El nuevo deshielo

El paso de Obama por Moscú no ha despertado los mismos entusiasmos que en Praga y El Cairo. Nada parecido a cuando Clinton pronunció un discurso en el Ayuntamiento de Moscú, radiotelevisado a todas las Rusias. Eran otros tiempos y estas son otras gentes, cansadas de una difícil transición al capitalismo, recelosas de los líderes occidentales e inmunes al carisma mediático del último de ellos.

Pero, a pesar de la cortés frialdad moscovita, Rusia y Estados Unidos pueden haber iniciado esta semana un nuevo deshielo, el nuevo fin de la guerra fría. Esta había terminado en junio de 1989, cuando la frontera entre Austria y Hungría se abrió por las bravas, anticipando el hundimiento del muro de Berlín. Y fueron los intercambios de información sobre armamentos entre EEUU y la Unión Soviética lo que permitió aumentar la confianza y bajar la guardia entre ambas superpotencias.

Pero la desconfianza volvió a crecer, y antes del conflicto de Georgia los generales rusos volvían a hablar de guerra fría. Ahora, 20 años después, Obama y Medvédev apuestan de nuevo por la reducción de los arsenales nucleares para desatascar las relaciones ruso-americanas. Puede que los avances en otros aspectos de la agenda bilateral no sean muy significativos, pero el nuevo clima de cooperación puede facilitar un mayor entendimiento en asuntos más espinosos.

Obama llegó a Rusia con la misma idea con la que habló al mundo musulmán desde El Cairo el 4 de junio. Para mejorar su percepción, EEUU debe romper la dinámica de confrontación que caracterizó las relaciones exteriores de la Casa Blanca con Bush.

Propuso un nuevo inicio, un reset o borrón y cuenta nueva, para las relaciones ruso-americanas, asegurando que hay más asuntos en la agenda internacional que les unen que no que les separan. Como cuando Bush padre y Gorbachov firmaron el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), en 1991, el desarme nuclear es la plataforma más fácil para relanzar las relaciones entre EEUU y Rusia.

En Moscú se decidió renegociar el START-1, que vence el 5 de diciembre. Ambas potencias acordaron reducir sus arsenales nucleares en un tercio, lo que representa el mayor recorte nuclear de la historia. Las cabezas nucleares se reducirán a 1.500 para cada país, en vez de las 2.200 establecidas por los tratados actuales. Y el número de vehículos para transportarlas, hasta entre 500 y 1.100 en vez de los 1.600 actuales.
Así, Obama empieza a hacer realidad su compromiso con un mundo libre de armas nucleares de su primer discurso de política exterior en Praga, que no dejó demasiado contentos a sus anfitriones checos.
Un nuevo START sería un elemento adicional de presión para los países que ponen en entredicho la vigencia del Tratado de No Proliferación Nuclear, como Irán y Corea del Norte. Recordemos que este tratado obliga a las potencias nucleares oficiales (EEUU, Reino Unido, Francia, China y Rusia) a avanzar en la abolición de su armamento nuclear a cambio de que otros países renuncien a él.

En Moscú ha empezado el deshielo de las relaciones entre Rusia y Estados Unidos, aun aparcando temas que pueden poner palos en las ruedas de futuras negociaciones. Es el caso del sistema de misiles de defensa que EEUU empezó a impulsar bajo el mandato de Bush hijo (y del que Obama no se ha desmarcado categóricamente), la inestabilidad en el Cáucaso, en particular en Georgia, y la integración de antiguos países soviéticos, como Ucrania, en la OTAN.
Y Europa, ¿qué pinta en todo eso? Aunque el deshielo sea una buena noticia, lo cierto es que el panorama surgido de la reunión entre Obama y Medvédev nos deja en una posición delicada. En un momento en que la reestructuración de su servicio exterior está aún por definir, Europa asiste a una reconfiguración de la política global bajo el impulso del presidente estadounidense en una posición de espectador más que de actor global. Es posible que, como algunos temen y otros desean, Europa acabe siendo la Atenas de Washington.

Cierto es que durante la breve intervención militar rusa en Georgia, en el verano del 2008, Sarkozy jugó un papel importante en la consecución del alto al fuego y el relancamiento de las negociaciones. Pero la acción exterior europea depende en buena medida de qué país ostenta la presidencia de turno del Consejo Europeo. Cuando acabó la presidencia francesa, la República Checa se negó a implicarse activamente en otro conflicto de calado para las relaciones de Europa con Rusia: el relativo al abastecimiento de gas a través de Ucrania.

¿PodráN el Tratado de Lisboa y un servicio exterior de la UE unificar la pluralidad de voces con capacidad de definir el papel de Europa en el mundo? No lo sé. Cierto es que la presidencia estable del Consejo garantizará menos cambios de prioridades y estará menos relacionada con los sobresaltos de la política interna de cada país, pero ningún entramado institucional puede sustituir a la falta de voluntad política.
Europa debe retomar el ejemplo que dio Sarkozy al facilitar el fin de la guerra entre Rusia y Georgia el verano pasado. La oportunidad que representa Obama solo beneficiará a Europa si esta consigue adoptar un perfil político internacional acorde con su peso económico. De lo contrario, la senda que Obama ha trazado en Praga, El Cairo y Moscú puede, paradójicamente, acabar disminuyendo el peso de Europa en un orden multilateral del que la UE siempre ha sido promotora.

Josep Borrell, ex presidente del Parlamento Europeo.