rara obligación del continente: el fixture nos ofrece, día tras día, algún vecino. Se ve que el calendario del Mundial fue dibujado por una mano más sabia que inocente, que cree que existe la patria grande americana: el miércoles 19 jugó Uruguay; el jueves, Argentina; el viernes, Brasil; el sábado, México, y hoy, Colombia, todos en orden, uno detrás del otro y sin superponerse.

Y para colmo Colombia —José Pékerman— juega con dos armadores habilidosos en el medio, James y Quintero, sin miedo de arriesgar para ganar, y gana. Domina, y al minuto 40 se pone arriba con un gol que es casi una vendetta contra la Liga: el desdeñado por el Real Madrid, James Rodríguez, le pone la pelota en la cabeza al desdeñado por el Barcelona, Yerry Mina, que abre de un cabezazo el partido y el futuro.

De ahí en más todo consiste en soportar la desesperación polaca. Y al minuto 69 —el timing es perfecto— Falcao aprovecha un pase bello de Quintero y define con el exterior del pie derecho, como hacen los mejores, y termina el partido. Que sigue, por compromiso, un rato más para que Polonia se desespere y Colombia se floree y James pase otra belleza y así Cuadrado remacha el 3 a 0. Pékerman rompe la maldición argenta: es el primero de los cinco técnicos argentinos en ganar un partido —de los diez que jugaron—. Y, mucho más importante, Colombia puede seguir creyendo: si gana a Senegal se clasifica para octavos. Ha recuperado a sus mejores: Cuadrado, Quintero, James, Falcao, y se le nota.

Vuelvo a pensar en las historias. Hace diez años, cuando Falcao jugaba en Argentina, lo entrevisté para un libro sobre migrantes; él era uno de ellos y recién había cumplido 20 años. Aquel día me habló de muchas cosas; entre ellas, de su debut en la primera de River, cuando metió dos goles y se volvió, de golpe, La Promesa.

—Es una sensación increíble: de pronto, de un día para el otro, te cambia la vida. No puedes ir a ningún lado, la gente te reconoce por la calle, tus compañeros te dan mucho más lugar.

—Y encima puedes ganar mucha plata…

—Sí, es impactante lo que ganan algunos futbolistas. Te llevas fortunas, te pagan por lo que te gusta hacer: es como un juego de niños y te pagan, aunque también tienes que hacer muchos sacrificios, te pierdes muchas cosas. Pero hoy en día el futbolista es un modelo para mucha gente. Ya en cualquier publicidad los que venden son los futbolistas, mucha gente se viste como los futbolistas, se corta el pelo como los futbolistas. Es raro pensar que quizás alguna vez va a haber chicos que van a tratar de hacer las cosas que yo hago…

Hay tantos, esta tarde, a lo ancho de Colombia. Y Falcao lo sabe: debe ser raro saber, vivir con eso.

Martín Caparrós es periodista y novelista argentino. Sus libros más recientes son El hambre y Echeverría. Vive en España y es colaborador regular de The New York Times en Español.

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