El nuevo rey

La sucesión a la Corona es un tiempo de doble renovación: cambia el país y cambia también el Príncipe que se convierte en Rey. Los ritmos de la transformación son desiguales: el país empieza a mudar lenta y sutilmente, el nuevo Rey se transforma desde el momento mismo en que ciñe la corona, y el cambio es siempre a mejor. Cuando los vectores de la historia, la responsabilidad y la soledad convergen sobre la persona del monarca recién proclamado, los efectos son siempre positivos. Shakespeare, que tiene historias para todas las situaciones, cuenta en dos de sus mejores dramas patrióticos la del joven y disoluto príncipe Harry, quien, tras la muerte de su padre, abandona las malas compañías y pasa a ser el gran Rey de Inglaterra Enrique V. La coronación transforma lo malo en bueno y, como ocurrirá con Don Felipe, lo bueno en mejor.

El nuevo reyEl hombre nuevo que sale de la coronación conserva, sin embargo, su personalidad, y con el color de ese cristal lo ven tanto sus contemporáneos como la posteridad. Conocida es la brillante caracterización que Gregorio Marañón hizo de los cinco reyes de la Casa de Austria: Carlos V inspira entusiasmo; Felipe II, respeto; Felipe III, indiferencia; Felipe IV, simpatía, y Carlos II, lástima. Tras cada uno de esos juicios sintéticos, que relumbran como fogonazos, está la personalidad de un Rey. La personalidad: ese es uno de los pocos puntos en que, por exigencias de la naturaleza, el nuevo Monarca viene obligado a separarse de su antecesor. En general, una de las principales bazas de la monarquía es la continuidad y la serenidad que ofrece en el ámbito de la jefatura del Estado; de ahí que para un Príncipe, antes y después de la sucesión, seguir el cuarto mandamiento sea también cumplir un deber constitucional. Pero la personalidad de un Rey es solo suya y debe aprender pronto a identificar y a promover las mejores virtudes que la componen.

De esas virtudes saldrá la imagen que los ciudadanos se formen de su Rey. El cuidado de esa imagen es a la vez algo fundamental y cotidiano, pues la figura del Rey está siempre presente, aunque solo sea porque su efigie aparece en los millones de monedas y de sellos que pronto circularán de mano en mano. En el caso de Don Felipe, ¿cuáles pueden ser esas virtudes definitorias de un perfil? A la vista de su larga trayectoria como Príncipe de Asturias, yo destacaría tres: seriedad, sencillez, sentido del deber. Y si, para ilustrar tales virtudes, tuviera que poner algún ejemplo contemporáneo de monarca y de reinado, elegiría sin duda el de Balduino, Rey de los Belgas, que subió al trono en circunstancias difíciles y representó incansablemente la unidad de su país contra vientos duros y mareas vivas.

¿Cuál habrá de ser la agenda real para los primeros años del reinado? Don Felipe ya es conocido por los dirigentes de casi todos los países, pero deberá presentarse como Rey ante el mundo entero. Una vez que, en cumplimiento de una profecía de Adam Smith, todos los pobladores de la Tierra nos hemos convertido en comerciantes, esa presentación es una necesidad empresarial que tiene España. En el confuso y mercurial caleidoscopio de la globalización, muchos países están representados por jefes de Estado sin nombre y sin rostro, que van y vienen, y frente a ellos tiene una indudable ventaja competitiva una nación cuyo símbolo permanente es una monarquía parlamentaria de tanta personalidad como la española. Y es que, igual que la inglesa, y a diferencia de las monarquías escandinavas o de las del Benelux, esa gran monarquía del sur que es la nuestra tiene características únicas.

Con ser la esfera internacional muy importante, hay en estos momentos en España cosas urgentes que requieren una atención prioritaria. Se dirá, con razón, que el Rey reina, pero no gobierna, y ello le permite dedicarse a lo importante, dejando lo urgente para el Gobierno. Pero hay veces en que lo importante y lo urgente coinciden, y así ocurre hoy en nuestro país. Por eso, no parece recomendable una agenda internacional demasiado cargada para los primeros años del reinado de Don Felipe. En uno de los mejores lugares del Romancero aparece este consejo que le dio el Cid a Alfonso VI en el claustro de San Pedro de Cardeña: «Nuevo sois, Rey Don Alfonso / Nuevo Rey sois en la tierra / Antes que a guerra vayades / Sosegad las vuesas tierras / Muchos daños han venido / Por los reyes que se ausentan / Que apenas han calentado / La corona en la cabeza». Sosegad las vuesas tierras: esta ha de ser la primera misión del nuevo Rey. Una España todavía aturdida por los golpes de recesión, desmoralizada por la crisis institucional, alarmada por los crujidos de la estructura territorial del Estado, y en especial por los que se oyen en Cataluña, necesita un lugar firme donde poner los ojos. Son muy adecuadas para este propósito la presencia y la voz de Don Felipe de Borbón, que bien podría hacer suya aquella exhortación preliminar que utilizaba el más ilustre y prudente de sus tocayos reales: «Sosegaos».

Tiempo habrá, pues, para que el nombre del nuevo Rey se vaya convirtiendo en un «household name», es decir, en un nombre que no solo es conocido en los círculos del poder, sino también en muchos hogares de los principales países del planeta, como se conoce hoy, tras su gran reinado, el nombre del Rey Juan Carlos. Pero de momento los desafíos más importantes están aquí, en España, y hay que ocuparse de ellos inmediatamente. En primer lugar, habría que aprovechar que el periodo de gracia del nuevo Rey coincidirá en gran medida con este verano de 2014. El veraneo de Felipe VI deberá ser muy poco vacacional y muy ajetreado e itinerante, mezclando «mar i muntanya», por decirlo al estilo gastronómico catalán. Habrá que navegar por todos los mares y todas las rías, y dejar en muchos sitios de España la huella de una inolvidable primera visita real.

Con el comienzo de curso volverán los españoles a sus trabajos y profesiones, y el nuevo Rey, que casi no habrá descansado, deberá estar de los primeros en su despacho. Por lo demás, y pensando siempre en el largo plazo, la vía profesional (sectores empresariales, sindicatos, cuerpos de funcionarios de las distintas Administraciones, organizaciones de profesionales titulados…) será cada vez más un complemento indispensable de la vía política para que el Monarca conozca mejor las vidas reales de los españoles. La propia profesión militar de Don Felipe será clave en su relación con los Ejércitos, cuyo mando supremo le corresponderá desde su proclamación. No es casualidad, sino fruto del mismo proceso de maduración política y social, que el Príncipe mejor preparado de nuestra historia vaya pronto a mandar las Fuerzas Armadas con el más alto nivel de formación, profesionalidad y disciplina.

En fin, la tarea es larga, multiforme y compleja. Pero las esperanzas depositadas en el nuevo Rey parecen bien fundadas. Solo queda desearle, con palabras del himno de esa otra gran monarquía parlamentaria que es la japonesa: reina, señor, hasta que los guijarros de hoy formen grandes rocas cubiertas por el musgo.

Leopoldo Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín, abogado.

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