El naufragio de Gaza

A estas alturas de la película, son pocos los que dudan que el principal perjudicado por el reciente enfrentamiento entre Hamás y Fatah -que no guerra, como muchos agoreros se han apresurado a denominar- será nuevamente la población civil. Es más que probable que la creación de un Hamastán en Gaza y un Fatahland en Cisjordania agudicen aún más la ya de por sí precaria situación humanitaria en la que se hallan inmersos los Territorios Ocupados.

Si bien algunos dirigentes mundiales han advertido de que no abandonarán Gaza a su suerte, lo cierto es que al mismo tiempo se han conjurado para evitar el éxito del experimento islamista en la pequeña y superpoblada franja, donde viven un millón y medio de personas en tan sólo 365 kilómetros cuadrados. Por el momento se han prohibido todas las importaciones y exportaciones, a excepción de las destinadas a cubrir las necesidades humanitarias básicas, lo que coloca en una situación extremadamente vulnerable al millón de personas que dependen de la ayuda internacional y que ya han empezado a sentir en sus propias carnes los efectos de la carestía de alimentos, medicinas y agua.

Un eventual aumento de la presión sobre Hamás podría tener efectos impredecibles sobre Gaza, dada la explosiva situación creada por el aislamiento internacional del Ejecutivo islamista decretado por el Cuarteto formado por Estados Unidos, la Unión Europea, las Naciones Unidas y Rusia. En su comparecencia ante el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas el pasado 22 de marzo, John Dugard, relator especial sobre los derechos humanos en los Territorios Ocupados, denunció que «en buena medida, la crisis humanitaria ha sido provocada por la interrupción de la financiación de la Autoridad Palestina desde que Hamás ganó las elecciones. Es evidente que la economía palestina, que depende en gran medida de los fondos de los donantes desde 1994, ha sufrido las dramáticas consecuencias de la retención de los fondos por Israel y la comunidad internacional desde la elección de Hamás. Este estrangulamiento económico ha tenido graves repercusiones en los derechos económicos y sociales de los palestinos». El aumento del desempleo, que ya afecta casi al 50% de la población activa, y el hecho de que tres de cada cuatro habitantes de Gaza vivan bajo el umbral de la pobreza, son las dos muestras más evidentes de esta enorme crisis humanitaria, que, según todos los pronósticos, se agravará notablemente en los próximos meses con la intención de torpedear la línea de flotación de Hamás.

No ha sido ésta la única ni tampoco será la última voz que se alce para advertir de la terrible catástrofe que se avecina. El director ejecutivo de Oxfam Internacional, Jeremy Hobbs, manifestó recientemente: «La comunidad internacional está cerrando los ojos a sus obligaciones humanitarias y está permitiendo que se intensifique el sufrimiento. Sólo se permite que la ayuda entre con cuentagotas. El confinamiento de Gaza es inaceptable». Para Hobbs, «la utilización de la ayuda humanitaria como arma política está provocando un sufrimiento inconfesable a toda la población. Es una vergüenza para toda la comunidad internacional».

La aparición de un nuevo gobierno en Cisjordania controlado por Al Fatah y el mantenimiento del anterior Ejecutivo islamista en Gaza no sólo escenifican la profunda división de la escena política, sino que también crean una de las situaciones más surrealistas de la reciente historia palestina. Gaza y Cisjordania, ocupadas por Israel desde hace cuatro décadas, serán gobernadas por dos gabinetes diferentes. Esta situación de bicefalia podría acentuarse en el futuro en el caso de que la comunidad internacional conceda un trato diferenciado a cada uno de los territorios. De hecho, las sanciones internacionales ya han sido levantadas en Cisjordania, territorio para el cual se anuncian generosas ayudas como gesto de bienvenida al nuevo Ejecutivo dirigido por el economista Salam Fayad, mientras que se ha intensificado el estrangulamiento de Gaza, todo ello con el único propósito de debilitar a Hamás y fortalecer a Al Fatah y, en definitiva, evitar que Cisjordania corra la misma suerte que Gaza.

Dicha estrategia es enormemente arriesgada, ya que implica una clara intromisión en la escena política palestina, y extraordinariamente cándida, puesto que deja en manos de Israel el futuro del presidente Mahmud Abbas. El hecho de que los últimos gobiernos israelíes lo hayan ninguneado de manera evidente -Sharon dijo de él que «era un pollo desplumado» y varios ministros coinciden en que «no podría resistir sin el Ejército israelí»- no invita al optimismo. Es meridianamente claro que, con este movimiento, Israel busca ganar tiempo dividiendo la escena política palestina y apostando por el actor más débil: 'la vieja guardia' de Al Fatah, inmersa en numerosos casos de corrupción y sin apenas respaldo popular, al considerar que sería la más inclinada a presentar concesiones en una eventual negociación sobre el estatuto definitivo de los Territorios Ocupados.

Lo más sorprendente a estas alturas es que buena parte de las cancillerías occidentales esperan que Fatah recupere el terreno perdido en los últimos años, sin tener en cuenta que el crédito de Hamás no depende únicamente de los estándares económicos. El profundo descrédito de Al Fatah en la calle palestina tiene una relación directa con dos factores: su incapacidad para impulsar el proyecto nacional y su falta de transparencia en la gestión de las ayudas internacionales. Por eso, no ha de extrañarnos que las primeras encuestas realizadas tras la crisis de Gaza sitúen nuevamente a Hamás por delante de Al Fatah en las expectativas de voto.

Igancio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e IslÁmicos de la Universidad de Alicante.