El nuevo mundo destópico de Putin

Tres meses después de las protestas que derrocaron al presidente ucraniano Víktor F. Yanukóvych y a su gobierno, generando una ola de agitación y caos, el país eligió nuevo presidente. Pero el presidente ruso Vladímir Putin aprovechó la primera ocasión que tuvo para desplegar tropas y anexar Crimea, y sigue siendo la figura clave de la que depende el futuro de Ucrania, país al que empuja cada vez más hacia algo mucho más peligroso que una nueva Guerra Fría.

Al tomar firmemente las riendas del futuro de Rusia, Putin simplificó la tarea de los que buscan comprender este país. De hecho, sus acciones están determinadas por un único objetivo; y contra lo que se suele creer, no se trata de ambición imperial. En realidad, la meta a la que está subordinada cada una de sus políticas es gobernar Rusia mientras viva.

La ambición de Putin no surge de un ansia patológica de poder, sino que se deriva totalmente de preocupaciones objetivas por su propia seguridad. Sabe cuáles son las leyes del sistema autocrático que ayudó a reconstruir en Rusia, un sistema en el que un líder que pierde el poder puede terminar viéndose arrastrado fuera de alguna cloaca o ratonera para ser ejecutado (como les sucedió al coronel Muamar El Gadafi en Libia y a Saddam Hussein en Irak).

Vista en esta perspectiva, la estrategia de Putin para Ucrania ha sido coherente y lógica en todas sus etapas. En las protestas de la plaza Maidan (Independencia) de Kiev, Putin vio la posibilidad de que Ucrania trascendiera el autoritarismo corrupto poscomunista que su propio régimen encarna, y temió que el acercamiento de Ucrania a un modelo europeo de competencia económica y política agitara demandas similares en Rusia.

Para evitarlo, era preciso cortar de raíz la revolución ucraniana contra Yanukóvych, el inmensamente corrupto títere del Kremlin, y desprestigiarla ante los ojos del pueblo ruso. Que esos eran los objetivos de Putin quedó de manifiesto en el discurso que pronunció en marzo ante las élites políticas rusas, tras la anexión de Crimea.

Pero las acciones de Putin en Ucrania no solo han servido para someter a los demócratas rusos. Al concentrar su estrategia en la mayoría rusa de Crimea y declararse poseedor del derecho de “proteger” a los rusos étnicos en el extranjero, Putin sumó a su mito legitimador el papel de salvador de la nación, algo que puede ayudarlo a conservar el poder por tiempo indefinido.

El ascenso de Putin al poder, por cierto, se sustentó sobre otro mito: el del enérgico joven oficial de la KGB capaz de detener la desintegración de la Federación Rusa “liquidando” chechenos “en el retrete”, capaz de estabilizar la economía y usar la inmensa riqueza natural del país para fomentar su prosperidad. Pero de ese mito queda muy poco.

Putin sabe perfectamente lo que sucede cuando un mito rector se derrumba. La Unión Soviética se sostenía en la creencia de la población en el comunismo como camino hacia una sociedad justa. Cuando el mito se vino abajo, lo mismo le pasó a la Unión Soviética.

Desde el principio de su reinado en 2000, Putin está decidido a no cometer el mismo error. Con la ayuda de los medios de comunicación rusos, busca presentarse a sí mismo como el mesías de Rusia y convencer a los miembros de la etnia rusa, dondequiera que estén, de apoyar su liderazgo a perpetuidad. Y hasta ahora parece que lo está logrando: la anexión de Crimea obtuvo amplia aprobación en Rusia.

Pero la estrategia de Putin es sumamente arriesgada, sobre todo por el perturbador parecido que tiene con el llamado de unión lanzado por Hitler a todos los alemanes étnicos. Al poner la pertenencia étnica por encima de la ciudadanía, Putin está desafiando las bases del sistema internacional y provocando un rápido deterioro de las relaciones entre Rusia y Occidente.

Durante la Guerra Fría, la aceptación por ambas partes del concepto de “destrucción mutua asegurada” garantizó que las armas nucleares tuvieran un papel disuasor, lo que obró a favor de la estabilidad estratégica. Pero para Putin, la amenaza de un ataque nuclear es una táctica perfectamente lógica. Dada la debilidad relativa del ejército ruso en términos convencionales, el único modo que tiene Putin de afirmar su autoridad internacional es reclamar para sí total libertad de acción en el espacio post-soviético y amenazar a Occidente con iniciar una guerra nuclear limitada (que está seguro de poder ganar) en caso de que interfiera con sus ambiciones imperiales.

Esta estrategia le está rindiendo frutos. La respuesta inmediata de Estados Unidos y la Unión Europea a la anexión rusa de Crimea fue declarar “absolutamente excluida” una intervención militar, dado que Ucrania no es miembro de la OTAN.

Las relaciones internacionales nunca habían estado tan volátiles desde los últimos meses de vida de Iósif Stalin, cuando para restaurar su autoridad, este creó una estrategia basada en tres elementos: preparación para una tercera guerra mundial, liquidación de la jerarquía del Partido Comunista y antisemitismo genocida. Solo su muerte, en 1953, salvó a Rusia (y de hecho, al mundo entero) de que las cosas se dieran según sus planes.

¿Quién salvará al mundo de Putin?

Andrei Piontkovsky is a Russian political scientist and a visiting fellow at the Hudson Institute in Washington, DC. Traducción: Esteban Flamini

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