El oportunismo hidráulico del tripartito catalán

La imagen del tripartito catalán nunca ha sido buena. Conviene recordar que el actual Govern presidido por José Montilla no es el resultado de un triunfo electoral, sino la consecuencia de un pacto entre tres partidos perdedores. Mal empezamos. Para seguir, hay que constatar que el discurso del tripartito gira alrededor del progresismo, el victimismo y el diferencialismo. Discurso que -mal continuamos- tilda de reaccionaria a cualquier persona que tenga una visión del mundo distinta a la de la izquierda, fomenta la llamada cultura del no que sólo ofrece una utopía negativa, atiza sin descanso el miedo a la derecha, habla de una España que no reconoce su carácter plurinacional, exige un trato bilateral con el Estado, reclama un régimen fiscal preferente, impulsa una política lingüística monolingüe, promueve lo considerado propio en detrimento de lo impropio con el objeto de distanciarse de lo español. Y la lista podría alargarse con las ideas, opiniones y actitudes de ciertos personajes -alguno de ellos rayando el chovinismo- cuya profesión parece consistir en cuestionar o ridiculizar lo español en beneficio propio. Así las cosas, no resulta fácil, como adelantábamos, tener una buena imagen en el conjunto de España. Aunque sí es cierto que, en esa tierra de progresistas y nacionalistas que es Cataluña, el discurso del tripartito, aderezado con la estrategia del miedo, ha dado réditos políticos y electorales. Pero, como suele decirse, todo lo que es susceptible de empeorar acaba empeorando. Incluso, en Cataluña. Es lo que, a raíz de la crisis del agua, ha ocurrido con la imagen del Govern. Y la causa de este empeoramiento de imagen hay que buscarla, paradójicamente, en el discurso de un tripartito que está prisionero de sus propias palabras.

El discurso del tripartito -progresismo, victimismo, diferencialismo- ha dado lugar a una práctica en la cual la esencia está por encima de la existencia. En un principio, el tripartito dijo «no» al trasvase de agua del río Ebro. En este caso, la esencia del progresismo ecologista impone su ley. ¿La solidaridad con las Autonomías españolas que necesitan agua? «Ni una gota del Ebro para Valencia», se afirmó textualmente en su día. En este caso, la esencia nacional catalana se niega a compartir lo propio -¿quizá el agua tiene propietario?- con el otro. Y más si ese otro -Comunidad Valenciana y Región de Murcia- está gobernado -la esencia del progresismo político entra en acción- por una derecha a la cual hay que acorralar como sea. Al enemigo ni agua, reza el dicho. Pero, en eso que Cataluña, según el consejero de Medio Ambiente del gobierno autonómico, entra en fase de «emergencia nacional» -en Cataluña todo es siempre nacional- por culpa de la pertinaz sequía. Veamos. ¿Qué hace el consejero? Busca agua. Nada que objetar: al fin y al cabo, esa es su obligación. Pero, ¿dónde está el agua? A falta de lluvia, con los embalses bajo mínimos, con las desalinizadoras prometidas sin construir, el agua está en el río. Y el consejero propone sacar agua del Segre, un afluente del Ebro. O lo que es lo mismo, un trasvase en toda regla que el consejero -usos y costumbres del progresismo semántico- encubre y disfraza con la expresión «captación temporal del agua». Un trasvase que recibe el apoyo del Govern de la Generalitat con el President José Montilla a la cabeza.

Pero, ¿acaso no se habían negado al trasvase del Ebro por considerarlo insostenible? ¿Acaso no se habían manifestado en contra movilizando, también, a la ciudadanía y a lo que en Cataluña llaman el «territorio»? Sí, eso habían dicho y hecho -un brillante ejercicio de demagogia, sin duda- en 2003 y 2004 como banderín de enganche electoral contra Convergencia i Unió y el Partido Popular entonces en el poder y partidarios del trasvase. Y ahora, cuando la sequía aprieta, ¿cómo salir de la trampa que, finalmente, el tripartito se ha tendido a sí mismo? No hay escapatoria posible. Quien a discurso mata a discurso muere, podríamos decir. En definitiva, el cazador cazado. Y la farsa prosigue cuando se solicita agua de Carboneras. Noten el detalle: del Ebro no se puede transportar agua a Almería, pero de Carboneras a Barcelona, aunque se trate de una desalinizadora, sí puede transportarse. Una visión muy particular de la solidaridad. De una solidaridad que, por cierto, no existe entre las propias comarcas catalanas enzarzadas en una particular batalla del agua. Y menudo oportunismo el de un socialismo catalán que, después de negar el trasvase del Ebro a otras Comunidades, dice ahora que «Cataluña también es España» y reclama «coordinación y lealtad institucional». Y está la prepotencia de un socialismo catalán que amenaza (¿rebelión a bordo?) con el trasvase del Segre sin el permiso del Gobierno. La guinda: el hermeneuta José Montilla aclarando -así se presiona al Gobierno desde el poder autonómico por la vía de los hechos consumados- que la promesa de José Luis Rodríguez Zapatero de estudiar el trasvase del Ródano obedece a un acto de «cortesía» del Presidente.

La crisis del agua ha puesto al descubierto las miserias y contradicciones de un tripartito catalán que, prisionero de sus propias palabras, se ha quedado sin discurso y sin autoridad moral. Se ha quedado sin discurso, porque resulta muy difícil confiar en quienes dicen una cosa o la contraria en función de sus intereses más inmediatos y prosaicos, porque resulta muy difícil creer en las palabras de quienes ocultan el trasvase del Segre y el Ebro después de haber asegurado que nunca tendría lugar, porque resulta muy difícil fiarse de quienes cuando se descubre el engaño retuercen la semántica, porque resulta muy difícil esperar algo de quienes impulsan un trasvase saltándose la legalidad vigente y al margen del Gobierno. Y el tripartito, decíamos, se ha quedado sin autoridad moral, porque ha supeditado la política del agua al corto plazo electoral vía criminalización del adversario político, porque ha cortado de raíz cualquier debate sobre las ventajas e inconvenientes del trasvase del Ebro, porque ha sido incapaz de tomar soluciones estructurales para enfrentarse a la escasez crónica de agua que padece Cataluña, porque ha impulsado la delación de quienes supuestamente hacen un mal uso del agua, porque ha utilizado la solidaridad a conveniencia propia. En definitiva, por su aldeanismo y oportunismo hidráulicos. El tripartito catalán se ha quedado sin autoridad moral por ineficaz e irresponsable. Y por no responder a lo que cabe esperar de un gobierno en cuestiones de Estado: gobernar de acuerdo al interés general. Y en eso el gobierno catalán de José Montilla tiene en quien inspirarse: el gobierno español de un José Luis Rodríguez Zapatero que, por oportunismo electoralista, se niega a aceptar que el agua es de todos los españoles.

El tripartito catalán, incapaz de superar sus contradicciones, incapaz de romper la relación entre política, demagogia e interés, empieza a hacer aguas por méritos propios. El agua -que José Montilla no ha querido ni sabido gestionar- comienza a penetrar en ese barco sin otro rumbo que el mantenimiento del poder que es el Govern de la Generalitat de Cataluña. La imagen del tripartito catalán continúa siendo mala. Necesita mejorar.

Miquel Porta Perales, crítico y escritor.