¿El nuevo terrorismo? (1)

Margot Wallström, la ministra de Exteriores sueca, señaló hace unas semanas que la causa del terrorismo era la pobreza. Ha hecho una dilatada carrera política y entró en el Parlamento a los 25 años. También ha sido votada como la mujer más popular en Suecia, pero no es una experta en terrorismo. Expertos como A.B. Kruger, de Princeton, nos dicen que esto, sencillamente, no es cierto. Ojalá Wallström tuviera razón. Significaría que si no hubiera paro ni hambre no habría terrorismo. Pero si nos fijamos en los 70 países más pobres del mundo no observamos en ellos una considerable dimensión terrorista. Ni tampoco la observamos en países muy ricos como los estados del Golfo, Kuwait o Qatar. Aunque esta es una dimensión diferente y las razones son diferentes.

Cuando escribí Una historia del terrorismo hace más de cuarenta años, tuve quizás a mi alcance dos o tres libros que pudieran guiarme en esta cuestión. Existían estudios sobre países en particular, pero sobre el fenómeno del terrorismo, el porqué del terrorismo y sus rasgos sociológicos, sobre cuándo triunfaba y cuándo fracasaba, había poco o nada. En la actualidad, existen cientos, quizá miles de estos libros, publicaciones y conferencias. El terrorismo no se enseñaba en el ámbito universitario porque no se consideraba un tema respetable e importante. Fui probablemente el primero que impartió un seminario sobre estas cuestiones en EE.UU. y probablemente tuve audiencia porque no lo llamé terrorismo sino violencia. En la actualidad puede obtenerse un doctorado incluso en Oxford, la universidad más respetable. No todo lo que se enseña en universidades sobre terrorismo se debería tomar como una verdad evangélica. En el currículo de materias se han incluido toda clase de extrañas teorías. Algunas probablemente políticamente motivadas, otras defendidas y patrocinadas por profesores que quieren ser originales a cualquier precio. ¿Quién abordaba el terrorismo tanto en su dimensión de acción terrorista como también a nivel teórico, por ejemplo en lo que se refiere al análisis de su pensamiento? Muy pocas personas, habitualmente pertenecientes a los servicios de seguridad, lo hacían y, en todo caso, de forma complementaria. Actualmente en EE.UU. hay un Departamento de Seguridad Nacional que se ocupa exclusivamente del terrorismo y contraterrorismo. Emplea, créase o no, a unas 240.000 personas. Tiene un presupuesto de más de cuarenta mil millones de dólares, mayor que el PIB de no pocos países miembros de la ONU. Está el FBI, desde luego las fuerzas armadas y algunas organizaciones menos conocidas que operan en el terreno económico. Otros países no emplean tanta cantidad de personal pero sí un número significativo, aunque no se divulgue a los cuatro vientos. ¿Se sienten o son más seguras las sociedades por tal motivo?

Es imposible contestar a tal pregunta, simplemente porque las amenazas que penden sobre ellas no son las mismas. Un ejemplo obvio: hace cuarenta o cincuenta años no existían, ni remotamente, tantas grandes comunidades o grupos en Europa y EE.UU. que las fuerzas de seguridad considerasen bases que reclutasen militantes terroristas con sus correspondientes partidarios y seguidores. Hace cincuenta años el aparato de propaganda de los movimientos terroristas no tenía un papel significativo. Hoy, con el desarrollo de los medios y redes sociales, este aparato ha crecido inmensamente. La simple observación del perímetro terrorista y su penetración da cuenta indudablemente de la existencia de grandes recursos. ¿Se justifica en algún caso la existencia del terrorismo? Han existido a lo largo de toda la historia teorías en el sentido de que el terrorismo solía ser, si no siempre y de modo permanente, un movimiento de liberación nacional o social. Hay que remontarse a la edad media y a la escuela llamada “monarcómana”; sus representantes más prominentes eran el jesuita español Juan de Mariana y el inglés John de Salisbury. Argumentaban que los reyes debían, en principio, ser obedecidos. Pero si el gobernante era malvado, injusto o incluso un asesino, era no sólo el derecho sino incluso el deber de los ciudadanos resistir y aun, en caso necesario, matarle. Muchos de los movimientos terroristas del siglo XIX fueron movimientos de liberación de un tipo u otro. Iban contra déspotas o invasores extranjeros.

El terrorismo acostumbraba a ser selectivo, sus objetivos eran reyes, dictadores, líderes militares. Pero en las últimas décadas se ha convertido en algo indiscriminado que muestra la intención de matar a tantas personas como sea posible. Es impensable que los terroristas del siglo XIX mataran a niños, mujeres o personas mayores o se involucraran en asesinatos masivos. Era inconcebible que terroristas de otros tiempos se involucraran como el nigeriano Boko Haram en actos de esclavitud sexual y venta de mujeres, sobre todo de jóvenes muchachas. El terrorismo ha cambiado su naturaleza. Originalmente antidespótico, se ha convertido en una nueva forma de despotismo que trata de imponer sus convicciones y estilo de vida sobre todos aquellos no pertenecientes al mismo grupo religioso o ideología. Los terroristas no eran santos, pero sin duda observaban un código de conducta. ¿Cómo explicar esta limitación de controles y cortapisas? ¿Es una nueva estrategia o se trata de un nuevo fanatismo procedente de ciertas creencias religioso/fanáticas? ¿O es tal vez la rápida radicalización un sinónimo de un giro o vuelta a la barbarie? Tales cuestiones han de ser examinadas y analizadas con mayor detalle y profundidad.

Walter Laqueur, historiador estadounidense, autor de ‘Una historia del terrorismo’. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.


Leer segunda parte: Tregua Dei.

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