El Pacto de "El Abrazo" no suma pero multiplica

Tengo la impresión de que ni siquiera los propios Sánchez y Rivera y sus respectivos equipos negociadores son conscientes de la trascendencia del Pacto de "El Abrazo". Les lleve a donde les lleve, su "Acuerdo para un Gobierno reformista y de progreso" marca un hito en la historia de los partidos políticos en España. Un documento de 66 folios admite múltiples reparos y suscita no pocas disidencias, pero al cabo y a la postre mi único reproche de importancia a los líderes del PSOE y Ciudadanos es el de no haber rubricado el acuerdo bajo el mismo cuadro de Genovés que eligieron como decorado para explicarlo.

Hasta ahora los contados pactos que jalonan el periplo de nuestro constitucionalismo habían sido recordados por el lugar donde se fraguaron. Es el caso del nunca explicitado Pacto de El Pardo que dio lugar al turno dinástico de la Restauración, del Pacto de San Sebastián que preparó la proclamación de la Segunda República, de los Pactos de la Moncloa que estabilizaron la economía al inicio de la Transición, del Pacto de Ajuria Enea por el que los partidos vascos hicieron frente al terrorismo, del Pacto del Majestic por el que CiU respaldó la investidura de Aznar, del ominoso Pacto de Estella entre el PNV y Batasuna-ETA o del voluntarista Pacto de Toledo sobre las pensiones.

Nunca un cuadro había servido para bautizar un acuerdo político. El proceso siempre es a la inversa: se llega al entendimiento y el pintor lo refleja, como en tantos lienzos de armisticios desde Breda a Bailén. En este caso el significado y el propio nombre del lienzo de Juan Genovés generan un percutiente pleonasmo de recorrido opuesto porque nada potencia tanto un pacto como la fuerza y sinceridad del abrazo entre sus firmantes.

El Pacto de "El Abrazo" no suma pero multiplicaHasta que Genovés pintó ese cuadro como símbolo de la reconciliación que implicaba la amnistía con la llegada de la democracia, el abrazo por antonomasia de nuestra historia contemporánea venía siendo el de Vergara, con el que Espartero y Maroto pusieron fin a otra cruenta guerra civil. Y no es casualidad que un diputado radical-socialista como Álvaro de Albornoz, es decir alguien que ocuparía hoy el exacto espacio ideológico que ha servido de punto de encuentro para el acuerdo, arremetiera contra ese gesto, en la que por desgracia fue una de las intervenciones más significativas del debate constitucional de 1931:

"No más abrazos de Vergara, no más pactos del Pardo, no más transacciones con el enemigo irreconciliable de nuestras ideas y nuestros sentimientos", alegó a propósito de la cuestión religiosa y la actitud de la Iglesia. "Si estos hombres creen que pueden hacer la guerra civil que la hagan: eso es lo moral, eso es lo fecundo".

Aunque su anatema se convirtió pronto en devastadora profecía auto cumplida, o quizá precisamente por eso, el luego ministro de Justicia y Fomento mantuvo durante el exilio la misma tesis, aprovechando un opúsculo sobre Galdós publicado en Buenos Aires para alegar que "lo peor de nuestras guerras civiles, mucho peor que el fusilamiento de la madre de Cabrera, fue el abrazo de Vergara que hace que los carlistas muertos en el Norte, en el Maestrazgo y Cataluña resuciten como ministros en Madrid". El corolario era poco menos que inevitable: "Yo no me reconciliaré jamás con los asesinos de García Lorca".

Por extrema que parezca, la retórica de Álvaro de Albornoz tenía sólidos antecedentes. De hecho él mismo invocaba por un lado la famosa soflama del magistrado comunero Romero Alpuente proclamando durante el Trienio Liberal que "la guerra civil es un don del cielo"; y por el otro, el diagnóstico de Unamuno de que "la guerra civil es el crisol de las naciones".

De ahí que lo más significativo de su alegato contra el pasteleo, la reconciliación y los abrazos eran los poquísimos ejemplos que, al cabo de siglo y medio de guerracivilismo, podía presentar de la plasmación política de tan denostadas prácticas. De hecho sólo citaba cuatro: el de Espartero y O'Donnell creando la Unión Liberal desde el balcón de la Puerta del Sol en 1854, el del republicano Salmerón compartiendo las listas de Solidaridad Catalana con el carlista duque de Solferino en 1905, el de Pablo Iglesias -atención- formando la conjunción republicano-socialista con Melquiades Álvarez como respuesta a la Semana Trágica de 1909 y el de Lerroux y Gil Robles cuando entraron ministros de la CEDA en el gobierno radical dinamitado por el estraperlo.

Pues bien, ochenta años después esos seguirían siendo los ejemplos para quien en sentido contrario quisiera hacer proselitismo pactista -hace cuatro domingos yo tuve de hecho que ceñirme al primero, por la irrelevancia de los otros- pues aunque el franquismo haya sido bautizado como "coalición reaccionaria" y durante la transición floreciera el consenso, pactos de Gobierno entre partidos nacionales no ha habido ninguno desde entonces.

