El nuevo inquisidor de Sevilla

A finales de febrero, la Sevilla que Dostoievski escogió como espléndido marco de su célebre historia de El Gran Inquisidor sirvió de escenario al estreno del montaje teatral de Peter Brook sobre el momento culminante en que el responsable del Santo Oficio encarcela a Jesucristo cuando éste regresa a la tierra 15 siglos después. Para el cardenal sevillano, la reaparición supone una gran incomodidad que le hará pagar caro al resucitado ordenando su muerte. Hasta que le llega la hora, Jesús soporta estoicamente la pena accesoria de escuchar las increpaciones de aquel guardián de la ortodoxia en medio de «una noche española, cálida y olorosa a limoneros y laureles».

En una hora de monólogo, con el gran inquisidor frente al silente personaje de Jesús, emerge el pesimismo de Dostoievski, que ve al hombre como ser sin grandeza al que basta un trozo de pan para alejarle de los ideales de libertad y responsabilidad que predica Jesús en su adelantada parusía. Sabiéndose arbitrario y cruel, el gran inquisidor demuestra conocer mejor la condición humana que el hijo del creador del mundo.

Ese memorable diálogo sin respuestas, en el que uno habla y el otro calla sin otorgar, llevó al gran filósofo de la libertad Isaiah Berlin a concluir que el paternalismo puede crear las condiciones de la libertad, pero niega la libertad misma. El paternalismo no deja de ser «el mayor despotismo inimaginable», según Kant, y no hace del hombre un ser libre sino más felices a los «esclavos».

La libertad, para que no quede en metáfora o retórica huera, exige la ausencia de intimidación y de dominación por parte del poder. Por eso, «ser libre no es nada, pero hacerse libre supone el mismo cielo». De ahí que la libertad nunca se alcance si se ignoran las cadenas, aunque se engalanen con flores, o si se suscribe aquel servil ¡Vivan las caenas! con el que el gentío acompañó el retorno al absolutismo de Fernando VII.

A la luz de esos principios, junto a la solidaridad inestimable de amigos, conocidos y saludados -por seguir el escalafón de Josep Pla-, ayer por la mañana, en mi condición de director de EL MUNDO de Andalucía, me senté en el banquillo de los acusados, codo con codo con mi compañero Javier Caraballo, a raíz de la querella del presidente de la Junta, Manuel Chaves. Todo deriva de la noticia del espionaje al socialista Benjumea, ex presidente de la Caja San Fernando -hoy Cajasol, una vez fusionada con El Monte- y detrás del cual se encontrarían altos cargos del PSOE, según la confesión grabada al espía que siguió sus movimientos desde que las dos entidades se opusieron a la Caja Unica de la actual ministra y entonces consejera, Magdalena Alvarez. La polvareda del AVE de Valladolid, los socavones de Barcelona y el tren de lavado de Málaga parecen rescoldos del fuego que causó en las cajas esa gran pirómana política que es Mandatela Alvarez cuando se le cruzan los cables de la soberbia.

Del procedimiento judicial nada diré, dado mi escrupuloso respeto a quienes nos han de juzgar, aunque deudor de las lecturas de Quevedo y conocedor de sus pleitos con su gran perseguidor el conde-duque de Olivares sepa que «ningún vencido tiene justicia, si lo ha de juzgar su vencedor». Dicho esto y sentado que Chaves está en su derecho a reivindicar el honor supuestamente herido ante la Justicia, nadie puede ignorar que el presidente andaluz y del PSOE ha pretendido abrir un proceso político contra un periódico que le resulta incómodo y, para ello, no le ha importado tratar de instrumentalizar la Justicia.

En su deriva autoritaria, ha ido ampliando su poder a base de anular la capacidad del Parlamento y ahora pretende amordazar a la prensa crítica sentándola en el banquillo para escarmiento general. Como no debiera desconocer aquello de Tocqueville de que la prensa es por excelencia el instinto democrático de la libertad, el querellante Chaves pretende convertir a los medios en meros altavoces. No le bastan ya Canal Sur y la prensa adicta, sino que usa la publicidad institucional y la concesión de licencias audiovisuales para hipotecar la línea editorial de casi todos los demás medios.

Chaves ha logrado dotarse de la patente de corso que hubiera querido para sí Alfonso Guerra cuando le estalló el escándalo de su apicarado hermano y que comprobará estupefacto cómo un caso de nepotismo como el que protagoniza la parentela del presidente de la Junta no sale en los periódicos ni cuando la oposición lleva el asunto al Parlamento. En esas condiciones, puede edificar con toda naturalidad un régimen andaluz que reproduce el modelo caudillo-clientela y que restaura el viejo caciquismo.

