El país del 'qué hay de lo mío'

Un dirigente del PP me dijo hace algún tiempo que la sede del partido en Génova había quedado tan marcada por la corrupción que era partidario de "venderla y empezar de nuevo en otro lugar". Entre las paredes de las oficinas del partido que gobierna este país se han repartido sobres con sobresueldos, satisfecho mordidas de empresarios, pagado reformas con 'dinero negro' y destruido pruebas de presuntos delitos, según la investigación de jueces y periodistas. Y, aun así, la lista de fechorías supuestamente cometidas desde la sede madrileña parece una obra caritativa comparada con las actividades de su sucursal en Valencia, donde los 'populares' se han comportado como los dueños del Casino de Scorsese, sin que faltase el hombre que contaba el dinero.

Alfonso Rus era ese capo protagonizado por Robert De Niro que explica cómo en sus dominios hay tres formas de hacer las cosas: "Bien, mal y como yo las hago".

El país del 'qué hay de lo mío'El dinero de la trama destapada por la delegación valenciana de este periódico no se lavaba en las ruletas de Las Vegas, sino en negocios como esa peluquería a la que habían puesto el nombre de 'Qué hay de lo mío'. Nuestros corruptos no dan más de sí. Es precisamente esa falta de disimulo, el burdo exhibicionismo de sus 'pelotazos', lo que hace más negligente la pasividad con la que el Partido Popular permitió que la putrefacción se extendiera durante dos décadas en uno de sus grandes feudos. Pero claro: era en Valencia donde los líderes nacionales podían jugarse su futuro y no era cuestión de incordiar a los conseguidores de una comunidad donde, además, se ganaban elecciones sin despeinarse.

La respuesta a cada escándalo ha sido siempre la misma. El otro partido roba igual o más. Son unas pocas manzanas podridas. Estamos siendo muy, pero que muy contundentes contra la corrupción. Ni una dimisión o asunción de responsabilidades. Ninguna disculpa a los ciudadanos, los militantes que trabajan honradamente o los votantes que han creído las promesas incumplidas de regeneración. Ninguna intención, por supuesto, de cambiar las estructuras gangrenadas.

Sólo bajo ese sistema partitocrático y decadente puede haber llegado Rita Barberá hasta aquí asegurando que "en Valencia nunca se ha amañado un contrato", mientras sus colaboradores más estrechos pasaban la noche en el calabozo y la Guardia Civil daba credibilidad a los testigos que aseguran que la ex alcaldesa de Valencia estaba al tanto del lavado de dinero. Sólo alguien que sabe que cuenta con la protección del partido, tras haber sido convertida en senadora por la gracia del Qué hay de lo mío, puede mofarse así de sus ciudadanos y esperar que no pase nada.

¿Cuántos escándalos hacen falta para que el Partido Popular reconozca que tiene un problema endémico de corrupción? ¿Cuántos imputados más hasta que lleve a cabo la regeneración que le pidieron sus votantes al retirarle la mayoría en las últimas elecciones? ¿Cuántos Alfonso Rus tienen que salir contando billetes en grabaciones policiales para que alguien dé un puñetazo en la mesa y diga basta?

España necesita un Partido Popular con legitimidad moral para consensuar una coalición que defienda los principios constitucionales, la unidad de España y las reformas económicas y sociales que deben llevar el país adelante. Pero la gran coalición que defiende este periódico debe ir acompañada de la gran limpieza de la vida pública. Es lo que vuelve a pedir Albert Rivera en la entrevista que publicamos hoy y lo que Mariano Rajoy ha sido incapaz de ofrecer hasta ahora.

Los españoles no tienen un gen que les predisponga a la corrupción más que los noruegos. Nuestro problema es precisamente lo que no tenemos: democracia interna en los partidos, un sistema transparente de supervisión de la vida pública, instituciones despolitizadas, un sistema educativo que penalice la cultura de la trampa -e instaure la del mérito- y, ya puesto a pedir, un electorado que haga a sus políticos responsables de los saqueos. Porque los casinos de Valencia o Andalucía, donde las oligarquías políticas de PP y PSOE montaron sus grandes sistemas clientelares, no habrían sobrevivido sin suficientes clientes dispuestos a seguir jugando a pesar de que sabían que las ruletas estaban amañadas.

David Jiménez, director de El Mundo.

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