« El Pabellón de Felipe IV»: una propuesta para el Museo Nacional del Prado

Con el debate sobre el traslado del Guernica al Prado ya llegado a su conclusión, creemos que es el momento oportuno de replantear los futuros usos del antiguo Salón de Reinos del Buen Retiro y del edificio en que se inscribe. En el transcurso del debate, se han oído dudas de distinta índole sobre la recreación del Salón (a la cual había dado ya su visto bueno el Patronato del Prado en 1997). Como se recuerda, el Salón era la galería principal del Palacio del Buen Retiro y contenía doce cuadros de batallas ganadas durante el reinado de Felipe IV, diez escenas de la Vida de Hércules (como fundador de la Monarquía) y los retratos ecuestres de los monarcas y el príncipe heredero. Entendida la importancia del sitio como espacio político, los cuadros del Salón fueron encargados a los más importantes pintores de España -Velázquez (La rendición de Breda y los cinco retratos ecuestres de la Familia Real), Zurbarán (Vida de Hércules y Defensa de Cádiz), Juan Bautista Maíno, Vicente Carducho y otros. Así el Salón se convirtió en un escaparate de lo mejor de la pintura española del Siglo de Oro.

Sin embargo, hubo dudas, recientemente traídas a la luz, sobre este plan, fundadas en la creencia de que proyectaría una imagen de España en un momento histórico en el que entraba en decadencia. Aún más grave, se temía que España se presintiera como una nación carente de una postura ética y moral en términos de la visión actual de la guerra. Puede que fuese así, pero hay que tener también en cuenta el valor artístico-cultural del conjunto, que refleja la paradoja subyacente a las escenas de guerra. La batalla como tema artístico es muy frecuente en toda la historia de la civilización occidental, superada solo por la imagen religiosa. La explicación de este fenómeno no es muy complicada, y queda clara en la memorable frase de Carl von Clausewitz: «La guerra es la mera continuación de la política por otros medios». Los imperios suben y bajan, y así es inevitable que la batalla ganada hoy sea la batalla perdida de mañana. La paradoja cruel en las obras de arte encargadas para glorificar las hazañas de un monarca o político es que las obras sobreviven, mientras que los acontecimientos que cuentan suelen pasar al olvido. A nadie le importa la historia que se esté narrando en la Columna de Trajano o los éxitos militares de las tropas de Luis XIV que se despliegan en el techo de la Galería de los Espejos del Palacio de Versalles. Sin embargo, como obras de arte poseen un valor fuera del tiempo.

En todo el debate sobre la instalación de los cuadros de Velázquez, Goya y Picasso en el Salón de Reinos, no se ha recordado que el Salón forma una sola parte del edificio antiguamente llamado Museo del Ejército. Gracias a la ampliación del conjunto en el siglo XIX, el museo goza de espacios amplios para exponer cuadros de la colección permanente.Hace algunos años, el Prado hizo una propuesta (en la cual colaboraron quienes estos firman) muy novedosa para la utilización de las galerías restantes.

Durante el siglo XVII, la Corona española encargó por lo menos cuatro grandes series de cuadros para el adorno de Sitios Reales, casi todos conservados actualmente en el Museo del Prado. Una, por supuesto, es la del Salón de Reinos. De igual importancia son los dos conjuntos de paisajes románticos realizados por artistas de Francia y los Países Bajos residentes en Roma en los años 30 del siglo XVII. Forman un grupo los 24 grandes paisajes con ermitaños, ejecutados por Claudio de Lorena y Nicolás Poussin como los nombres más destacados. Fueron acompañados por otro grupo de once paisajes de dimensiones más pequeñas, o sea 36 obras que, según los especialistas, abren un nuevo capítulo en la historia del paisaje europeo.

Menos conocido, por ser un rescate reciente, es el grupo de la historia de Roma. Hasta ahora han reaparecido 28 piezas, varias de las cuales fueron instaladas en la exposición de 2005, «Pinturas por el Rey Planeta». Los autores son pintores romanos y napolitanos de primera fila (Domenichino, Lanfranco, Ribera), junto con pintores que merecen ser reconsiderados.

El último grupo es sin duda el más famoso:el conjunto de unos cincuenta cuadros para la decoración de la Torre de la Parada, ejecutados por Peter Paul Rubens y sus discípulos. Los temas son los de «Las Metamorfosis», de Ovidio, y fueron entregados a Madrid en 1638.

Esos encargos de cuadros en serie, que fueron creados en 1635-40, son únicos en la historia del arte europeo del siglo XVII, y tenerlos casi intactos es milagroso. Reuniéndolos en la parte del Buen Retiro que queda, rebautizada como «El Pabellón de Felipe IV» en honor del monarca-mecenas, ofrecerían al público una experiencia a la vez única, novedosa e histórica. (Como precedente al honrar una figura histórica del siglo XVII en el contexto de un museo nacional, citamos el «Pabellón Cardenal Richelieu» del Louvre). Realizado su montaje con el brío y profesionalidad que han caracterizado todas las obras de renovación en años recientes, esta nueva ampliación del Museo del Prado tendría un impacto enorme tanto en España como fuera.

Jonathan Brown y John H. Elliot.

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