El mundo y los Estados Unidos de Biden

Simpatizantes de Biden celebran la victoria en las calles de Pensilvania.BRYAN R. SMITH / AFP
Simpatizantes de Biden celebran la victoria en las calles de Pensilvania.BRYAN R. SMITH / AFP

¿Qué es lo mejor que el mundo puede esperar de Estados Unidos durante la presidencia de Joe Biden? Mi respuesta: que Estados Unidos sea un país líder en una red poshegemónica de democracias.

He dicho un, no el país líder. Una diferencia importante con el principio de este siglo, cuando la hiperpotencia estadounidense parecía dominar el planeta como un coloso. La pérdida de influencia se debe a dos causas: su propio declive y el ascenso de otros. Incluso si Biden hubiese obtenido una victoria aplastante y los demócratas controlasen el Senado, el poder de EE UU en el mundo se vería notablemente mermado. El presidente Donald Trump ha hecho un daño incalculable a la reputación internacional del país. Su desastroso historial en la gestión de la covid ha confirmado la sensación generalizada de que la sociedad estadounidense sufre profundos problemas estructurales, desde la hiperpolarización alimentada por los medios hasta su sistema político disfuncional, pasando por la atención sanitaria, la raza y las infraestructuras.

En un sondeo reciente de Eupinions, más de la mitad de los entrevistados de toda la UE opinó que la democracia en EE UU es “ineficaz”. Y eso fue antes de que Donald Trump denunciase como “fraude” el simple proceso de contar todos los votos en unas elecciones. Hoy en día, cuando EE UU da lecciones de democracia a otros países, la respuesta más educada probablemente sea que se aplique su propia medicina. Incluso comparado con el sombrío periodo de Vietnam y el Watergate, el poder blando de EE UU parece estar en sus horas más bajas.

Europa tiene sus propios problemas, que no son pocos, pero cuando se comparan con el historial de regresión estadounidense a lo largo de los últimos 20 años, la historia europea parece una progresión triunfal. Lo mismo se puede decir de Australia, Nueva Zelanda o Canadá. Aún más dramático ha sido el ascenso de China, facilitado por años de distracción estratégica estadounidense.

Incluso suponiendo que todas las impugnaciones a su elección se hayan resuelto cuando tome posesión del cargo el próximo enero, el 46º presidente se enfrentará a un país amargamente fracturado, a un Gobierno casi con toda seguridad dividido, y a un Partido Demócrata lejos de la unidad. Gracias a la desvergonzada mendacidad de Trump, es posible que millones de sus votantes no acepten ni siquiera la legitimidad básica de la presidencia de Biden. La capacidad del nuevo presidente para llevar a cabo las reformas estructurales que se necesitan con urgencia se verá obstaculizada, o imposibilitada, si los republicanos conservan el Senado.

Por fortuna para los demás, el terreno en el que dispondrá de más libertad de maniobra será la política exterior. Biden tiene una inmensa experiencia personal en esta área como exvicepresidente y, antes de eso, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Además, cuenta con un equipo experimentado en la materia. Los miembros de ese equipo denominan a sus mayores desafíos estratégicos “las tres C”: la covid (incluidas sus consecuencias para la economía) el cambio climático y China. Una agenda en la que los aliados de Europa y Asia pueden participar gustosamente. Volver al acuerdo climático de París, que EE UU abandonó oficialmente el miércoles, será un primer paso importante.

La OTAN sigue siendo fundamental para la seguridad de Europa frente a una Rusia agresiva, pero la clave para volver a ganarse a los europeos desilusionados será ofrecer una asociación con la UE cualitativamente diferente. Incluso antes de convertirse en presidente, Biden podría expresar su agradecimiento por la manera en que la UE ha seguido enarbolando la bandera del internacionalismo liberal mientras el EE UU de Trump desertaba de él. Su primera visita presidencial al Viejo Continente debería incluir las instituciones de la UE en Bruselas. Una referencia bipartidista al discurso pronunciado por el presidente George H.W. Bush en Alemania en 1989, en el que habló de ser “socios en el liderazgo”, podría ser útil, si bien en este caso refiriéndose a la Unión Europea en su totalidad. En esta asociación de iguales, Estados Unidos no se sentará siempre a la cabecera de la mesa. A eso me refiero cuando digo “poshegemónico”.

