El nuevo mandato encubierto del BCE

La política monetaria del Banco Central Europeo ha tenido un cambio peculiar durante la pandemia. Parece que algo que no es la meta de estabilidad de precios guía su estrategia general; esto hace pensar que la institución adoptó un nuevo mandato sin anunciarlo en público.

Desde que comenzó la crisis de la COVID‑19 a esta parte, el BCE logró eliminar la divergencia de costos de endeudamiento entre los estados miembros septentrionales y meridionales de la eurozona, al llevar el diferencial de rendimientos Norte‑Sur a mínimos históricos. Y frente a varias amenazas a la unidad de Europa (desde el gobierno de Donald Trump y el revanchismo del Kremlin con Vladimir Putin hasta una China cada vez más asertiva y el populismo interno) los funcionarios adoptaron en la práctica el «estrechamiento del diferencial» como nuevo mandato.

La presidenta del BCE Christine Lagarde y sus colegas parecen conscientes de que asegurar la unidad y solidaridad de Europa es el objetivo más importante que una institución como el BCE puede perseguir en este momento crítico. Aunque nadie en el banco vaya a admitirlo, es evidente que ahora están empeñados en mantener reducidos los diferenciales.

Con la compra de cantidades inmensas de bonos de los estados miembros periféricos, mediante la política de flexibilización cuantitativa y el Programa de Compras de Emergencia frente a la Pandemia (PEPP), el BCE aumentó la demanda de bonos de mayor riesgo en el mercado. Eso llevó a una caída por debajo de cero de los rendimientos de los bonos soberanos a diez años de Portugal y España, y a un mínimo decenal para los títulos públicos italianos.

El equipo directivo de Lagarde fue mucho más efectivo en cerrar el diferencial de tipos de interés Norte‑Sur que en cumplir el mandato de estabilidad de precios del BCE, que estipula una inflación anual «inferior pero cercana al 2%». Tal vez esto se deba a que el Consejo de Gobierno del BCE reconoció que la meta de inflación es inalcanzable sin un mayor estímulo fiscal.

Claro que un relajamiento de la meta de inflación no basta para explicar la persistente negativa del BCE a recortar la tasa de descuento, incluso frente a uno de los mayores shocks económicos de los que se tenga memoria. En la última reunión del Consejo de Gobierno, este se negó a bajar la tasa de descuento desde menos 0,5%, lo que creó el efecto de una contraproducente suba de la tasa. En términos generales, esta estrategia catapultó el euro a los niveles más altos desde 2018, y llevó a que la inflación de la eurozona se aleje todavía más de la meta del BCE, en lo que ya es el cuarto mes consecutivo de caída de precios.

La razón no declarada de esta estrategia es clara como el agua: el principal objetivo del BCE ahora es mejorar las condiciones bancarias en los países periféricos de la eurozona, y considera que recortar la tasa de descuento tendría el efecto contrario. Pese a considerables mejoras en su situación financiera, los bancos de los países periféricos siguen muy preocupados por las consecuencias de la crisis actual. Pero este problema debería resolverse por sí solo conforme las economías meridionales se recuperen.

De modo que por ahora, la respuesta prudente al desconocimiento del mandato de inflación por parte del BCE es no darle importancia. Estrechar el diferencial de rendimientos Norte‑Sur es mucho más importante para la supervivencia y prosperidad futura de Europa que ligeras variaciones en un índice de precios.

Al fin y al cabo, basta mirar los resultados. El nuevo mandato que no osa decir su nombre salvó al euro de que lo destruyera la pandemia (una posibilidad que al principio muchos temieron). Puso a la eurozona en una posición mucho más sólida, al profundizar la integración financiera y la solidaridad de Europa (y eso aumentó el interés de los inversores internacionales en los bonos de los estados miembros más débiles) justo a tiempo para la segunda ola de contagios.

Es posible que las decisiones más importantes de la reunión de la semana pasada del Consejo de Gobierno hayan sido en el sentido de estrechar el diferencial de rendimientos, con el inicio de una nueva ronda de estímulo y la promesa de aumentar la compra de bonos en 500 000 millones de euros (608 000 millones de dólares) mediante la ampliación del PEPP de 1,35 billones de euros a 1,85 billones. Al tiempo que relaja la meta de inflación, el BCE se muestra determinado a mantener la estabilidad del diferencial.

El papel de Lagarde en el nuevo rumbo del BCE ha sido hasta cierto punto ambiguo. En una conferencia de prensa en marzo subrayó que estrechar la divergencia de costos financieros entre las economías más fuertes y más débiles de la eurozona no era tarea del BCE. Pero ese comentario provocó una venta masiva en los mercados de bonos, que obligó al economista principal del BCE Philip Lane a ponerse al teléfono con las principales instituciones financieras para evitar malentendidos en relación con la política del BCE.

En tanto, la posición de Lagarde ahora es muy diferente a la que expresó hace unos meses. De hecho, ahora suena mucho menos como la Lagarde de marzo y más como el presidente francés Emmanuel Macron, para quien el apoyo a los países periféricos y la integración Norte‑Sur siempre fueron cuestiones prioritarias.

Cualquiera fuera su posición inicial, Lagarde supo cambiar a tiempo y convertirse en la líder que el BCE necesita. Tanto si la nueva estrategia de facto de achicar el diferencial lleva la marca de Macron como si no, lo que importa es que la formulación de políticas del BCE ya no está bajo el control exclusivo de tecnócratas miopes. Ahora hay una influencia tangible de políticos que entienden muy bien las necesidades de Europa, y los resultados generales son más que satisfactorios.

Melvyn Krauss is a senior fellow at Stanford University’s Hoover Institution. Traducción: Esteban Flamini.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *