El odio etarra continúa, las instituciones se ponen de perfil

El odio etarra continúa, las instituciones se ponen de perfil

Esta semana los cachorros de la banda terrorista ETA han eclipsado a sus mentores. Cuando todo indicaba que las noticias se centrarían en el quinto aniversario del “cese definitivo de la violencia”, los radicales se han pasado de frenada. Habíamos visto los homenajes a los terroristas en la calle, la celebración de jornadas pidiendo la salida de las Fuerzas de Seguridad del País Vasco y Navarra y hasta la contaminación de las fiestas populares con carteles y brindis en honor a los terroristas, pero todo quedaba ahí. Hasta ahora.

La madrugada del pasado sábado, dos agentes y sus parejas fueron agredidos en un bar de Alsasua. El relato de los hechos es la crónica de una emboscada. Los radicales y sus medios afines se han apresurado a negar la “versión oficial”, pero hay extremos que son incuestionables: cuatro personas fueron hospitalizadas con diversas heridas y una de ellas, el teniente de 24 años, fue operado del tobillo y tiene por delante una larga recuperación. Esto no es una versión sino, simplemente, el parte del linchamiento.

El escenario, en cualquier caso, no es casualidad. Alsasua es un pueblo de la comarca de la Barranca, fronteriza con Guipúzcoa, en el que viven cerca de 8.000 personas. La zona reúne a algunos de los pueblos más radicalizados de Navarra, como Etxarri-Aranatz, donde en septiembre el grupo ATA, formado por disidentes de ETA, trató de celebrar una manifestación ilegal a favor de la amnistía; o Lakuntza, donde el Ayuntamiento gobernado en solitario por EH Bildu incluyó en su programa de fiestas del año pasado una comida a favor de los presos de ETA.

La propia Alsasua acogió en 2014 una reunión de etarras huidos en la que nos plantamos tres mujeres de Covite para exigirles que colaboraran para aclarar los asesinatos sin resolver. Que los etarras escogieran este pueblo como sede no era casualidad: para entonces, Alsasua ya se había convertido en un feudo de los radicales.

En 2011 el Ayuntamiento había autorizado la creación de un movimiento llamado Ospa (Huida) que, para su puesta de largo, realizó una parodia sobre el Rey que le costó a la entonces alcaldesa de EH Bildu la imputación por un delito contra la corona. Más tarde, sus miembros decidieron enfocar su actividad a organizar jornadas pidiendo la salida de las Fuerzas de Seguridad de Navarra y el País Vasco, por lo que la profusión de eventos festivos estaba asegurada: en 2013 se formó una cadena humana en una plaza de la localidad y sus miembros eligieron una fachada con un imponente anagrama de ETA para colocar una pancarta pidiendo la marcha de los agentes; en 2014 unas 300 personas participaron en un pasacalles que terminó con la quema de un tricornio gigante y de un muñeco vestido de uniforme; en 2015 los radicales amedrentaron a agentes de la Guardia Civil durante una manifestación pidiendo su “expulsión”; y este año teatralizaron la salida de los agentes en la plaza del pueblo. En todos los actos se repetía un lema veterano en el entorno radical abertzale: Alde Hemendik (Fuera de aquí).

Lejos de limitarse a una consigna, Alde Hemendik es el título de una campaña. La ideó la cúpula de ETA en los años noventa, la puso por escrito en un libro de instrucciones llamado Manual práctico de Alde Hemendik —que guardaba el etarra Kantauri hasta que fue detenido— y se la encargó a la izquierda abertzale. La idea consistía en perpetrar una cadencia de ataques e intimidaciones contra miembros de las fuerzas de seguridad y sus familias a base de “amenazas, coacciones y presiones” para lograr “la precarización de las condiciones de su trabajo y de su vida personal y familia” y, en definitiva, su marcha.

Durante años, los cachorros de la banda han tomado la consigna al pie de la letra y se han dedicado a propagar ese odio que va calando hasta que, por acumulación, estalla. “Alde hemendik” le gritaron los radicales a los guardias civiles y a sus novias en Alsasua antes de agredirles.

Pensar que lo ocurrido es una simple pelea de bar es una ingenuidad e implica ignorar el caldo de cultivo ideológico que hay detrás. Por ello, el Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite) va a interponer una denuncia contra los agresores y sus colaboradores por un delito de terrorismo en conexidad con delito de odio, porque es del proyecto político totalitario y excluyente de ETA de donde emana este sentimiento. Es imposible calibrar la medida de la animadversión que los radicales llevan años insuflando, pero al menos podemos empujar a la Audiencia Nacional a que la tenga en cuenta para juzgar los hechos.

Por desgracia, lo que hoy ocupa portadas no nos pilla por sorpresa. Covite ha denunciado por activa y por pasiva que el País Vasco y Navarra concentran los mayores índices de radicalismo violento de Europa; que las instituciones se ponen de perfil mientras en las calles, el culto al asesino se ha convertido en norma; que ningún gobierno, ni local, ni regional, tiene una estrategia para frenar el avance del extremismo abertzale.

Porque, claro, ETA ya no mata y esto ahora no interesa. Hasta que ocurre algo como lo de Alsasua y caemos en la cuenta de que los comandos pueden desarticularse, pero que el odio, ese que lleva calando más de cuatro décadas, no se desactiva tan fácilmente.

Consuelo Ordóñez, presidenta de COVITE.

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