El Pacífico, «lago español»

En estos días se está conmemorando con distintos actos el Día del Pacífico en recuerdo de la llegada de Magallanes a tierra habitada, tras varios meses de agotadora travesía por el hasta entonces mar del Sur. Fueron meses, tras atravesar el estrecho de Magallanes, de hambre, calmas chichas en la mar y muertes por escorbuto. Y estas penurias terminaron cuando por fin arribaron a la isla de Guam, en el archipiélago de las Marianas, el 6 de enero de 1521.

En el marco de las conmemoraciones dedicadas al V Centenario de la primera vuelta al mundo, completada por Juan Sebastián Elcano al servicio de la corona castellana, esta celebración cobra una singular importancia. Porque si es frecuente que se hable de la vocación atlántica de la Monarquía española, no lo es tanto referirse a la presencia de los españoles en lo que es conocido como el «lago español», si nos referimos a los siglos XVI y XVII.

Fijándonos en la toponimia de ese inmenso océano, sepulcro de muchos navegantes españoles, sorprende la variedad de reminiscencias hispanas que encontramos: los archipiélagos de las Marianas, las Carolinas y, por supuesto -mal que le pese al presidente Duterte- las islas Filipinas, nombradas así en honor al Rey Felipe II, cuando fueron ocupadas en la expedición mandada por López de Legazpi, en 1565.

Pongamos un ejemplo que para muchos aún es desconocido: la isla de Guadalcanal, en el archipiélago de las Salomón. ¿Quién no rememora al escuchar este nombre la famosa batalla librada por los aliados y los japoneses en plena Guerra Mundial? Y, sin embargo, pocos conocen la vinculación de nuestro país con ese topónimo, que se remonta al siglo XVI. De hecho, así fue llamada por el explorador español Pedro de Ortega Valencia, en honor a su sevillano pueblo natal del mismo nombre, durante la expedición de Álvaro de Mendaña, en 1568.

Hay mucho de españolidad en todo el Pacífico. Ciertamente, desde la antigüedad, se hablaba de la posible existencia de una Terra Australis Incognita. Y fueron numerosas las expediciones que buscaban aquel soñado continente. Una de ellas, dirigida por el portugués Pedro Fernández de Quirós, al servicio de la corona española, llegó a las islas Hébridas, y tomando una de ellas como posible tierra continental, la denominó Austrialia del Espíritu Santo, en honor a la Casa de Austria. Hoy se mantiene el nombre de Espíritu Santo y pasó al olvido aquella referencia a una dinastía que dominó el Océano Pacífico.

Pero no es solo la toponimia lo que nos pone de manifiesto ese legado español. Cuando López de Legazpi, años después de la muerte de Magallanes, funda la ciudad de Manila, ya los musulmanes habían establecido allí un pequeño enclave, como punta de lanza para la difusión del islam. El santo Niño de Cebú, encontrado en esta expedición, tras haberlo dejado allí Magallanes en 1521 como regalo a la reina de aquella isla, se convierte en símbolo del cristianismo en Filipinas, donde recibe una veneración que se extiende hasta nuestros días.

Aquel mar del Sur del que tomó posesión Vasco Núñez de Balboa en nombre del Rey de Castilla en 1513, fue un verdadero «lago español». Y son muchos los motivos que dan pie a esa denominación. Tras aquella ceremonia de Balboa, adentrándose en el océano con el estandarte castellano, y fundamentalmente tras la expedición de Magallanes culminada con la vuelta al mundo de Elcano, España buscó acrecentar su presencia en el Pacífico, más allá del objetivo inicial que eran las islas de las especias, que acabaron en manos portuguesas a cambio del pago a Carlos I de trescientos cincuenta mil ducados. Y, sin embargo, a la postre, España reafirmó su presencia en el Pacífico gracias a la posesión de las islas Filipinas.

Una vez logrado el «tornaviaje» (ruta que permitía a los barcos regresar desde Filipinas a Nueva España) por Andrés de Urdaneta, se estableció una nueva ruta comercial, cuyas consecuencias cambiaron la percepción de aquel inmenso océano que se hacía pequeño ante el dominio español. La Corona impulsó desde el continente americano un canal habitual de comercio, a través del conocido Galeón de Manila. Filipinas se convertía así en la capital de esta nueva «ruta de la seda». El mercado asiático, que casi se había dado por perdido como consecuencia de la presencia de los turcos en el este europeo, se abría de nuevo a Europa, gracias las navegaciones portuguesas bordeando África y, muy especialmente, a las españolas que realizan en los dos sentidos la ruta Manila-Acapulco-Veracruz-Sevilla. Las sedas bordadas, las imágenes de marfil, los biombos chinos y la propia estética suntuosa oriental eran reinventados por españoles en la Nueva España, y llenaban salones de las grandes casas de la aristocracia virreinal y peninsular.

Y junto al comercio prosperó la ciencia de la mano de la «expedición Balmis». Aquel médico español que, auspiciado por el Rey de España Carlos IV, llevó la vacuna contra la viruela a América, para, desde allí continuar su ruta por el Pacífico, hasta completar la vuelta al mundo. Resulta paradigmático de la calidad científica y humana de Balmis, el hecho de que solicitara permiso para llevar la vacuna también a lugares no españoles, como era la portuguesa Macao, o la isla británica de Santa Elena. Como señalaba Alexander von Humboldt, «este viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia».

Una manifestación clara de que España tuvo su propio siglo de las luces, algo que algunos pretenden negar hoy. Carlos IV, que había vivido la tragedia en su propia familia, con la muerte por viruela de su hija María Teresa, rompió de nuevo fronteras con una expedición científica de consecuencias que todavía hoy asombran. Los tiempos cambiaban; ya no se trataba de expediciones de carácter colonizador. Se llevaba la esperanza de curación de una enfermedad que era letal en muchos territorios del mundo.

Hoy el océano Pacífico forma parte de nuestro universo mental, entre otras cosas por la importancia del mercado asiático en Europa y América. Y ahora resulta más que pertinente recordar que en un tiempo pasado, su historia fue también la nuestra.

María Saavedra Inaraja es directora de la Cátedra Internacional CEU Elcano. Primera Vuelta al Mundo.

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