Cuando eso ocurre, el presidente querellante puede fijar el valor de su honor en esos 840.000 euros que Chaves reclama. Si se tiene en cuenta que injuriar al Príncipe de Asturias se ha saldado en primera instancia con 3.000 euros, se puede comprobar en qué delirante alta estima se tiene el presidente de la Junta, cuando más le hubiera valido dejar que una comisión parlamentaria esclareciera este episodio especialmente turbio. Pero ya se sabe que, desde que se descubrió el impago del crédito personal que le otorgó la fenecida Caja de Jerez, no ha permitido que la luz se haga en el Parlamento y ahora quiere asegurarse el silencio de los taquígrafos. Como dijo el clásico del liberalismo, «cerrar puertas es cegarse deliberadamente a la verdad, condenarse a un error incorregible».

No deja de sorprender que Chaves sólo considere perjudicado su honor cuando las revelaciones las hace este periódico, pues mientras se querella contra EL MUNDO elude hacerlo contra otros medios que luego publicaron sustancialmente la misma información usando sus fuentes, e incluso colgaron en su web -como en uso de su derecho hizo Abc- el vídeo de la prueba. Honor de tuerto, desde luego. Y más aún sorprende que se olvide o renuncie -él sabrá- a querellarse contra el espía que dijo trabajar a las órdenes de quienes sientan a este periódico en el banquillo. ¿Cómo explicar esta actitud, qué puede cualificar la acción de EL MUNDO frente a las de los otros medios y, lo más importante, qué puede temer de ese informante para no perseguirlo judicialmente? La suerte de su entonces jefe de escoltas y luego promovido a alcalde de Sanlúcar la Mayor, donde -¡oh sorpresa!- acaban de dar un gran pelotazo los sobrinísimos de Felipe González, tal vez explique su contribución a la revancha del presidente del PSOE.

En esas circunstancias, quién puede dudar de que Chaves lo que busca es dar un escarmiento al periódico que, por desistimiento general, le ha colocado en más aprietos y al que acusa de constituir la única oposición en Andalucía, tratando de ningunear a las fuerzas políticas y de desfigurar la naturaleza de un medio de comunicación.

A lo largo de sus 16 años como presidente, descontando el paréntesis del bienio 94-96 en que estuvo en minoría frente a PP e IU y hubo de sacar los enseres personales de la residencia privada que se agenció a costa del contribuyente, dos veces se le ha visto realmente descompuesto: una, cuando el presidente del Betis, Manuel Ruiz de Lopera, le declaró la guerra y hubo de firmar una paz humillante con quien amenazó con modos de gánster a él y a sus consejeros, según admitían; y otra, en su batalla contra los rebeldes presidentes de las cajas.

En este último caso, sus edecanes le urgían a que actuara, si no quería que no le respetaran ni los concejales de pueblo. Puso en danza aquella frase que González le tomó al oído al panameño Omar Torrijos de «si te aflojas, te aflojan» y que Chaves repite cuando está atacado de los nervios. Y, en medio de aquella guerra fratricida, EL MUNDO estuvo allí para contar el espionaje. No esperé el Premio Andalucía de la Junta, pero tampoco sentarnos en el banquillo y penar la veracidad por una revelación de primer orden. Luego, el episodio se ha repetido con el presidente de Endesa, Manuel Pizarro, espiado por guardias civiles fuera de servicio y agentes del CNI merodeando su casa, tras ver asaltada la sede corporativa y robado un ordenador clave.

Está visto que algunos no escarmentamos, pese a ver sistemáticamente como los delitos políticos quedan impunes en Andalucía y los únicos que terminan acusados son los periodistas que se juegan el tipo y la hacienda denunciándolos. Así ha sido durante mis más de 20 años de director de periódico, aquí y en Diario 16 de Andalucía, pero aun así no ha habido día en que no aprecie el riesgo de la libertad y orgullosamente esté dispuesto a hacer frente a mi responsabilidad.

Esto es justo lo que hice ayer por la mañana en el edificio de la Audiencia de Sevilla, aunque sepa que, desgraciadamente, la verdad -bien lo sabía El Gran Inquisidor de Dostoievski- no goza de un poder inherente del que carezca la mentira para prevalecer sobre «las prisiones y las hogueras», como sentenciara Stuart Mill. Ni siquiera cuando los hechos hablan a voces.

Francisco Rosell, director de EL MUNDO de Andalucía.