El oráculo de la sociedad civil

Chalecos que permiten oír a los sordos, cámaras que capturan en imágenes el sonido del viento, la becaria arrepentida que se erige como defensora de la privacidad en Internet, colonias humanas en Marte y el hombre que decide transformarse en mujer mientras construye un imperio empresarial de miles de millones de dólares. Esta semana he asistido de nuevo al ciclo de conferencias TED (de la organización Tecnología, Entretenimiento, Diseño) en Vancouver, donde más de 100 oradores han presentado durante cinco días sus historias y descubrimientos.

Estas conferencias de hasta 20 minutos de duración comprimidas en una semana de intensas sesiones tendrán más de mil millones de visitas cuando se publiquen en Internet. Por su contenido, su diversidad y su calidad son, a mi juicio, el oráculo de la sociedad civil global del siglo XXI.

Sentados junto a mí en la audiencia han estado durante estos cinco días Jeff Bezos, Al Gore, Marissa Mayer, Larry Page, Sergey Brin y Bill Gates, entre otros. Ningún político en activo. Ningún alto cargo gubernamental. Tan solo sociedad civil.

El inspirador y propietario de estas conferencias, Chris Anderson, modera estos ciclos de ponencias con especial maestría. Durante los 14 años que lleva al frente de TED cientos de productos e ideas se han difundido desde esta plataforma.

Al comienzo de esta semana, Chris nos marcó el objetivo de escuchar con atención cada una de las presentaciones y atar los cabos sueltos que el poso de cada una de ellas dejase en nosotros: “connecting the dots” (“unir la línea de puntos”) que diría Steve Jobs. Y eso es lo que me gustaría hacer hoy aquí.

El primer cabo que me gustaría atar es la tremenda explosión de nuevos desarrollos tecnológicos que están revolucionando nuestras sociedades y economías. Con frecuencia la innovación es el resultado de simples intercambios entre gente de distintas disciplinas, y en TED hemos visto buenos ejemplos de ello.

Así, el químico Joseph DeSimone nos enseñó cómo se puede desarrollar impresión en 3D con luz y oxígeno a una velocidad de hasta 100 veces mayor que la impresión 3D convencional. Abe Davis, del MIT, nos mostró videos grabados con cámaras de alta velocidad y alta sensibilidad que pueden capturar las vibraciones producidas por sonidos en objetos como bolsas de plástico y árboles, convirtiéndolos así en micrófonos de la realidad. El neurocientífico David Eagleman nos sorprendió con un chaleco que permite transmitir a través de impulsos la misma información que mandarían al cerebro nuestros oídos y ojos permitiendo a sordos y ciegos superar sus limitaciones; lo llama sustitución sensorial. Stephen Petranek dejó volar su imaginación periodística y trató de convencernos de cómo la colonización de Marte es perfectamente posible en los próximos 20 años.

La sociedad civil se caracteriza por su capacidad de autogobierno, con la autocrítica como elemento fundamental. A mi juicio, es uno de la secretos mejor guardados de Estados Unidos como democracia y potencia mundial. Así, Monica Lewinsky pidió disculpas por su comportamiento de hace 17 años y se erigió como defensora de la privacidad en Internet abogando por una revolución ética que al margen de leyes nos proteja de la impunidad y cobardía del anonimato digital. El escritor Anand Giridharadas denunció la contradicción hipócrita de muchos americanos que, en defensa de valores que consideran su patrimonio exclusivo, están haciendo un flaco favor al progreso del resto. La socióloga Alice Goffman mostró cómo las cárceles americanas licencian todos los años a más jóvenes que sus universidades, perpetuando una marginación endémica. Bill Gates nos alertó de la necesidad de estar preparados para una epidemia de dimensiones extraordinarias, que podría causar la muerte de 33 millones de personas en pocos meses. Y el ex primer ministro australiano Kevin Rudd insistió en que la cohabitación entre Estados Unidos y China como primeras potencias mundiales podría ser no solo una extraordinaria excepción en la historia de la humanidad, sino el garante del progreso global sostenido.

Mi último conjunto de conclusiones tiene que ver con el esfuerzo de emprender. Fueron muchos los ejemplos de increíbles historias con el común denominador de la identidad personal, la perseverancia y la suerte; los tres elementos son fundamentales para el éxito. Vimos a Martine Rothblatt, una de las mujeres empresarias más ricas de EE UU, que nació siendo varón con el nombre de Martin. O Stephanie Shirley, superviviente de la persecución nazi, primera gran mujer empresaria del Reino Unido y filántropa madre de su hijo autista.

Pero la reflexión más importante nos la dió Bill Gross, que aseguró que la variable más importante para el éxito de las start-ups (empresas tecnológicas de reciente creación), no es la idea, ni el equipo, o el modelo de negocio, o la financiación, sino el momento idóneo para el desarrollo de la idea. Recordé a Victor Hugo: “Ningún ejército puede detener una idea a la que le ha llegado su momento”.

Me marché de Vancouver con un optimismo renovado, convencido de que la sociedad civil será siempre el mejor garante de progreso y de libertad. Me gustaría haber podido compartir asiento estos días con algún empresario español, pero el único vestigio ibérico en TED este año era el jamón que comimos en uno de los intermedios.

Bernardo Hernández es emprendedor y director general de Flickr.

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