El país de los perros

Dicen los periódicos que, a día de hoy, en España hay más perros que bebés. Podríamos añadir que hoy, en España, hay más preocupación por la protección de los animales que por el cuidado de las personas. Muchos que consideran que el eliminar a un no nacido no es nada más que el ejercicio de un derecho, se escandalizan si se aniquila la vida de un cachorro o se impide sin más su nacimiento. Una sociedad así es una sociedad enferma en la que no existe una jerarquía de valores a la medida del hombre. Se ignora de esta forma el valor de la verdadera humanidad. Y la tan cacareada dignidad de la persona no es más que una frase falsa sobre cuyo fondo se escupe impunemente.

Se mima a los perros mientras se desea la muerte de las personas que no piensan como uno. Alguien que piensa distinto es algo que debe ser odiado o, si fuera posible, exterminado. Se funciona con una lógica de peor naturaleza que la de un perro.

Sobre ese que piensa distinto recaen insultos en tuits terribles que avergonzarían a una persona con el mínimo sentido moral. Resulta que, mientras se defiende a un determinado colectivo de mujeres, se desea que a otro grupo de ellas se las viole o apalee. No se cree en la radical igualdad del ser humano. El igual es el que piensa como yo, aunque su pensamiento sea una forma de pensar abyecta, porque coincide con la mía. Resulta así que se establece un complejo de relaciones basadas en un principio general de abyección Y ese que es igual en la abyección puede ser, a la vez, un enemigo potencial si cambia de manera de pensar de modo que contraríe mis intereses.

En el país de los perros sin embargo no se copia aquella cualidad tan apreciada en ellos aunque en su caso sea algo instintivo: la lealtad y la fidelidad. En ese sentido si que puede decirse que no somos como los perros…

Es quizás en el plano político donde se ve con más claridad que el nuestro es un país de perros donde, en las personas, se echan de menos aquellas cualidades genuinas, instintivas a las que antes aludía.

Los políticos de todo signo suelen fotografiarse en sus magníficas viviendas –hasta en la Moncloa– acariciando a un perro. Cosa extraña es que para mostrar el lado más humano de un personaje se escoja la compañía de un perro y no a una persona de carne y hueso. Persona escogida en cuanto tal, no como un votante o un militante al que se quiere manipular en favor propio. Los perros no engañan. Muchos políticos sí. Se diría que la mentira es lo que les proporciona a algunos los rasgos fundamentales de su identidad.

Estoy convencido de que llegará un tiempo en el que los niños superarán en España al número de perros. Y en que aquellos que acarician a los perros –cosa que como pueden comprender no me parece mal, sino todo lo contrario– sabrán apreciar la infinita distancia que existe entre la ternura que suscita un niño, y la también agradable compañía que puede proporcionar un perro.

Juan Andrés Muñoz Arnau es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de La Rioja.

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