El mundo sin Bin Laden

Bin Laden, el hombre más buscado, el enemigo número uno de Occidente, ha sido eliminado a la romana. Vivo o muerto, pero mejor muerto. Más duro que en el Far West. Ha prevalecido la venganza por encima de la justicia, su descendiente más civilizada. Más allá del primitivismo de las formas, combinadas con la sofisticación y la audacia militar, el hecho ocupa espacios informativos de excepción. Casi 10 años para cazar al autor del atentado de las Torres Gemelas. Pues bien, ahora ya está. El símbolo ya no existe. De la persona que lo encarnaba han desaparecido incluso los restos.

¿Qué cambia esto? Casi nada, salvo la política interior norteamericana. Ha sido, sí, un golpe moral a los frustrados y los impotentes que, en el mundo islámico, se encomendaban a Bin Laden para derribar a Occidente. Empezamos por la dimensión del golpe a la moral de los enemigos. La lucha contra el terrorismo islamista ha tenido bastante éxito en los últimos años, por lo que tiene que actuar en áreas alejadas de los países avanzados. Como palanca para cambiar el mundo a favor de su visión del Corán, Al Qaeda ha fracasado. Es cierto que las revueltas en el mundo árabe van en dirección contraria al islamismo. Los árabes quieren libertad, bienestar y democracia, modelo.

Las dificultades son enormes, lo conseguirán o no, pero las esperanzas y las movilizaciones no pasan por la destrucción del supuesto enemigo, sino por superar el propio retraso. Las revueltas en el mundo árabe se han producido antes del final de Bin Laden. No existe pues causa-efecto. La evolución de los sociedades nunca funciona así. Es siempre muy compleja.

La actuación y la reacción americanas erosionan los valores universales que la vieja Europa ha dado a luz y defiende. Los americanos compartían entre ellos una especie de nudo en el estómago desde septiembre del 2001. De esto se aprovechó Bush para desencadenar la guerra de Irak, de forma que la avidez de unos núcleos poderosos prevaleciera por encima de la conveniencia de los propios EEUU. El nudo se ha deshecho con la revancha. No es nuevo, pero hay que tomar nota una vez más de que es peligroso y ejerce a menudo una influencia determinante en el mundo.

La muerte de Bin Laden quizá tendrá algunos efectos moderados en la política global. No he leído nada convincente sobre la cuestión, puesto que la incertidumbre sobre lo que puede ocurrir, por ejemplo, en Pakistán domina por encima de cualquier análisis. Equivocada o no, mi conclusión es clara: el mundo sin Bin Laden es, básicamente, como el mundo con Bin Laden escondido.

Lo que no creo es que Obama tenga razón cuando nos dice que ahora el mundo es un lugar más seguro. Las amenazas no han disminuido. El peligro de Al Qaeda se controló después de la oleada de atentados islamistas de Madrid y Londres. A partir de ahí, el terrorismo islamista se va estabilizando a la baja. Las otras amenazas se sitúan en los niveles anteriores. No se puede desestimar la posibilidad de atentados a gran escala. Lo único que se puede decir es que hasta ahora los responsables de la seguridad han desbaratado los intentos.

Sin embargo, y aquí el artículo se ve obligado a dar un giro, existe un nuevo peligro del que somos poco conscientes. No se habla mucho o nada de él. Es como si se nos ocultara. No interesa a los medios. Muy poca gente está mínimamente informada. Supera y deja atrás el teatro de la política, incluso el mundo de las imágenes. Es una amenaza invisible y por eso es la más real, la potencialmente más destructiva, la que más preocupa a los especialistas y la que más tendría que preocupar a los que todavía no han oído hablar de ella o la minimizan. Es nueva, muy sofisticada, difícil de entender. Se desarrolla en la red. Se denomina ciberguerra. La tierra, el mar, el aire y el espacio existían antes que la humanidad. La guerra en el aire, que todavía no tiene un siglo, es determinante. La guerra en el espacio, una prolongación y sofisticación del aire. El ciberespacio es de otra naturaleza. Es creación totalmente humana, pero las sociedades avanzadas dependen de él de forma general e imprescindible. Un colapso en según qué parcela del ciberespacio puede tener consecuencias catastróficas sin precedentes. La ciberguerra existe, no es un futurible, sino una realidad con cierto recorrido histórico. La han usado las grandes potencias, pero es también el arma de futuro de quienes pretendan una acción destructiva a gran escala. Requiere mucha preparación tecnológica, mucha, pero es de acceso universal.

Para explicarlo con una sola pincelada: del mismo modo que millones de usuarios de Sony se han visto expoliados, o del mismo modo que el virus Stuxnet asaltó a 30.000 ordenadores en Irán y consiguió la proeza de modificar la velocidad de las centrifugadoras de su programa de enriquecimiento de uranio durante un año, un Estado proscrito o una secta de terroristas tan habilidosos y sofisticados como fanáticos pueden entrar en el corazón de los sistemas más protegidos y ordenar caídas en cadena. O ataques demoledores. Al extremo, hundir el mundo civilizado. Con unos teclados que, por fortuna, Al Qaeda no sabe manejar.

Por Xavier Bru de Sala, escritor.

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