El objetivo de las empresas

Desde hace algún tiempo, la prensa anglosajona ha convertido este objetivo en un tema preferente y en su gran mayoría las opiniones coinciden en afirmar que debe existir un «purpose beyond profit», un objetivo más allá del beneficio, y, dentro de esta idea, el pasado mes de agosto, 181 presidentes ejecutivos de «business roundtable» firmaron un documento en el que reconocen que las empresas se deben además de a sus accionistas, a sus clientes, sus empleados, sus suministradores y a la comunidad en donde operan y en concreto a su mejoramiento social, ambiental y económico.

La verdad es que han tardado mucho en hacer esta declaración que ya estaba en el concepto de Responsabilidad Social Corporativa que el economista americano Howard R. Brown, en su obra «Social Responsabilities of the Businessmen» analizó con lucidez en 1953 y que a partir de los 70 empezó a avanzar con fuerza y sin pausa hasta nuestros días.

Este avance empieza ya a tener detractores que afirman que se está poniendo en riesgo la esencia de la empresa cargándola con excesivos compromisos y responsabilidades y con ello se ha abierto el viejo debate que protagonizaron Kenneth Galbraith y Milton Friedman, dos grandes economistas que influyeron decisivamente en la vida americana y también en el resto del mundo occidental y cuyas ideas, como ya hice en su día, podrían resumirse utilizando sus frases más significativas:

-Friedman: «Si pones el desierto a cargo del gobierno, en cinco años habrá escasez de arena»; «tenemos un sistema que cada vez grava más el trabajo y cada vez subsidia más el no trabajo»; «la inflación es la única forma de impuestos que se pueden imponer sin legislación»; «los almuerzos gratis no existen»; «la responsabilidad social de los negocios consiste exclusivamente en incrementar los beneficios»; «la solución gubernamental a un problema es normalmente tan mala como el mismo problema».

-Galbraith: «La ideología retrae el pensamiento. El patriotismo es el último refugio de las mentes defectuosas»; «la modestia es una virtud extremadamente sobrevalorada»; «cuanto mayor la riqueza más espesa la suciedad»; «el único valor de las predicciones económicas es que dignifica las predicciones astrológicas»; «pedirle a Friedman que opine sobre el plan económico a cinco años de la India, es como pedirle al Papa consejos básicos para dirigir una clínica anticonceptiva»; «la mera riqueza, aún en casos extremos, logra generar una apariencia de inteligencia»; «bajo el capitalismo el hombre explota al hombre, bajo el comunismo es justo lo contrario»; «las carencias políticas, intelectuales y de otro tipo del presidente Bush no pueden resumirse en una o dos frases».

En estos momentos el debate se está haciendo más ideológico, más agresivo y aún más sectario. Para mucha gente lo que está en cuestión es el propio modelo económico e incluso en ambientes conservadores se habla de la necesidad de resetearlo a fondo para evitar una decadencia acelerada.

El tema básico sigue siendo la impotencia del modelo actual para corregir la reciente desigualdad económica que está alcanzando límites dramáticos en los Estados Unidos y que sigue la misma tendencia en Europa. La concentración del poder económico cada vez en menos manos no es ciertamente un factor que ayude a la sostenibilidad del sistema y estamos viendo día a día como la desigualdad está generando graves conflictos políticos y sociales en muchos países.

Hay que afrontar decididamente este reto y especialmente en tiempos de desaceleración económica. Las crisis siempre afectan más negativamente a las clases menos favorecidas y además suelen crear oportunidades de enriquecimiento a quienes cuentan con la información adecuada y tienen capacidad financiera. Si queremos que perviva el modelo político y económico actual, no hay otra salida ni solución que alcanzar una distribución de la riqueza que sea asumible por el conjunto de la ciudadanía. Acentuando la desigualdad, liquidando a las clases medias, no hay sostenibilidad alguna. Es avanzar ciegamente -y eso es lo que estamos haciendo- hacia un futuro tan imprevisible como inquietante. La buena noticia es que los propios empresarios son ya conscientes de este riesgo. No hace mucho tiempo, el presidente del Círculo de Empresarios declaraba lo siguiente: «Durante la crisis el trabajador medio ha tenido que aceptar la reducción de salarios y los de los ejecutivos han subido. En el Círculo pensamos que debe haber una sociedad justa y no más brechas tan enormes porque a la larga dañas la economía y la empresa. La consecuencia de todo eso es el populismo». Y otra buena noticia: la concesión del reciente premio Nobel de Economía a los profesores Abhijit Banerjee, Esther Duflo, y Michael Kremer, «por sus aproximaciones experimentales al alivio de la pobreza global».

Parece pues llegado el momento de no seguir jugando con fuego. Tenemos que empezar a mejorar todos los índices de desigualdad ya sea económica, educativa, de género, tecnológica o territorial, y convencernos de que el futuro de la humanidad depende especialmente de la calidad ética de los ciudadanos y, en este sentido, el margen de mejora que tenemos es verdaderamente amplísimo. La deriva hacia formas diversas de corrupción sigue siendo fuerte al igual que la resistencia a la transparencia informativa. Pero ya empiezan a detectarse signos de cambio positivo que se irán concretando y materializándose a corto y medio plazo. No hay otro camino. El mundo empresarial tiene que aceptarlo.

Antonio Garrigues Walker es jurista.

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