El otoño caliente de Matteo Renzi

Se ha confirmado que Silvio Berlusconi quiere reorganizar el centroderecha italiano en torno a un nuevo partido. Pero esta vez no será Berlusconi quien haga de muñidor de la nueva formación. Il Cavaliere ha decidido quedarse en la sombra y delegar en Stefano Parisi, ex director general de Cofindustria y candidato a la alcaldía de Milán por Forza Italia, la tarea de integrar a toda la derecha italiana bajo las siglas de un nuevo sujeto político.

El otoño caliente de Matteo RenziEl movimiento de Berlusconi se produce en un momento crucial para la política italiana. Toda vez que en otoño se celebrará el referéndum sobre la reforma constitucional del Gobierno Renzi, cuyo buque insignia es el fin del bicameralismo perfecto establecido por la Constitución de 1948, al que tantas veces se ha señalado como la causa principal de la ingobernabilidad del país. La reforma constitucional ha sido defendida como el último acto de una larga y tortuosa transición desde la Primera República, sepultada bajo los escombros de la corrupción política de los 90, a la Segunda. Sin embargo, Renzi no contaba con un calendario tan complicado y conflictivo. Dejando a un lado el terremoto, cuyo efecto sobre la moral de la sociedad tampoco debe descontarse, el Gobierno de Renzi no había previsto someter a referéndum su reforma en un contexto marcado por la grave crisis bancaria y de refugiados. Pero, sobre todo, lo que no entraba en las previsiones del Gobierno de Renzi era la consolidación del Movimiento Cinco Estrellas (M5S) como principal fuerza de oposición.

En este contexto la formación de un partido de centroderecha capaz de constituirse en alternativa de gobierno podría ser una buena noticia para los italianos. Se trata de una tesis que comparte incluso una parte importante de la izquierda, pues el ascenso del M5S está produciendo tres efectos profundamente negativos sobre la vida política italiana. Primero, la degradación del discurso político, debido al impacto de una retórica antipolítica construida sobre la utopía de emancipar a los ciudadanos de la política misma. Segundo, la canalización de una parte del electorado tradicional de la derecha hacia el partido de Grillo —siempre abierto a incorporar el euroescepticismo, la crítica de la inmigración, etcétera— como única alternativa para batir al Partido Democrático de Renzi. Y tercero, el progresivo deslizamiento del sistema italiano hacia una suerte de nuevo bipartidismo imperfecto, donde todo se reduce a una opción entre el orden o el caos.

Por ello sería beneficioso para Italia la entrada en escena de un partido conservador con aspiraciones de gobierno. Un partido fuerte que fuese capaz, primero, de ejercer la oposición desde una posición de lealtad al sistema, y, segundo, atraer y canalizar hacia posiciones moderadas el voto de la derecha que hoy se reparte entre la propia Forza Italia, el M5S, la lepenizada Lega y Fratelli d'Italia, heredera del posfascismo. La serie de las últimas elecciones italianas muestra que dichos partidos forman un circuito cerrado de votos. Lo que ayuda a entender, por ejemplo, el éxito de las candidaturas de Beppe Grillo contra la izquierda en ciudades tan señaladas como Roma o Turín. Aunque pueda parecer sorprendente, este apoyo se puede explicar en términos ideológicos, porque la cohabitación de votantes no se produce sobre la división clásica entre izquierda-derecha, sino sobre la fractura política-antipolítica.

Aquí por antipolítica no se entiende la negación de la política a la manera anarquista, sino una forma de hacer política que busca achicar al máximo el espacio de la política. El problema que representa la antipolítica, y que la historia reciente de Italia ilustra con claridad, es que resulta un instrumento muy potente de oposición cuando la legitimidad de la clase política sufre, pero dañino para la salud del sistema. Su estrategia pasa por erosionar y deslegitimar los fundamentos del poder que pretende conquistar. Lo que produce un discurso que no genera fortalecimiento democrático, sino todo lo contrario: un estado de sospecha generalizada sobre el funcionamiento y representatividad de la clase política, los partidos y las instituciones del Estado.

Por esta razón se antoja difícil que el berlusconismo pueda ejercer una función moderadora y arrastrar hacia posiciones templadas el voto antipolítico, pues significaría renunciar a su principal siembra ideológica. Merece la pena recordar que Forza Italia se presentó en sociedad haciendo gala del ideario clásico de los partidos de centro-derecha de los 90, con un discurso que apostaba por la modernización de la sociedad a través de una revolución liberal. Sin embargo, lo que Berlusconi estaba sirviendo en bandeja a los italianos, desde el mismo discurso televisivo en el que anunció su intención de concurrir a las elecciones de 1994, era un modelo de antipolítica. Un discurso que instrumentalizaba los lugares comunes de la retórica liberal —a saber, menos Estado, más sociedad, más mercado, más responsabilidad, etcétera— para comunicar un mensaje muy sencillo, pero también poderoso: el problema de Italia no eran los italianos, sino la política. Nótese que los estatutos de Forza Italia hablaban de “movimiento” y de “asociación de ciudadanos” y no de partido. Se organizaba en torno a clubes y no federaciones, y, en la misma lógica, el berlusconismo proponía un nuevo paradigma de político: el empresario o mánager, hecho a sí mismo al margen de la política. En definitiva, un nuevo universo de referencias bastante sofisticado que, como ha señalado el historiador Giovanni Orsina, contenía la promesa palingenésica de regenerar el país evitando al máximo la mediación de la política.

A tenor de las declaraciones del candidato de il Cavaliere parece claro que la estrategia del berlusconismo no pasa por asumir una posición de responsabilidad frente a la reforma constitucional, en cuyo diseño, paradójicamente, Forza Italia sí tuvo un papel importante en los primeros meses del Gobierno Renzi. Al contrario, todo apunta a que el berlusconismo tratará de aprovechar el momento dulce de la antipolítica en Italia para aumentar su caudal y abanderar un frente por el no en el referéndum. Al ser preguntado en varias entrevistas por sus preferencias ideológicas, Stefano Parisi elude por sistema las etiquetas izquierda y derecha. Cuando, consecuentemente, se le pregunta por su opinión sobre el populismo, responde que se trata de una expresión de élites europeas que no atienden a la voluntad del pueblo.

El colofón a un otoño que se prevé caliente en Italia es el error que Renzi ha cometido al tratar de reconducir la suerte de la reforma constitucional vinculando su propio futuro político al resultado del referéndum. Busca explotar su popularidad para contrarrestar el número creciente de fuerzas que se están sumando al no. Sin embargo, es una decisión arriesgada y no demasiado feliz, que distorsiona la naturaleza del referéndum. Al convertirlo en un plebiscito sobre su continuidad, Renzi escamotea a los italianos la posibilidad de debatir de manera seria y consistente sobre el fondo y la forma de una reforma constitucional que el país necesita con urgencia.

Jorge del Palacio Martín es profesor de Ciencia Política en UC3M/ICADE

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