El necesario alto el fuego

Por Yossi Beilin, presidente de Israel Democrático y Social y uno de los impulsores del acuerdo de Ginebra. Traducción: Robert Falcó Miramontes (LA VANGUARDIA, 20/07/06):

En la actualidad, Oriente Próximo está pagando el precio de haber perdido su lugar en la agenda mundial. Ahora, cuando se están llevando a cabo dos campañas militares, una en Gaza y otra en Líbano, cuando las partes están derramando la sangre de su enemigo, cuando las infraestructuras civiles están sufriendo graves daños, cuando el precio del petróleo sube, no hay nadie capaz de apaciguar los ánimos, negociar un alto el fuego y establecer las nuevas reglas del juego, mediante unas negociaciones sobre un acuerdo permanente.

Estados Unidos podría haber sido el principal candidato para llevar a cabo tal mediación. En el pasado ha utilizado su condición de superpotencia para lograr la calma.

En 1973 presionó a las partes para que asistieran a la conferencia de Ginebra, que preparó el terreno para los acuerdos provisionales con Egipto y Siria. En 1978 fue el presidente Carter quien intervino, sin cuya participación los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto no se habrían firmado ni puesto en práctica. En 1981 el presidente Reagan mandó a su enviado especial, Phil Habib, para que lograra un alto el fuego prolongado y efectivo entre Israel y la OLP, y un año más tarde, el propio Reagan publicó su plan de paz para Oriente Próximo. En 1991 el presidente Bush envió a su secretario de Estado, James Baker, a la región en ocho ocasiones para preparar la conferencia de Madrid. Consiguió reunir bajo un mismo techo a Siria e Israel, a los palestinos y a los jordanos, y logró abrir un histórico proceso de conversaciones bilaterales entre las partes. En 1993 el presidente Clinton abrazó a Yasser Arafat y a Yitzhak Rabin en los jardines de la Casa Blanca en la época en que se firmó el acuerdo de Oslo y en 1996 asistió a la conferencia de Sharm el Sheij, destinada a hallar medidas para hacer frente al aumento del terrorismo en la región. Poco después, participó en la creación de los acuerdos Uvas de la Ira, que establecieron un conjunto de reglas nuevas entre Israel y Hezbollah.

El Estados Unidos actual no es capaz de repetir estos actos. Es presa de su fracaso en Iraq y no sabe cómo salir de ahí; asimismo, se enfrenta a nuevos peligros en Afganistán y no se ha dado cuenta de que hallar una solución para la crisis de Oriente Próximo habría supuesto una gran ayuda para solucionar esos problemas. El presidente Bush no ha visitado la región ni una sola vez desde que fue elegido. Lo importante para él ha sido demostrar que su comportamiento era diametralmente opuesto al de su predecesor y por ello no ha concedido una categoría de alta prioridad al conflicto palestino-israelí, se ha abstenido casi por completo de mandar enviados de alto rango a la región y se ha limitado a publicar la visión Bush para Oriente Próximo, que no es más que una versión descafeinada del plan Clinton del 2000. Estados Unidos se ha limitado a sí mismo con tantas restricciones, y aunque un enviado estadounidense de alto rango visitara la región, no podría reunirse con ningún representante del Gobierno de Hamas ni de Hezbollah, y dudo que pudiera reunirse con Bashar el Assad. En lo que concierne a Oriente Próximo, se trata de una tragedia.

La UE podría haber desempeñado un papel clave entre las partes, del mismo modo que participó en los acuerdos de las Uvas de la Ira en 1996, del mismo modo que realizó contribuciones de vital importancia para la Autoridad Nacional Palestina y del mismo modo que se involucró en los esfuerzos para impedir el aumento del terrorismo cuando Miguel Ángel Moratinos era el enviado especial de laUEen Oriente Próximo. Pero desde la creación del Cuarteto (Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea y las Naciones Unidas), la UE ha perdido mucha importancia y depende mucho más de las decisiones estadounidenses (o tal vez sería más adecuado decir de las no decisiones estadounidenses). La ampliación de la Unión Europea de 15 estados miembros a 25 ha creado una situación en la que el denominador común entre ellos es muy inferior, el KRAHN proceso de toma de decisiones es mucho más intrincado y conduce, en general, a una implicación limitadísima. Rusia y la UE no son capaces de actuar por cuenta propia y, si lo intentan, sólo lo harán con la cooperación de otras instancias.

El único que ahora parece tener opciones de convertirse en un actor interesado en ayudar a las partes, en ayudar a apaciguar la situación y lograr un alto el fuego, es Egipto. El Gobierno de El Cairo mantiene relaciones con todas las partes involucradas; no le interesa que el extremismo de Hamas se extienda a su país y ha enviado a sus representantes para que mantengan conversaciones con los palestinos y con los israelíes para intentar calmar la situación. Además, en este momento no está involucrado en la grave crisis en la frontera entre Líbano e Israel. Después de que Israel se retirara por completo de Líbano en el 2000 y de Gaza en el 2006, tiene todo el derecho a actuar contra quienes le atacan. La pregunta que hay que formularse es si la acción militar también puede conducir a la consecución de los objetivos políticos y si puede conseguir la paz para ambas partes. Resulta difícil creer que vaya a ser así.

Todo aquel que quiera devolver la calma, liberar a los soldados secuestrados, poner fin al terrorismo y volver a la mesa de negociación necesita a una tercera parte que hable con todos los implicados, que se reúna con todo el mundo y que proponga una fórmula que ponga fin a la actual crisis.

Hasta el momento, esta tercera parte aún no ha hecho acto de presencia.