El origen de la crisis del Líbano

Por Gustavo de Arístegui, diplomático y portavoz de Exteriores del Partido Popular (EL MUNDO, 17/07/06):

Las recientes y muy desafortunadas declaraciones del presidente del Gobierno de España en Ibiza requieren que se haga un análisis más riguroso de la dramática crisis que azota ese maravilloso y maltrecho país. En primer lugar, se imponen unas pequeñas aclaraciones históricas y geográficas, que siempre convienen a la luz de la ignorancia enciclopédica de la que algunos se han empeñado en hacer gala.

El Líbano es un pequeño país de 10.452 km2, en el que conviven más de 5 millones de habitantes, divididos en 17 comunidades (19 según otras fuentes). Algo menos de la mitad son cristianos (maronitas -católicos de rito oriental maronita-, greco-ortodoxos, melquitas -greco-católicos-, algunos protestantes y hasta siriacos). Y algo más del 50% son musulmanes: chiíes -minoría mayoritaria-, sunníes -tercera minoría tras chiíes y maronitas-, y una escisión del islam, los drusos, entre otras.

El Líbano ha sido el campo de batalla regional más importante durante la Guerra Fría, y desde la precaria paz de 1989 (Acuerdos Taif-Arabia Saudí) parecía que se había librado de la maldición de ser una de las principales víctimas de sus vecinos más poderosos. Lamentablemente no fue así. Siria se negaba a retirarse de la pequeña y maltrecha República Levantina y sólo las masivas manifestaciones tras el brutal asesinato del ex primer ministro Rafic Hariri y la reacción internacional la obligaron, muy a disgusto, a retirar sus 40.000 soldados, no sin dejar una fuerte presencia de su temido y eficaz Servicio de Inteligencia y una densa red de informantes y chivatos.

El Líbano ha estado en el ojo del huracán geopolítico regional desde su ¿completa? Independencia en 1943, afectado por la guerra del Canal de Suez, por la de los 6 días, por «Septiembre Negro» (la expulsión de las milicias y dirigentes palestinos, no así de la población palestina de Jordania en septiembre de 1970, para muchos el verdadero desencadenante de la guerra civil -1974/1989-), la invasión israelí de 1982 para evitar que la OLP siguiese utilizando el territorio libanés, y las diferentes fases del conflicto libanés, palestinos y algunos musulmanes contra los Kataeb cristianos (y los terribles sucesos de Sabra y Chatila), los chiíes contra muchos, chiíes proiraníes de Hizbulá contra chiíes prosirios de AMAL (La Guerra de los campos y la Guerra de las Banderas), que derivó en la alianza ciertamente estratégica entre los dos países.

Hoy Hizbulá es una fuerza hegemónica en el chiísmo libanés, muy a pesar de la mayoría de miembros de esa comunidad que los temen y rechazan, muchos de sus hombres más prestigiosos, cuyos nombres no puedo citar, -pues pondría su seguridad en grave riesgo-, se quejan amargamente de que en Occidente todo el mundo piensa que todos los chiíes libaneses son de Hizbulá. Ha habido durísimas confrontaciones entre cristianos, primero el Kataeb de Pierre Gemayel contra otras fuerzas principalmente maronitas como los Guardianes del Cedro (del clan de los Franjie), después del Kataeb contra Fuerzas Libanesas de los hermanos Bashir y Amin Gemayel contra su padre Pierre, y, finalmente, de las Fuerzas Libanesas de Samir Geagea contra la escisión de Elie Hobeika (Intifada intercristiana).

Tampoco conviene olvidar la guerra entre una parte del Ejército libanés bajo las órdenes del megalómano general Aoun, más algunos cristianos, y no pocos musulmanes antisirios contra Siria y sus aliados, entre 1988 y 1989, que le costó la vida a mi padre, junto a tantos miles de defensores de la independencia y soberanía del Líbano. Lo increíble de ese pequeño país es la volatilidad de las alianzas y la fragilidad de las lealtades, pues el Aoun, otrora archienemigo de Siria es hoy un furibundo prosirio y aliado de Hizbulá. El general Aoun es cristiano-maronita (en consecuencia, elegible como presidente de la República según la Constitución de 1926, el Pacto Nacional de 1943 y los Acuerdos de Taif de 1989 que reservan esa magistratura a la comunidad maronita) y es el candidato preferido y más alabado por Sheij Hassan Nasrallah, secretario general de esa organización terrorista.

Como puede comprobarse, el conflicto libanés era y es mucho más complejo que una guerra civil de dos bandos bien definidos y enfrentados, es muchas cosas al mismo tiempo, lo que hizo del mismo un problema de tan difícil y frágil solución. Ante esta complejidad, brilla por su imprudencia, ignorancia y simplismo el análisis del presidente Rodríguez Zapatero.