Los europeos deberían hacer más por su propia seguridad, pero Biden cometería una insensatez si empieza a machacar con el viejo tema de “tenéis que gastar el 2% del PIB en defensa”. El experto en estrategia alemán Wolfgang Ischinger ha propuesto una buena manera de replantear la cuestión: enfocarlo más bien como un 3% en tres dimensiones: defensa, diplomacia y desarrollo. Una Unión Europea que se denomine “geopolítica” debe asumir una carga mayor en su vecindad más amplia, es decir, en el sur —de un extremo al otro del Mediterráneo hasta Oriente Próximo y el Norte de África—, y en el este, en sus relaciones con Bielorrusia (actualmente en una revuelta pacífica), Ucrania, y la agresiva pero fundamentalmente débil Rusia de Vladímir Putin.

El nuevo protagonismo de la Unión Europea puede resultar ligeramente irritante para los partidarios radicales del Brexit que dominan el Gobierno de Boris Johnson en Reino Unido. No obstante, el Ejecutivo del primer ministro británico ha tenido una buena idea: abrir a las grandes democracias de Asia la reunión del G-7 que acogerá el próximo año.

La iniciativa encaja a la perfección con uno de los temas recurrentes del equipo de Biden: trabajar con otras democracias. Estados Unidos ya tiene el formato Quad (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral) que lo vincula a Australia, Japón e India. Los tres países serán como mínimo tan importantes como la Unión Europea y Reino Unido a la hora de tratar con China.

Si la Administración de Biden es inteligente, concebirá la colaboración como una red de democracias más que como una alianza fija o una comunidad de democracias. Incluso una “cumbre de democracias”, al parecer un plan acariciado por el presidente electo, plantearía cuestiones espinosas en relación con quién está dentro y quién fuera. En cambio, si se imagina como una red, es posible conservar la flexibilidad variando las coaliciones ad hoc en función del tema y actuando con sutileza en los casos límite. Por ejemplo, la India de Narendra Modi ahora no es ni mucho menos un modelo de democracia liberal, pero resulta indispensable para encarar las tres C.

En cada tema, tanto Estados Unidos como Europa deberían empezar por identificar las democracias relevantes. Aunque, por supuesto, no se puede parar ahí. Hay que trabajar también con regímenes antiliberales y antidemocráticos, China incluida. El país asiático representa el mayor reto geopolítico de nuestra época. Él mismo es una de las tres C, pero también es crucial para hacer frente a las otras dos: el cambio climático y la covid. China es un competidor ideológico y estratégico más formidable de lo que lo fue la Unión Soviética, al menos a partir de la década de 1970, pero su cooperación también resulta esencial en ámbitos de mayor calado.

A la hora de perseguir una estrategia doble de competencia y cooperación, Estados Unidos posee unos puntos fuertes únicos. Aunque el “mayor Ejército que el mundo haya visto jamás” acabó perdiendo una guerra contra un adversario tecnológicamente inferior en Irak, Estados Unidos es la única potencia militar capaz de impedir que la China de Xi Jinping se apodere de la democracia china de Taiwán. Estados Unidos sigue siendo líder mundial en tecnología, que es el carbón y el acero de nuestra época. Vemos series francesas en Netflix, compramos libros alemanes en Amazon, contactamos con amigos africanos a través de Facebook, seguimos a los políticos británicos en Twitter y buscamos críticas a Estados Unidos en Google. En el desarrollo de la Inteligencia Artificial, el lugar que ocupa Europa es insignificante comparado con el de China y Estados Unidos.

Sin embargo, y debido especialmente a sus problemas internos, Estados Unidos no puede empezar a enfrentarse por sus propios medios a una China que ya es una superpotencia multidimensional. Necesita esa red de socios de Europa y Asia tanto como ellos necesitan a Estados Unidos. Por lo tanto, que las democracias del mundo estén preparadas para coger la mano tendida por un buen hombre en la Casa Blanca. Menudo cambio.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos de la Universidad de Oxford, investigador titular del Instituto Hoover y autor de Mundo libre: Europa y Estados Unidos ante la crisis de Occidente. Twitter: @fromTGA. Traducción de News Clips.

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