El núcleo de la nueva estrategia del BCE

El Banco Central Europeo ha decidido seguir los pasos de la Reserva Federal de Estados Unidos y ha lanzado una revisión en profundidad de su estrategia de política monetaria. Pero, al contemplar cambios fundamentales en su enfoque, los bancos centrales deberían ser conscientes de las posibles alteraciones en su entorno operativo.

No hay nada donde esto sea más válido que en las estrategias para abordar el cambio climático, una de las cuestiones más importantes de nuestro tiempo. Ya que los países europeos han prometido que sus economías serían neutras en carbono en 2050, el BCE ahora debe pensar de qué manera su marco de política monetaria podría ayudarlos con esa transición.

Si bien el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea estipula que mantener la estabilidad de precios es el principal objetivo del Sistema Europeo de Bancos Centrales, también sostiene que, “Sin perjuicio de ese objetivo… el SEBC apoyará las políticas económicas generales en la Unión con la idea de contribuir al logro de los objetivos de la Unión según establecidos en el Artículo 3 del Tratado de la Unión Europea”. De acuerdo con el Artículo 3, la Unión “trabajará para… una economía de mercado social altamente competitiva, apuntando al pleno empleo y al progreso social, y a un alto nivel de protección y mejora de la calidad del medio ambiente”.

Obviamente, una economía descarbonizada no se puede lograr sin cambios estructurales profundos. En este sentido, la crisis del COVID-19 ha ofrecido un golpe de realidad. Mientras que el Fondo Monetario Internacional estima que la pandemia reducirá el PIB global este año en alrededor del 4,9%, la Agencia Internacional de la Energía anticipa una reducción global del 8% en las emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, las reducciones de emisiones de esa magnitud deben producirse todos los años entre ahora y el 2030 si queremos tener alguna chance de mantener las temperaturas promedio globales a no más de 1,5°C de los niveles preindustriales.

Además de las pérdidas humanas, la recesión global ha impuesto una enorme carga sobre las finanzas públicas, amenazando la educación de los jóvenes, así como los progresos realizados por las mujeres y los países en desarrollo en las últimas décadas. La conclusión es que el cambio climático se puede encarar reduciendo simplemente la actividad económica; revisar los sistemas de producción existentes será absolutamente necesario. La única manera de alcanzar emisiones netas cero en 2050 es transformando la manera en que producimos, transportamos y consumimos.

Una de las maneras más eficientes de hacerlo –y quizá la única- es aumentar el precio del carbono acelerando al mismo tiempo el ritmo de la innovación tecnológica. Pero esta estrategia inevitablemente originaría shocks de demanda importantes. El costo de los insumos, particularmente la energía, se volvería más volátil en tanto suba el precio del carbono y los renovables reemplacen gradualmente a los combustibles fósiles. Y, más allá de la energía, el transporte y la agricultura también serían objeto de grandes cambios potencialmente disruptivos en los precios relativos.

Sea cual fuere el marco monetario que acuerden los bancos centrales, tendrá que poder contemplar los grandes cambios estructurales y los efectos de los precios relativos introducidos por la descarbonización. Como no es posible mantener una tasa constante de incremento en todos los precios, la pregunta para los responsables de las políticas monetarias será qué índice de precios estabilizar.

Según el marco actual, el BCE fija la meta de inflación de la eurozona mediante el Índice de Precios de Consumo Armonizado (IPCA). Pero este índice incluye los precios de la energía, lo que no lo hace apropiado para el desafío de la descarbonización. Dado que la inflación de los precios del carbono ha sido establecida por los responsables de las políticas de la UE, el BCE no debería intentar una reducción forzada de otros precios en el IPCA cuando el precio relativo de la energía aumenta, ya que eso crearía distorsiones aún mayores.

La conclusión inevitable, entonces, es que el BCE tendrá que abandonar el índice de IPCA y utilizar índices de inflación básica que excluyan los precios de la energía y de los alimentos. La razón no es sólo que la inflación básica es un indicador más confiable del componente de inflación de frecuencia más baja. El motivo, más bien, es que las autoridades monetarias necesitarán distinguir entre los cambios de precios que están ocurriendo por buenas razones (como resultado de cambios estructurales deseables) versus los cambios de precios que indican un desequilibrio temporario entre oferta y demanda. El BCE debería intentar minimizar sólo la segunda categoría.

Es verdad, a veces se dice que los bancos centrales deberían utilizar los índices de precios al consumidor como el IPCA porque estos reflejan mejor el poder de compra y facilitan la explicación de las decisiones en materia de políticas. Sin embargo, encuestas recientes demuestran que a la población ya le cuesta entender el marco actual.

Claramente, los bancos centrales necesitan mejorar sus políticas de comunicación. Pero no es obvio que utilizar un índice de precios básicos del que se hayan excluido los precios de la energía sea más problemático que la estrategia actual en lo que concierne a comunicar información a la población. Y debería ser aún menos problemático para los expertos que siguen de cerca las cuestiones de política monetaria.

Más allá de cambiar su precio objetivo, el BCE también podría considerar reformas para lograr que su marco sea más robusto frente a shocks de oferta. Una opción es apuntar a un camino para un PIB nominal, para que los shocks impulsores de costos acompañados por desaceleraciones económicas no generen aumentos no deseados de la tasa de interés. En un contexto post-pandemia donde los niveles nominales de deuda serán altos por mucho tiempo, sería problemático tener que ajustar la política monetaria sólo porque un shock de oferta adverso llevó la inflación por encima del 2%. Si el crecimiento real del PIB (ajustado por inflación) fuera atenuado, un ajuste monetario podría desestabilizar la dinámica de deuda y derivar en consecuencias dramáticas.

Por el contrario, en un marco con un objetivo de PIB nominal y reglas fiscales creíbles en la eurozona, el BCE estaría mejor posicionado para gestionar una disminución ordenada y gradual de los ratios deuda-PIB mientras que la estabilidad de precios estaría garantizada en el mediano plazo.

Como sea, previendo los cambios estructurales importantes que existen por delante, la primera tarea del BCE es obvia. Llegó el momento de que cambie su precio objetivo a un índice de precios básicos, para que su estrategia sea más apropiada para la agenda climática y de descarbonización más amplia de la UE.

Hélène Rey is Professor of Economics at the London Business School and a member of the Haut Conseil de Stabilité Financière.

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