El origen de la Covid-19 hunde un poco más a Joe Biden

Corren malos tiempos para Joe, aka el presidente Biden. La desastrosa espantá de Estados Unidos del avispero afgano, a pesar de su impostado triunfalismo, le ha supuesto una miríada de picaduras a su reputación, hoy en el subsuelo. Quizá en estado terminal para el resto de su mandato.

En pocas semanas, Joe Biden ha pasado de ser Joe el pragmático, Joe el amable o, directamente, Joe el que no es Donald, a encarnar la efigie de la derrota, el desastre y la decadencia imperial tras la hecatombe de Kabul.

Visto por algunos como un Franklin Delano Roosevelt redivivo, esos mismos algunos tienen que bajar ahora la cerviz ante el mito reactivado de Sleepy Joe (Joe el somnoliento), apelativo usado por los detractores del presidente desde su época con Obama por su senectud, falta de chispa y pertinaz lentitud ejecutiva.

Pero Joe tenía un plan genial hace apenas 90 días. Y es que hace sólo un trimestre, ya una eternidad en este vertiginoso mundo, un Biden mucho más confiado y relajado apareció como Gary Cooper anunciando el encargo a las agencias de inteligencia estadounidenses de una investigación rápida que determinara el origen real de la pandemia de Covid-19 y que permitiera saber, por fin, si este fue natural o artificial.

Poco antes, el 14 de mayo, la revista Science publicó una carta firmada por 18 científicos que reclamaban “una investigación adecuada” y “un discurso desapasionado basado en la ciencia sobre esta difícil, pero importante cuestión”.

Su propuesta se sumó al creciente número de voces que han dado credibilidad a la teoría de un error en el laboratorio de Wuhan. Tesis habitual de conspiranoicos y trumpistas, pero sin ninguna prueba que permita descartarla. No en vano, el oxigenado predecesor de Joe Biden normalizó la expresión virus chino como descripción de la Covid-19.

Hoy, el convencimiento entre la población estadounidense de que el origen del SarsCov2 fue artificial ha pasado del 29 al 59% en apenas un año, según el Pew Research Center.

La jugada, pues, podía salirle francamente bien a Joe. De confirmarse el fulleo de los chinos, o su mera negligencia, o incluso la confirmación del origen natural del virus (y aquí paz y después gloria), su administración se alzaría como paladina de la verdad y el rigor a ojos del mundo. Pegándole además un chute de reputación política, rayana en el hito histórico, dentro de sus propias fronteras.

Más aún, puestos a pedir, y en un escenario más propio de un guion de Michael Bay, si Pekín hubiera estado detrás de todo esto desde el principio, la ola de indignación global barrería la popularidad del gran dragón de oriente y lo colocaría en una delicadísima posición en relación con el resto del planeta.

Sin embargo, tristemente para Joe, que se preguntará quién le pone la pierna encima, el informe ha sido entregado y la conclusión es… que no hay conclusión: las agencias piden más tiempo y culpan a China de poner trabas insalvables a la investigación.

Pekín, por su parte, acusa a Estados Unidos de meterse donde no le llaman y le recomienda encendidamente que recurra a los informes oficiales de la OMS, en los que China ha participado “activamente” dando muestras de “veracidad”.

A pocos han debido de sorprender estas conclusiones, dada la opacidad de las autoridades chinas. Mas no por ello las reacciones han sido livianas con la Casa Blanca. La John Hopkins, Harvard y otras instituciones científicas de prestigio han acusado a Joe Biden de haber convertido una investigación crucial para conocer la trazabilidad de una pandemia devastadora, así como para tomar nota de cara a futuras emergencias sanitarias, en una vulgar pelea política y en un arma de propaganda para manchar la reputación del otro.

Los argumentos que esgrimen son convincentes. Por un lado, la investigación ha sido llevada a cabo por agencias de inteligencia y espionaje, no por instituciones científicas. El consejo de salud pública de la John Hopkins recuerda que “las comisiones de investigación de tragedias como las del Challenger o el vertido de la Deepwater Horizon se crearon precisamente para esclarecer qué pasó y que no vuelva a ocurrir. En este caso, se han destinado ridículos recursos a una investigación que estaba condenada al fracaso antes de empezar”.

En el otro lado del tablero, los chinos hacen lo propio y se escudan igualmente en esta circunstancia para atacar a Estados Unidos, mostrándolo como el asesino oculto de una novela de Agatha Christie. En las zonas rurales chinas, merced a la maquinaria propagandista de Pekín, el 90% de la población cree que el virus se creó en Estados Unidos.

Al informe le quedan aún partes por desclasificar, pero nada apunta a que queden pendientes grandes relevaciones. De ahí que el equipo de Biden haya confirmado, frente al clamor científico, que proseguirán las investigaciones a pesar de China.

Así pues, la cuestión es, o vuelve a ser: y entonces, ¿qué puede pasar? ¿Se puede castigar a China de alguna forma, tanto si el origen es natural como artificial? Lo cierto es que no existe legislación al respecto y expertos como Yanzhong Huang, investigador principal de salud mundial del Council of Foreign Relations, estiman que, en todo caso, se podrían proponer sanciones (otra cosa es que Pekín, con su formidable fuerza, las acatara) tanto si el virus es de origen animal (prohibir sus tradicionales mercados o regular el transporte de animales salvajes del campo a la ciudad) como si es artificial (sanciones económicas).

Pero, castigos oficiales aparte, Huang cree que lo realmente penoso para China sería ver mermado su muy cuidado poder blando. “Los funcionarios chinos no sólo han negado enérgicamente la posibilidad de una filtración de laboratorio, sino que incluso han restado importancia a la tesis de que China fuera el origen del virus. Han argumentado que la pandemia tuvo múltiples puntos de origen, que se propagó a través de alimentos congelados importados o que se escapó de un laboratorio del ejército estadounidense en Fort Detrick, Maryland. Si la hipótesis de la fuga de Wuhan llega a considerarse cierta, toda esa propaganda quedaría expuesta como tal, sobre todo si hubo encubrimiento”.

Conjeturas y castillos en el aire, la única certeza hasta el momento es que lo que hace apenas 90 días era una jugada maestra es hoy otra piedra en la mochila del cada vez más agotado Joe y en el prestigio de la todavía primera potencia mundial.

Andrés Ortiz Moyano es periodista y escritor.

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