Por otra parte, conviene hacer un repaso sobre qué es y qué pretende la organización Hizbulá. Creada en 1982 por el embajador iraní en el Líbano para hacerse con la influencia y control de la que ya se vislumbraba como la comunidad más numerosa del país, su primer líder fue el ex ministro de Jomeni Hadi Ghaffari. La comunidad chií libanesa tenía hasta ese momento como organización de referencia a la milicia AMAL, prosiria y fundada por el carismático clérigo chií Imam Mussa Sadr, desaparecido en muy extrañas circunstancias durante un viaje oficial a Libia en 1979. Le sucedió al frente de AMAL el abogado chií Nabih Berri, hoy presidente del Parlamento Unicameral (puesto reservado constitucionalmente a la comunidad chií), que muy pronto fue cuestionado por su falta de ultrarrigorismo religioso por la rama islamista de su organización que se escindió creando AMAL-Islámica que eventualmente se integró en Hizbulá. Tras los brutales enfrentamientos ya mencionados, hoy ambas organizaciones son aliadas, más como consecuencia de los intereses de sus amos sirios e iraníes, que por verdaderas afinidades o coincidencia de intereses. Hizbulá tiene una particularidad curiosa, si no se conoce bien Oriente Próximo, y es que admite en su seno a miembros no chiíes, de hecho hay bastantes palestinos que están integrados en sus filas, y llegaron a militar en las mismas hasta algún cristiano, como el grecoortodoxo y ex militante del Partido Comunista libanés Georges Hawi, asesinado por su defensa de la independencia de su país en los días que siguieron a la revuelta popular antisiria en el Líbano, la llamada «marea roja».

Hoy Hizbulá y AMAL son prosirias, y la segunda es también en gran medida feudataria de Irán. La República Islámica persa financia con más de 100 millones de dólares anuales a Hizbulá, de los que desvía más de nueve millones de dólares a organizaciones terroristas palestinas, especialmente Hamás y Yihad Islámica Palestina. Hizbulá fue incluida en la lista de organizaciones terroristas del Departamento de Estado de Estados Unidos en 1997, y según muchos informes tiene células activas en 20 países, entre los que destacan Alemania, Francia, Italia, España, Grecia, Reino Unido, Suiza, Turquía y Pakistán. Se le atribuyen terribles atentados, como los del bar El Descanso de Madrid, la Embajada israelí y el Centro Judío AMIA en Buenos Aires. Tiene una fuerte presencia en la frontera tripartita entre Argentina, Brasil y Paraguay, y una poderosa e influyente cadena de televisión, Al-Manar, que ha sido declarada ilegal en numerosos países por sus mensajes violentos y su defensa del terrorismo.

Hizbulá es un verdadero ejército, pues dispone de armamento pesado, entre otras muchas cosas, algunos blindados, misiles iraníes Al-Fajr (aurora) 3 de 240 y Al-Fajr-5 de 333 mm, misiles TOW guiados por cable, misiles sirios de 220 mm de alcance medio y unas 13.000 piezas de artillería ligera, además de aviones no tripulados Mahajer-4 de fabricación iraní, como el que emplearon para atacar hace unos días una corbeta israelí con el resultado de cuatro marineros muertos. Es un verdadero Estado dentro del Estado, y ha sido en gran medida el sustituto de las tropas sirias para controlar e influir en el Líbano, tras su retirada. Hizbulá es la única milicia libanesa que no se ha desarmado tras los Acuerdos de Taif, que pusieron fin a la guerra civil, en flagrante violación de la resolución 1.559 del Consejo de Seguridad de la ONU, por cierto, promovida por Francia, que lo exige de manera taxativa.

Me habría gustado que el presidente del Gobierno de mi país lo hubiese recordado en su discurso de Ibiza. La historia del conflicto libanés y su encaje en el avispero de Oriente Próximo ponen claramente de manifiesto que el origen de la actual crisis hunde sus raíces en las últimas tres décadas, y que poco o nada tiene que ver con la situación en Irak.

Por otra parte, la presente escalada militar que se está viviendo en Oriente Próximo es consecuencia de la clara instrucción de Irán a Hizbulá para provocar la reacción israelí para tapar su negativa a aceptar las muy razonables condiciones que le ofrecía la OIEA (Organización Internacional de la Energía Atómica) y la UE, para resolver la crisis abierta por el régimen iraní. Hizbulá estudió con todo detalle la reacción del Ejecutivo de Ehud Olmert tras el secuestro del soldado Shalit, y decidió hacer lo mismo. La situación en Oriente Próximo en general, y la libanesa en particular, requiere un análisis mucho más riguroso, que una desafortunada, simplista y torticera frase para lograr un total de TV, un titular de prensa o un corte de radio, que por otra parte demuestra un preocupante antisraelismo, antioccidentalismo, actitudes todas ellas más propias del movimiento de No Alineados que del jefe de Gobierno de una democracia occidental y moderna.