El paciente inglés

Pues al cabo ha resultado estar el paciente inglés más sano de lo que auguraban las encuestas. Y no había más que ver la irreprimible sonrisa de la doctora Sáenz de Santamaría para adivinar que ella espera que ese mismo diagnóstico pueda aplicarse al paciente español, que en tal caso pasaría las pruebas el próximo 24 y demostraría que la crisis no había tenido efectos electorales tan perniciosos (para el PP) como se preveía.

Los analistas llevan un año leyendo las encuestas y esperando un cataclismo político, consecuencia retardada de la Gran Recesión que todavía sufren hoy algunas economías europeas. Los elementos del cataclismo están ahí, porque las consecuencias sociales de la crisis -desempleo, quiebras, desahucios- han dado lugar a un profundo desencanto, al que se ha añadido la plaga de corrupción que se ha extendido sobre todo por los países del sur. Ese desencanto ha propiciado la aparición de partidos nuevos, muchos de ellos anti sistema, y el apoyo creciente a partidos no tan nuevos, pero populistas de izquierda o de derecha. Todo ello pone en entredicho el bipartidismo tan frecuente en los sistemas políticos de Europa y hace esperar, como esperaba el vecino del militar a que éste tirara la segunda bota (la primera bota habrían sido las encuestas), que se produjera el susodicho cataclismo electoral del que surgiera un nuevo e inquietante mapa político.

Sin embargo, en Inglaterra al menos, el temido cataclismo ha sido como el parto de los montes del cual, tras gran estruendo, salió un ratoncito. En lugar del Parlamento ingobernable que las encuestas anunciaban, las elecciones inglesas han otorgado la mayoría absoluta al partido en el poder y, por lo tanto, un Parlamento aún más estable que el anterior (en principio al menos) y la casi desaparición de los partidos contestatarios, como el UKIP, que propone la salida del Reino Unido de la Unión Europea. La única amenaza seria al statu quo británico ha sido el triunfo aplastante, aunque previsto, del SNP, Partido Nacionalista Escocés, que ha afectado seriamente al Partido Laborista y que a la larga puede plantear la demanda de un nuevo referéndum de independencia.

Es el inesperado triunfo de los conservadores lo que ha causado en España la euforia de la vicepresidenta. Los que compartan su optimismo pensarán, no sin fundamento, que las encuestas se engañan porque una proporción de los encuestados se venga del sistema de partidos en el poder al responder a las preguntas, pero a la hora de ir a votar se muestra más prudente y a la postre prefiere malo conocido que anti sistema por conocer.

Pero hay segundas opiniones que ponen en duda tanto optimismo gubernamental. Inglaterra (más bien el Reino Unido) no es España, de eso sí que no cabe duda. En primer lugar, el sistema electoral inglés, por el cual los diputados se eligen por mayoría simple en cada circunscripción (lo que ellos llaman first past the post, el primero en la meta) hace mucho más difícil prever el resultado global, sobre todo cuando los comicios parecen ajustados, porque una cantidad pequeña de votos convenientemente repartidos puede producir un gran vuelco, o evitarlo. Un ejemplo en estas mismas elecciones es el del mencionado UKIP, que, habiendo obtenido un 13% de los sufragios, no ha logrado más que un diputado. Quedar segundo en muchas circunscripciones no sirve absolutamente para nada en el sistema inglés, y eso es lo que le ocurrió a este partido.

Otro ejemplo: los laboristas ganaron votos con respecto a las pasadas elecciones de 2010, pero perdieron diputados, mientras que el voto conservador apenas creció y sin embargo los tories ganaron diputados, sobre todo a costa de sus aliados, los liberal-demócratas. En España, sin duda, el efecto venganza en las encuestas, perdón en las urnas también se va a dar, pero quizá no en la medida en que se dio en el Reino Unido; además, el sistema electoral español es más fácil de prever. Antes de echar las campanas al vuelo, por tanto, el PP debe recordar lo bien que acertaron las encuestas al anunciar su derrota en las elecciones andaluzas.

En segundo lugar, la economía británica, que sufrió una crisis casi tan grave como la española en 2008, se recuperó mucho más rápidamente, y ese es un mérito que David Cameron y su ministro de Economía, George Osborne, se pueden atribuir con bastante justicia. Sobre todo, y a efectos electorales muy importante, el desempleo hoy está en el Reino Unido a niveles muy bajos: la tasa es la mitad aproximadamente de la media de la Eurozona. La situación española es la inversa: aunque haya descendido algo recientemente, la tasa de paro española es aún más del doble que la de la Eurozona.

