Da la impresión de que las denominaciones sólidamente descriptivas de los partidos políticos del pasado están perdiendo fuerza, junto al desdibujamiento de las ideologías que los sustentaban. Están lejos los tiempos en que podía existir un “Partido Comunista Marxista-Leninista Pensamiento Mao Tse Tung”. Hoy, una agrupación como Syriza debería incluir en su nombre, si quisiera que fuera un reflejo adecuado de su ideología, el euroescepticismo, el ecosocialismo, el secularismo, la alter-globalización y varios ismos más, con lo que sería difícil de manejar. Por eso se limita a llamarse Coalición de Izquierda Radical, por cuyas siglas griegas se conoce. Pero la tendencia más actual creo que es la síntesis, a ser posible opaca, como vemos en nuestro Partido X. De modo que quizás sea el momento de plantearse: ¿qué hay exactamente en el nombre de un partido?
Clásicamente, la denominación incluía una descripción del programa y tal vez de sus constituyentes. Agrupaciones políticas de la actualidad arrastran etiquetas históricas (Partido Socialista Obrero Español), alguno de cuyos componentes hoy tal vez les suponga un lastre. Eran también muy frecuentes los posicionamientos ideológicos, usando la terminología surgida de un azar espacial de la Revolución Francesa: Esquerra Republicana, Centro Canario Nacionalista, o Derecha Navarra y Española. Pero también en estos temas hay curiosos desplazamientos: “popular”, es decir, “del pueblo”, en los años 30 del siglo pasado aludía a coaliciones de izquierda (como en el Frente Popular), para acabar siendo prácticamente monopolizado por la derecha (Alianza Popular, Partido Popular). También hay connotaciones que cambian con la geografía: “Radical” hoy en Grecia indica algo mucho más suave que en otros lugares.
En estos tiempos da la impresión de que el nombre de una agrupación política camina en dos direcciones. Una es expresar su especialización, el nicho al que se dirigen, pasados ya los tiempos de programas omniabarcadores: los Verdes son eso, ecologistas; el Partido Pirata sueco (con emulaciones en otros lugares) hace bandera de su lucha relacionada con el copyright. Hay también nichos de edad, denominados por sus circunstancias, como el italiano Partido de los Pensionistas, o —en agrupaciones más informales— de forma humorística, como los Panteras Grises o los Yayoflautas. Pero el nombre puede mostrar también el afán de no excluir a nadie a priori, como el indio Aam Aadmi, “Partido del Hombre Corriente” (¿y quién no se incluiría en esta categoría?), o incluso entre nosotros Ciudadanos (¿qué votante no lo es?). Fijémonos en que en este último caso se prescinde incluso del rótulo “Partido”. Sí: los partidos han tenido mala prensa en diferentes momentos históricos, lo que ha hecho que existieran agrupaciones que, por huir de la etiqueta, se autodenominaban Movimiento o Frente, y por eso también hay algunos partidos recientes que paradójicamente no proclaman que lo son.
La otra tendencia es un puro ejercicio de naming: apelar a palabras bellas, preferentemente vagas, que diferencien de la competencia, y que expresen ideas positivas. En esto hay que reconocer que el sector político no está demasiado lejos de otros sectores del consumo, de las compañías de telefonía a las marcas de vino. En el pasado ha habido diversos grupos y plataformas llamados Convergencia, que es un nombre con raíces geométricas y que tiene resonancias técnicas. Pero el reciente partido griego To Potami, “El río”, expresa la misma idea bajo la metáfora de la reunión de distintas corrientes de agua en una sola (es decir: la confluencia, en sentido propio). Podemos, que también carece de la palabra “Partido”, es otro buen caso de mensaje borroso e implícito. El origen es la consigna que utilizó Barack Obama en su campaña (quien la tomó a su vez del sindicalismo campesino estadounidense de décadas atrás): “Yes we can”. Pero una cosa es una consigna y otra es el nombre de una agrupación. Podemos es una expresión abierta (¿podemos qué?, podría preguntarse) y por otra parte hace la pequeña trampa de traer a su campo al que pronuncia su nombre. Por eso algunos han acogido con alborozo la humorada de llamarle Podéis. Un problema lateral de este tipo de denominaciones es cómo llamar a sus miembros. Si en el Partido Comunista militaban comunistas y en el Popular, populares, para los miembros de Podemos se ha acuñado “podemitas”.
Guanyem —“Ganemos”, movimiento social en el trance de convertirse en partido— es otro caso de enunciación abierta, y en primera persona del plural. Pero que no nos engañe la rima: mientras que Podemos, con su uso del presente de indicativo, es la expresión de una certidumbre, el imperativo Ganemos refleja más su origen combativo, y quien lo dice casi pronuncia una arenga.
Los breves y desprogramados nombres de estos partidos modernos, que en muchos casos ni dicen que lo son, representan bien a las claras lo que les alienta: con mucha frecuencia solamente la voluntad de poder. O el enigma de lo que contienen: ríos, gente corriente, incógnitas y proclamas… Algunos por suerte los conocemos: llevan tiempo en el activismo, ayudando a la gente. De otros, lamentablemente, no sabemos nada más que lo que (no) dice su nombre.
José Antonio Millán es lingüista.