El papa político busca pacificar Colombia

El papa Francisco I saluda a la multitud a su arribo en el papamóvil a una misa al aire libre en Villavicencio, Colombia, el 8 de septiembre de 2017. En su homilía urgió a los colombianos a no buscar venganza. Credit Alberto Pizzoli / AF
El papa Francisco I saluda a la multitud a su arribo en el papamóvil a una misa al aire libre en Villavicencio, Colombia, el 8 de septiembre de 2017. En su homilía urgió a los colombianos a no buscar venganza. Credit Alberto Pizzoli / AF

El papa llegó y ya no tuve dudas: era el líder político que más de 40 millones de personas estaban esperando. Había que ver su recibimiento, a lo colombiano —a ritmo de cumbia y más cumbia— con mucha hospitalidad y emotividad en las calles, la gente agitando banderitas, camisetas, mostrándole una estampita, una medalla milagrosa, una foto familiar o alzando a un niño para que recibiera su bendición. Mis compatriotas querían mirarlo tan de cerca para tomarle fotos, tocarlo y abrazarlo que formaron un tapón humano que impidió el paso del papamóvil por la calle 26 de Bogotá. Lograron aferrarse a él, a la esperanza que representa, aunque solo fuera por unos segundos.

Jorge Bergoglio o Francisco I parece ser el único que puede hablar de paz sin que se arme un lío entre nosotros. Sabe cómo hacerlo sin tomar partido de forma evidente, sin alimentar el rencor y sin la politiquería de varios de nuestros líderes locales, quienes seguramente utilizarán sus mensajes a conveniencia para la campaña presidencial que ya comienza y se anticipa muy intensa por la polarización que vivimos.

Colombia es un país de católicos, siete de cada diez ciudadanos se identifican como tales pero tanta alegría y emoción por su visita, sospecho, no ha sido por motivos exclusivamente religiosos. El país vive momentos de cambio, de incertidumbre y desconfianza. Y Francisco es una autoridad, incluso entre quienes no profesan su fe, porque además de ser un líder religioso es un gran político, aunque la Iglesia católica diga que no y haya emitido un comunicado aclarando que el Sumo Pontífice venía en una misión estrictamente pastoral y que no se reuniría con el expresidente Álvaro Uribe, las Farc o representantes de la oposición venezolana.

Para despejar dudas sobre el motivo de su visita, el propio papa envió el siguiente tuit antes de tomar el avión rumbo a Bogotá: “Queridos amigos, por favor rueguen por mí y por toda Colombia donde iré de viaje en búsqueda de la reconciliación y la paz en ese país”. No hay nada más político y controversial que hablar de paz y reconciliación en la Colombia actual. Nadie se opone a ese esfuerzo, el problema es que no hemos logrado ponernos de acuerdo sobre cómo hacerlo.

Nuestras diferencias profundas se hicieron evidentes con el plebiscito del 2 de octubre de 2016, cuando pasamos a la historia como el país que había votado en contra de la paz. Nos malinterpretaron. No conozco a un solo colombiano que se oponga a la paz, pero sí conozco a muchos que se asustaron con su llegada. Después de 52 años de guerra, tenemos ideas muy distintas sobre lo significa esa palabra, tan aparentemente inofensiva, de tres letras. Desde hace un año, la paz es nuestro nuevo conflicto.

Las Farc, la izquierda y los progresistas hablan de “paz con justicia social”, esa que solo se logra si cambian las condiciones estructurales, se superan las desigualdades y la exclusión económica y política que dieron origen al conflicto armado. Al otro lado del espectro ideológico colombiano, el expresidente Álvaro Uribe, su partido el Centro Democrático, las iglesias cristianas evangélicas y ciertos sectores de la misma Iglesia católica han dicho que “no habrá paz sin justicia”. Creen que las Farc, especialmente sus líderes, deben ser condenados a prisión por los delitos que cometieron en la lucha armada. En el medio de los dos polos hay todo tipo de variantes que ponen más o menos acento en la justicia o en la paz.

¿Justicia o paz? Ese ha sido nuestro meollo nacional y falso dilema. No es algo nuevo. Lo hemos vivido desde la extradición de los narcos, la desmovilización de los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia y cada uno de los diálogos con las Farc y otros grupos guerrilleros. Lo sigue siendo con el proceso que está en desarrollo con el ELN y la posible negociación con el Clan del Golfo y otras organizaciones criminales para que dejen de delinquir.

“Se necesitan leyes justas que puedan garantizar esa armonía y ayudar a superar los conflictos que han desgarrado esta nación por décadas”, dijo el papa frente al presidente Juan Manuel Santos y otros representantes de los poderes colombianos, en el patio del Palacio de Nariño. Parecía que estaba tomando partido, poniéndose del lado de ese sector del país que pontifica contra la impunidad.

Pero enseguida añadió: “Leyes que no nacen de la exigencia pragmática de ordenar la sociedad sino del deseo de resolver las causas estructurales de la pobreza que generan exclusión y violencia”. En dos frases seguidas le hablaba a los dos extremos. Y en la tarde, en el parque Simón Bolívar, le habló en clave de homilía a esos miles de colombianos que nadan atemorizados entre una orilla y otra, al vaivén de sus voceros más rabiosos y entre las tinieblas del odio y la corrupción.

El papa le dijo a los obispos colombianos que “no son políticos, son pastores”. Pero no hay que ser políticos profesionales para hacer política. Aunque lo niegue, la Iglesia católica no se quedó al margen en nuestro conflicto. Aún falta por esclarecer cuál fue su papel. Algunos de sus integrantes han sido defensores de víctimas y facilitadores de paz pero otros fueron cómplices y perpetradores de la violencia, por acción u omisión.

Hace dos años la Conferencia Episcopal colombiana tomó la decisión de no pedir perdón públicamente. Uno de sus argumentos fue que no tenían recursos para reparar a sus víctimas. Por propia iniciativa, un grupo de sacerdotes participó recientemente en un acto simbólico de arrepentimiento. “No fue posible que la Iglesia como institución respaldara este acto público”, dijo el padre Javier Giraldo, uno de los promotores.

El papa proclamó como beatos a dos sacerdotes mártires de nuestra violencia, se reunió con víctimas, victimarios y nos dijo: “Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No temas a la verdad ni a la justicia”. Sin embargo, hasta el momento, Francisco no ha dicho nada sobre la responsabilidad de su Iglesia en nuestra triste historia.

Sería el mejor ejemplo para millones de colombianos que le creen, que necesitan inspiración en estos momentos y están pendientes de sus palabras. Le agradecemos su fe y esperanza en nosotros pero le agradeceríamos aún más la honestidad, la valentía.

Catalina Lobo-Guerrero es una periodista colombiana.

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