Con una tasa de paro que cuadruplica, por tanto, la británica, el perdón electoral será previsiblemente menor en España. Otro tanto ocurre con los salarios: éstos han permanecido estables en Gran Bretaña mientras la economía crecía a partir de 2010; pero es que en España los salarios han caído mientras la economía se estancaba en ese mismo período. Las cifras han mejorado recientemente, pero no se sabe si a tiempo para afectar al voto. Salarios y empleo son cruciales en el momento de acudir a los comicios, y en eso también hay diferencias entre Gran Bretaña y España. El paciente español puede atribuir, al menos en parte, la duración de su dolencia a la amarga medicina administrada por la severa doctora Merkel, que ha insistido en un prolongado tratamiento de choque, mientras el paciente inglés, libre del euroyugo, podía ponerse en manos del doctor Osborne, mucho más flexible y comprensivo. Pero este razonamiento cuenta poco con los electores españoles, que entienden muy poco de economía y que, en todo caso, en esta materia reprochan al Gobierno su excesiva sumisión a la tiránica doctora Merkel. Ésta es al menos la acusación que ha expresado el más populista de los populistas españoles, Pablo Iglesias II.

Tampoco deben olvidar los optimistas de «la casta» el grave problema de la corrupción, que tiene justamente sublevado al electorado español. Los escándalos ingleses son peccata minuta en comparación. El gran affaire británico estalló hace ya cuatro años y tuvo como protagonista a una empresa privada, un periódico de la cadena mediática de Rupert Murdoch, que interfirió en las comunicaciones telefónicas de varios ciudadanos. El escándalo fue mayúsculo, y tocó de refilón al Gobierno de Cameron. Pero el periódico fue cerrado, no hubo saqueo de las arcas públicas, y lo peor que puede atribuirse al Gobierno es una cierta negligencia y error de juicio. Muy poco en comparación con los casos españoles de los ERE, Mercasevilla, Gürtel, Púnica, Palau, Pallerols, herencia de Pujol y un largo etcétera.

¿Y qué ha ocurrido con otros pacientes de otros países? En las recientes elecciones locales francesas es cierto que los peores diagnósticos no se han cumplido: es decir, el Frente Nacional, contra lo que anunciaban las encuestas, no ganó las elecciones; pero quedó segundo, muy por delante del partido socialista, que quedó en un tercer lugar muy desairado. Por lo tanto, tampoco hay aquí grandes motivos de sonrisa para la doctora Soraya. El populismo del Frente Nacional está en Francia muy arriba, y es posible que incluso se beneficie del renovado drama de Electra que están representando los Le Pen, padre e hija. Claro que la economía francesa sigue postrada y no parece que vaya a encontrar pronto la cura ni el restablecimiento: en eso sí está claramente mejor el paciente español. La única ventaja electoral de la casta francesa es que los salarios han subido allí: a ellos se ha sacrificado el crecimiento. En resumen, el caso francés no encierra grandes esperanzas para el PP. El soufflé populista del Frente Nacional no lleva camino de desinflarse como UKIP en Inglaterra.

Pero el ejemplo más alarmante para el PP es el del paciente griego que, estando ya gravemente enfermo, eligió el tratamiento de choque populista con Syriza, como vaticinaron las encuestas. El tratamiento de Syriza agravó terriblemente la enfermedad, pero ello no parece haber afectado mucho a la opinión griega, que sigue echando la culpa de sus tribulaciones a la Unión Europea y al Fondo Monetario. En Grecia el electorado prefirió masivamente el populismo anti sistema, y ello puede repetirse aquí, aunque las encuestas recientes dan la impresión de que donde sí se desinfla el soufflé de los amigos de Syriza es en España.

La conclusión de este apresurado repaso es que la curación del paciente inglés no asegura, ni mucho menos, la del español. La situación preelectoral de ambos es muy diferente: el inglés era más robusto. De las encuestas se desprende que el electorado español está algo desconcertado ante las numerosas alternativas e incógnitas que se le ofrecen. Solo de una cosa parece seguro: está muy harto del bipartidismo y de la corrupción, que parece ser su compañera inseparable. La sonrisa se torna un rictus.

Gabriel Tortella es economista y escritor.

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