El otoño árabe

El otoño se acerca y los problemas económicos como la crisis de la deuda y el futuro del euro dominarán la política económica. Si no fuera por eso, la cuestión dominante sería la crisis de Oriente Medio. Durante las primeras semanas de la primavera árabe, el optimismo sobre el futuro democrático de Oriente Medio apenas podría haber alcanzado cotas más altas. Los dictadores habían sido derribados, el pueblo había triunfado en la lucha por la libertad y la democracia contra la represión y la corrupción. Se había producido una revolución realmente magnífica, motivo de inspiración para combatientes de la libertad en todo el mundo.

¿Y ahora, qué? En lugar de una primavera árabe, hay una crisis de Oriente Medio y lo único cierto es que el precio del petróleo y el gas seguirá siendo elevado. Han transcurrido nueve meses y los corresponsales extranjeros han abandonado la escena salvo un puñado que informa de la búsqueda de Gadafi. El optimismo se ha evaporado. Un optimismo basado en dos consideraciones erróneas: por una parte, una lectura defectuosa de la situación en Oriente Medio y el norte de África con sus correspondientes perspectivas. Por otra parte, un error de fondo acerca de lo que son las revoluciones. Un cínico del siglo XIX dijo en una ocasión que una revolución es la sustitución de un mal gobierno por otro peor. Es posible que sea una observación excesivamente pesimista, pero es indudable que la democracia y la libertad no son consecuencia necesaria del derrocamiento de un gobierno dictatorial que ha estado en el poder demasiado tiempo con la pérdida de la credibilidad y la legitimidad. Sean cuales fueren los logros de la importante Revolución Francesa, no llevaron la libertad a Francia, ni la Revolución Rusa convirtió al país en un país democrático. El sha de Persia fue derrocado, pero todos sabemos lo que siguió a continuación. Y la lista podría prolongarse.

Mientras nos acercamos al otoño, el poder en Túnez, Libia y Egipto se halla en manos de gobiernos provisionales que han prometido elecciones. No está claro en absoluto que los partidos democráticos triunfen en las elecciones; en Egipto rivalizan más de 40 partidos políticos y en Túnez todavía más. Las fuerzas democráticas en todos estos países desean posponer los comicios tanto como sea posible.

Habida cuenta de los numerosos conflictos de intereses existentes en Libia, representados por las tribus y clanes, parece que sólo un gobierno fuerte puede mantener cohesionado al país y, en la actualidad, no está claro de dónde puede proceder este liderazgo. Los gobiernos occidentales han hablado de una necesaria ayuda económica, sobre todo en el caso de Egipto. Pero la ayuda económica, por más que se necesite, no solucionará los problemas políticos a que hacen frente estos países. Siria y Yemen se hallan prácticamente en guerra civil sin que se vea luz al final del túnel. Las fuerzas centrífugas en ambos países son intensas y, de no ser por un gobierno central fuerte, es posible que estos países se expongan a sufrir una fractura.

Algunos países de Oriente Medio, como Arabia Saudí, se hallan muy interesados en restablecer la estabilidad y la paz en la región; otros, como Irán, no. Pero ¿en qué medida son estables Irán y Arabia Saudí? Los entusiastas revolucionarios en Oriente Medio creen que sólo se ha hecho la mitad del trabajo. Marruecos y Argelia aún no son países democráticos y, desde luego, no lo son Jordania, Arabia Saudí y algunos otros. ¿Dónde están los demócratas susceptibles de aportar un cambio de tal naturaleza en dirección hacia una mayor libertad? ¿Los islamistas, acaso?

Septiembre y octubre podrían ser meses cruciales para Israel y la Autoridad Palestina. Podría haber una nueva intifada o los colonos israelíes podrían dar lugar a enfrentamientos. Teniendo en cuenta que en Egipto reina una escasa solidaridad, ¿podría tal vez surgir una unidad nacional como consecuencia de una guerra contra Israel? Irán, indudablemente, estaría por la labor; además, combatiría hasta el último soldado egipcio e Irán presionaría a Siria para que tomara parte en el conflicto. Sin embargo, debe añadirse que el entusiasmo favorable a tal guerra en Egipto no es tan grande como pueda decirse; cuando los islamistas convocaron una manifestación antiisraelí de un millón de participantes en agosto, sólo acudieron unos cientos de manifestantes y las fuerzas armadas les dijeron que ahora no es momento oportuno. Aunque acaso deba decirse a Israel que Mubarak ya no manda en El Cairo, un conflicto bélico de importancia sería una catástrofe.

El problema del mundo árabe es que los recursos se hallan distribuidos de forma muy desigual. Hay países pequeños ricos en petróleo y riqueza mientras que países como Egipto poseen escasos recursos. Los jóvenes no tienen trabajo ni ocupaciones acordes con sus aspiraciones y preparación. Un poco de dinero de Occidente no solucionará este problema. Pero, a menos que el problema en cuestión se resuelva, no habrá un auténtico ni duradero progreso en la zona. Elecciones y Parlamentos no arreglarán la situación. Algunas voces indican que lo haría un califato como unión de todos los países musulmanes. Pero los ricos no quieren compartir con los pobres y tal superestado abrazaría elementos tan dispares e intereses tan opuestos que conduciría probablemente más a la guerra y el conflicto interno que a la paz. Tal vez la salvación provendrá de alguna parte, de modo muy inesperado. Pero, en la actualidad y por más que nos esforcemos por divisarlo, no se observa tal salvador en el horizonte.

Por Walter Laqueur, director del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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