El pacto que convierte a un muerto en un zombi

El pacto que convierte a un muerto en un zombi

Nunca la absorción de una empresa en quiebra había sido celebrada de modo tan espectacular. Podemos se queda con las aminoradas acciones de Izquierda Unida a precio de saldo que es en lo que, ahora la autodenominada Unidad Popular, había quedado. Un nombre imposible para una triste realidad, la unidad popular, la unidad del pueblo, no puede reducirse a dos diputados.

La coalición entre ambas formaciones se escenifica haciendo virtud de la necesidad, pues aunque se venda como la expectativa que acompaña y fortalece a un proyecto imparable no es sino un intento por sobrevivir políticamente a costa de reducir las posibilidades del PSOE, al que tantas veces se menta como necesario aliado.

Izquierda Unida, o lo que queda de ella, seguramente no tenía otra opción que la de acabar en los brazos de Podemos. Su irrelevancia institucional -sin apenas alcaldes ni concejales, fuera de distintos parlamentos regionales y solo dos diputados nacionales- y su insolvencia económica les conducía a la liquidación. ¿Si no pueden pagar los gastos derivados de la última campaña, cómo iban a afrontar esta otra?

Como organización, Izquierda Unida no tenía cohesión territorial. En Cataluña o Galicia ya formaban parte de las confluencias de Podemos, y en Madrid las divergencias y las purgas arruinaron su estructura. La militancia anda profundamente desnortada y sirva como ejemplo que en la consulta sobre la coalición con Podemos solo participó el 28% de su censo, y eso en una organización que no es precisamente de masas sino de cuadros.

Pero a estas realidades fácticas se unen otras debilidades ideológicas y políticas. En la pasada legislatura, la dirección de IU y su grupo parlamentario fueron a remolque del discurso político de Podemos, acomplejados frente al fenómeno del 15-M y la construcción del nuevo partido político.

De algunos y algunas dirigentes podría decirse que actuaron como auténticos submarinos, o en la terminología más conocida por ellos, como entristas, cuya función parecía dirigida a lograr la implosión de su organización. Otros dirigentes más curtidos en la tradición que representa IU y que no entendieron la realidad que iba configurándose fueron superados por ésta. Llegados a este punto, la figura de un liquidacionista, Alberto Garzón, asumía las funciones de liquidador de la compañía.

Así ha llegado a su defunción Izquierda Unida. Curiosamente buscando la salvación en quien ha ejercido, y con desprecio, el papel de su verdugo. Para Podemos, desde el punto de vista de la estrategia, Izquierda Unida no era un objetivo a batir si encarnaba el papel de víctima colateral. Unos pocos diputados y la sanación de la deuda económica no constituyen ningún remedio para una organización ideológica y políticamente fenecida, y como mucho puede aspirar a ser un zombi.

Garzón se ha salvado echando mano del coleguismo generacional pero ha liquidado un proyecto que a falta de una adecuada orientación ha quedado inservible. Izquierda Unida ya no tenía sentido, y su impulsor, el PCE, ha perdido su carácter de núcleo irradiador. Queda por ver qué hará este partido que tanto ha aportado a la libertad y a la democracia en España, y que lamentablemente no ha sido justamente recompensado en otros momentos.

La ideología, la tradición y la práctica política del PCE no se corresponde con las de Podemos. Siempre he pensado que este último se asemeja más a las organizaciones que se situaban a la izquierda del PCE con su singular sectarismo barnizado con caracteres populistas importados de la América chavista y peronista.

Por su parte, Podemos trata de mostrar con esta absorción que es un proyecto que crece desafiante. Pero lo cierto es que trata, de un lado, de detener una hemorragia electoral como consecuencia de su bloqueo a un gobierno de cambio efectivo y por la desafección de sus confluencias, que anteponen sus intereses territoriales. Y de otro, desafía a quien ha hegemonizado la izquierda en España, el PSOE, si bien en este desafío no entraña amenaza para el PP y las políticas conservadoras que dice combatir.

El objetivo de Podemos es la hegemonía política de la izquierda, para la posterior conquista del poder que queda así aplazada, y no el logro de un gobierno progresista que ponga fin cuanto antes al sufrimiento del pueblo. Esto último constituye solo la coartada, no su fin, y además porque su público, su electorado finalista, no lo constituye la masa sufriente sino unas clases medias, urbanas e instruidas que ven amenazadas su situación o sus expectativas de bienestar y reconocimiento social.

Podemos también se ve afectado en su discurso y posición política por integrar a la coalición comunista. En el acuerdo hay un cierto signo de reencuentro de antiguos camaradas. Podemos recupera el tablero derecha-izquierda. Ahora la izquierda y la derecha dejan de ser accidentes geográficos, y la partida se pretende situar en un nuevo bipartidismo entre la derecha -derecha auténtica (PP)- y la izquierda -izquierda de verdad (Podemos)-. Podemos deja de ser transversal, incorpora elementos de la casta y se convierte en una gran coalición a la izquierda del PSOE.

Pero en política, como todo en la vida, lo emocional siempre es relevante, y así, en la sonrisa de Pablo Iglesias con un Garzón acalorado se muestra una cierta satisfacción de vendetta. Iglesias, el mismo que fue repudiado para integrar unas listas de Izquierda Unida al Parlamento Europeo, el mismo que ejercía anónimamente como asesor a dirigentes reconocidos y bien situados, ha venido a salvar a su antigua organización. En menos de tres años él, solo él, se ha comido una organización anclada en el sistema político. Y el acaloramiento de Garzón también resulta muy expresivo, una salvación no exenta de humillación, la misma que podría mostrar el capitán del navío naufragado que corre el primero para salvarse.

Con todo, creo que al final el resultado será de suma cero y que la posible ganadora de este acuerdo es la derecha de verdad, que se frota las manos ante la oportunidad que le brindan estos nuevos aliados. No habrá sorpasso y el escenario parlamentario acabará en un posible déjà vu.

José Luis Ábalos es portavoz adjunto del grupo parlamentario socialista en el Congres.

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