Tanto las reglas del juego político fruto de la Constitución del 78 como el maniqueísmo que ha seguido impregnando nuestra vida pública han hecho de los grandes partidos castillos amurallados sólo permeables a las concesiones a las minorías nacionalistas -siempre en clave mercantil- cuando eran necesarias para completar la mayoría. Con estas excepciones oportunistas la cohesión de los militantes y votantes se ha tratado de mantener siempre a través de la proclamación del monopolio de la verdad -right or wrong is my party- y de la permanente descalificación del adversario, impregnada a menudo en derrapes de odio.

De ahí que quepa recibir este Pacto de "El Abrazo" entre un partido de centro, sociológicamente enraizado en la España liberal y conservadora, y la fuerza hegemónica de la izquierda, dispuesta al fin a pagar la deuda histórica que engendró su radicalismo de hace 80 años, como el más infrecuente regalo anticipado de la primavera. Y lanzar por primera vez en mucho tiempo los sombreros al aire, como en aquel histórico cuadro de la Constitución de Cádiz en cuyo sustento también confluyeron españoles de ideas diferentes y orígenes opuestos.

¡Bravo, Pedro Sánchez! ¡Bravo, Albert Rivera! Tenéis muy pocas posibilidades de conseguir vuestro objetivo está semana, algunas más en los próximos dos meses, pero si no es así llegaréis a las elecciones anticipadas con un espectacular bagaje: el esfuerzo sincero y cabal por converger en ese espacio de centro-izquierda en el que se ubican a sí mismos la mayoría de los españoles.

Sois los herederos de quienes como Prieto y Besteiro por un lado y Sánchez Román y Giménez Fernández por el otro fracasaron al intentar abortar la mayor tragedia de España mediante un remedio parecido. Pero también sois los émulos directos de aquellos Suárez y González que, cigarrillo va, cigarrillo viene, terminaron llenando la habitación que ocupamos todos con las seductoras volutas del consenso constituyente. Los Boyer y Paco Ordóñez, los Roca y Garrigues os aplauden a ambos lados del desfiladero de las sombras y Rosa Díez y demás precursores de UPyD también lo harán cuando se les pase el disgusto.

Lo esencial es que el Pacto de "El Abrazo" recompone el mapa político creando un gran espacio de centro izquierda reformista y progresista, compartido por dos fuerzas tan diferentes como complementarias. Si Sánchez y Rivera se mantienen firmes "sine die", para Podemos y el PP no habrá desde ahora sino dos caminos: buscar pactos con la entente o tratar de desbordarla con algo próximo a la mayoría absoluta en las urnas.

Rajoy ha intentado ridiculizar el acuerdo, tildándolo de "sainete" pero si nos fijamos en el vaudeville de la corrupción valenciana y madrileña, con Camps saliendo del ataúd, Rita la de las Perlas aferrada a su cuello, Esperanza fuera de pista y Nacho González obligado a explicar al juez lo de su ático, cabría replicarle con aquellos versos de Ricardo de la Vega a Palacio Valdés: "Le pido dispensa, señor don Armando/ si en pro del sainete la pluma tomando/ prefiérolo al género bufo francés".

La realidad es que el PP ha dejado de ser la primera fuerza de la cámara porque 130 escaños son más que 123 y si ese pacto se mantiene inamovible, no tendrá el menor sentido que, tal y como ahora pretende Rajoy, el Rey le haga -tras los dos presumibles fracasos de Sánchez-, el encargo que él mismo se negó a afrontar cuando su mayor contrincante sólo reunía 90.

Tiene razón Podemos cuando dice que el Pacto de "El Abrazo" "no suma" a efectos de investidura. Tiene razón el pontífice Pablo Iglesias cuando añade que "no suma" ni aunque lo apoye "el Papa". Y tiene razón Crispín Errejón cuando añade que "no suma" ni aunque lo apoye "el capitán Trueno". Pero su problema es que aunque el PSOE y Ciudadanos no sumen hoy los suficientes escaños para alcanzar la mayoría, esa entente multiplica las expectativas de obtenerlos mañana, en la medida en que trunca la dinámica frentista que Rajoy e Iglesias alientan en comandita bajo cuerda. Tanto para la izquierda como para la derecha surge así una opción de voto útil que aleja a España tanto del inmovilismo como de la Revolución.

Este pacto multiplica -y estoy seguro de que así lo reflejarán las encuestas- en la medida en que es ya la levadura de una tercera España transversal y centrípeta, basada en la colaboración de los diferentes, capaz de imponerse a las dos Españas cainitas que, como los arrieros de Goya, se necesitan para zurrarse.

Ni Rivera, ni Sánchez -a menos que se le desmande el PSOE, lo cual parece menos fácil que hace un mes- deberían temer acudir de nuevo a las urnas con sus respectivos programas en una mano y su acuerdo perfectible en la otra. Nuevas circunstancias deben servir para profundizar en muchos de los detalles inconcretos del pacto. Les recomendaría, eso sí, que subsanaran el error de la foto y posaran bajo el cuadro que les ha inspirado. Recuerden aquello que cantaba Nacha Guevara de que "en la calle codo a codo, somos mucho más que dos". Asómense al precipicio mágico de Klimt, salten hacia su manantial de cristales, flores y piedras preciosas y comprueben que es la fuerza cosmogónica del abrazo la que puede hacernos mejores a todos.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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