El país de la oscura primavera

El país de la eterna primavera. Viniendo desde Quetzaltenango hacia la ciudad de Guatemala por la carretera de la tierra caliente, la costa del Pacífico, siempre bajo la vigilancia augusta de los volcanes, el paisaje se agota en la insólita profusión de rótulos de carretera con los rostros y los lemas de los candidatos de la recién pasada campaña electoral, candidatos a presidente, a diputados, a alcaldes. Unos más que otros, y son mucho más frecuentes las efigies de los dos que pasarán a la segunda vuelta presidencial a celebrarse en noviembre de este año, el ingeniero Álvaro Colom de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), que se define como socialdemócrata, y el general Otto Pérez Molina del Partido Patriota (PP), de la derecha dura.

Lo primero que advierte el viajero, frente a cuyos ojos pasan las efigies en sucesión sin fin, es que el ingeniero Colom parece más bien un serio profesor universitario de leyes, o un prefecto de claustro, y el general Pérez Molina se empeña tercamente en no sonreír, con la vista puesta en ninguna parte, pero de ninguna manera en los ojos de quien le mira. Le habrán dicho sus asesores de imagen que es lo que conviene a su discurso implacable de "mano dura", o es que la cara de pocos amigos se la da su propio carácter. Cuando hace tiempo visité Guatemala, en las preliminares de la campaña electoral, y vi en las vallas del centro de la capital la cara del general Pérez Molina por primera vez, acompañada de su lema de "mano dura", le pregunté a un amigo por el futuro de aquel candidato que venía de los cuarteles militares, y me respondió, con desdén, que no tenía ningún futuro.

Vean qué equivocación. El general Pérez Molina puede ser el próximo presidente de Guatemala. Por el momento lo ha votado el 24% de los electores, al menos casi uno de cada cuatro guatemaltecos. Y todo a pesar de la triste historia de los líderes militares, o a lo mejor precisamente por eso, porque sólo un militar con fama de duro puede prometer mano dura frente a la impotencia que despiertan tanto el crimen organizado como el crimen por la libre. Quince asesinatos diarios como promedio, no pocos de ellos ejecuciones, y no pocas de las víctimas, mujeres.

Repasar los periódicos de cualquier día explica sin dificultades al hierático general Pérez Molina y su éxito electoral, en un país en donde cada vez más hay quienes se hacen justicia por su propia mano, y claman por una mano dura que actué en nombre de ellos. Linchamiento en barrios, mercados y aldeas de extorsionadores, ladrones, secuestradores de niños, pandilleros, por turbas que además impiden el paso de los policías y de los socorristas de la Cruz Roja que llegan a rescatar el cuerpo del ajusticiado.

El caso acerca del cual leo, ocurrido en San Juan Sacatepéquez, tuvo por protagonista fatal a un hombre que extorsionaba a dueños de bares y chóferes de autobuses, cobrándoles un impuesto por dejarlos tranquilos. Otro caso envuelve a una muchacha de 22 años, cuyo cadáver ha sido encontrado en la colonia Lourdes de la capital cosido a balazos. Sobre el cuerpo fue dejado un rótulo que dice: "Ya me cansé de que me cobres el impuesto".

Pero hay más. El candidato del partido de Gobierno, que quedó de tercero, Alejandro Giammattei, debe su prestigio precisamente a que, como director de Presidios, dirigió la toma militar de la cárcel de Pavón, en manos de los sicarios del narcotráfico que la habían convertido en territorio soberano suyo, desde donde dirigían sus operaciones. Quienes lo votaron lo recuerdan por eso, por la mano dura.

El gran desafío del socialdemócrata Colom es ganar la segunda vuelta sin apelar al discurso cavernario, y convencer a los electores que el Estado de derecho, basado en la justicia social, es más eficaz contra "la violencia exacerbada, y que hace falta un esfuerzo de nación para contenerla". La violencia que se ha pasado llevando la vida de militantes y familiares de militantes de su propio partido, asesinados por venganza política, como ha cobrado las de miembros de otros partidos, entre ellos el de Rigoberta Menchú. (La premio Nobel de la Paz sacó pocos votos en la primera vuelta de las presidenciales, pero los candidatos indígenas a alcaldes, pertenecientes, eso sí, a diversos partidos, ganaron casi un 40% de los municipios del país).

La mano dura, como promesa, viene a ser un monstruo de mil cabezas. Quienes padecen las consecuencias de la inseguridad y la violencia por causa de una policía sometida a la corrupción, e infiltrada por los carteles de la droga, y de un sistema judicial ineficiente, han olvidado, o no tienen edad para recordar, de dónde ha provenido tradicionalmente la violencia institucionalizada, con sus ejes secretos en las altas esferas, y pasan por alto también que al votar a favor de la mano dura otorgan tácitamente un espacio de poder que consiente las actuaciones extrajudiciales, de las que Guatemala ha estado tristemente plagada.

Entretanto, personajes que enfrentan juicios por delitos mayores, como el general Efraín Ríos Montt, con dos procesos internacionales abiertos en su contra por genocidio, epítome de la mano dura, y otros acusados de lavado de dinero y actos de corrupción, en vinculación al narcotráfico, han sido electos como diputados y alcaldes, y gozarán por tanto de inmunidad, con lo que se libran de cualquier condena.

A los dos amigos con quienes converso la noche antes de mi salida de Guatemala les hago la pregunta ritual de por quién votarán en la segunda vuelta. Me dicen que por el general Pérez Molina, en ningún caso. No quieren a los militares de vuelta en el poder. Ambos son hermanos, y otro hermano suyo desapareció para siempre en 1985 bajo la represión indiscriminada que asolaba a Guatemala. Desaparecidos, osarios, tumbas sin nombre. No quieren mano dura nunca más.

Sergio Ramírez, escritor y ex vicepresidente de Nicaragua.