El oportunismo de ETA

Joseba Arregui, ex consejero del gobierno vasco y miembro de Aldaketa (ABC, 28/09/05).

Nos hemos convertido todos en grandes exégetas de ETA. Como ha solido decir uno de los mejores analistas de ETA, aunque ésta no tenga ninguna ideología, sus intérpretes suplimos con creces esa falta. En la última declaración de ETA, una declaración doble, como casi siempre, de acto -bomba- y de palabra, declaración hecha llegar a los medioas afines, habla de oportunidades para el pueblo vasco. Lo dice usando violencia, pero sin matar, y lo dice analizando la situación política actual, pero sin renunciar a sus postulados.

Pero lo que queda en los medios de comunicación es el eco positivo del término oportunidad: Euskadi, el pueblo vasco, se encuentra ante una gran oportunidad. Da la impresión de que ETA valora positivamente la situación actual, cuyo único fundamento es su propia derrota. Pero si valora positivamente la situación actual es porque no se siente nada derrotada, o porque, aunque se sienta derrotada, piensa que puede convertir la derrota en victoria definitiva.

Porque la oportunidad de la que habla ETA es la oportunidad de llevar a cabo su programa de siempre: una Euskadi entendida como Euskalherria, es decir, una Euskadi a la que se le aplica el principio de la territorialidad nacionalista, y una Euskalherria definida según el principio del derecho de autodeterminación en interpretación también nacionalista. Y porque sólo se trata de una oportunidad, es necesario que ETA siga siendo lo que ha pretendido siempre: la avanzada revolucionaria que dirige la lucha popular que impulsa el movimiento que necesariamente ha de conducir a la consecución del fin ineludible del fin político de ETA.

Todos sabemos que el término oportunidad conlleva un significado positivo. Hablamos de la democracia como de un sistema que se legitima porque asegura la igualdad de oportunidades. En democracia todos los ciudadanos tienen las mismas oportunidades: de hacer carrera, de llegar a ocupar un puesto político, de llegar a ser ricos. Si ETA habla de oportunidad, debe ser algo positivo: se ha abierto un tiempo en el que algo positivo puede suceder para Euskadi, para la sociedad vasca, para España. No nos cerremos a esa oportunidad. Si hasta ETA reconoce que estamos en una situación de oportunidades para que algo nuevo suceda.

Es verdad que inmediatamente se añade que la oportunidad de la que habla ETA está ligada a la necesidad que proclama ella misma de seguir luchando con todos lo medios habituales -violencia y movilización popular- paraalcanzar los fines de siempre. Pero esta salvaguarda viene como añadido.

Y podemos caer en la tentación de no darnos cuenta de que el problema no está en las condiciones que añade ETA a la oportunidad, sino en el mismo discurso de la oportunidad. Porque lo que es oportunidad para ETA es la desgracia de cualquiera que sea demócrata de verdad en Euskadi y en España. La oportunidad de ETA es la posibilidad de, por fin, alcanzar lo que siempre ha pretendido a través del terror, del asesinato y la extorsión: una Euskadi definida sin tener en cuenta para nada a todos aquellos ciudadanos que no son nacionalistas. Una Euskadi que se corresponda con la intención de quienes han asesinado a casi mil personas. Una oportunidad para que todos estos asesinados desaparezcan de la memoria institucional de Euskadi.

El problema del comunicado de ETA no radica en que invita a sus seguidores a seguir con las movilizaciones populares, sino en que considera que la situación actual es muy buena para conseguir sus fines: la materialización del proyecto político que ve a Euskadi como una Euskalherria definida sólo por nacionalistas y en la que sobran todos los que no lo sean en su calidad de ciudadanos.

Quizá sea el momento de recordar que todos los movimientos terroristas han actuado siempre por lo menos en dos frentes: el frente violento, dirigido a causar suficientes daños al enemigo como para obligarle a entrar en negociaciones, y el frente de la propaganda, dirigido a convencer a la ciudadanía de que lo democráticamente más aceptable, lo más humano, lo más progresista, lo más de izquierdas, lo más avanzado, lo más noble y ético es aprovechar las oportunidades de la paz, la aceptación de las exigencias de quienes han utilizado la violencia terrorista siempre que esas exigencias puedan ser formuladas en términos supuestamente democráticos, aceptables, humanitarios, progresistas, dialogantes.

La oportunidad de la que habla ETA no es la oportunidad de la paz, es la oportunidad de la victoria del terror sobre el Estado de Derecho. La oportunidad de la que habla ETA no es la oportunidad de poner fin a una desgraciada historia de violencia, sino la oportunidad de alcanzar los fines perseguidos desde siempre por esa violencia terrorista. La oportunidad de la que habla ETA no es la oportunidad de enterrar dignamente a los asesinados gracias a la victoria del Estado de Derecho, sino la ocasión de abandonarlos en la fosa común del olvido histórico.

Cuando un proyecto político, como es ETA, ha caído en la trampa de utilizar dos lenguajes, el lenguaje de las palabras y el lenguaje de los actos de violencia y de terror, los interlocutores nunca pueden caer en la trampa de dar prioridad en la interpretación a las palabras sobre los hechos. La verdad de ETA desde que usó la violencia -y lo hizo, en proyecto, desde sus mismos inicios- está en sus actos, y no en sus palabras. Por eso, la única posibilidad de que se pueda entrar en interlocución alguna con ETA es la renuncia explícita y comprobable al uso del otro lenguaje, el lenguaje del terror. Una posición que miembros del Gobierno afirman una y otra vez que es la suya. Es de esperar que no se trate sólo de una afirmación, sino del impulso vital que informe todas sus actuaciones en relación a ETA. Todo lo demás sería incomprensible en los encargados, y cualquier gobierno no es otra cosa, del mantenimiento del Estado de Derecho.