El Papa que nos invita a pensar

Para el estilo de vida actual, posiciones como las que sostiene la Iglesia católica se han convertido en una tremenda provocación. Benedicto XVI lo sabe y así lo reconoce en Luz del mundo, el libro-entrevista que ha realizado con el periodista alemán Peter Seewald y que acaba de publicarse. «No hay que buscar expresamente el conflicto, claro está, -señala el Papa- sino, en el fondo, el consenso, la comprensión. Pero la Iglesia, el cristiano y, sobre todo, el Papa, deben contar con que el testimonio que tiene que dar se convierta en escándalo». Pertenece a la esencia misma de la vida cristiana soportar hostilidad y ofrecer resistencia, aunque sea una resistencia pacífica y creativa que sirva para sacar a la luz lo positivo.

Veamos con detenimiento el ejemplo más reciente de una de esas provocaciones. «El problema del sida no puede solucionarse con la distribución de preservativos». Por esta afirmación, incompleta y sacada de contexto, crucificaron al Papa en 2009, cuando iniciaba un viaje a África. Los mismos que le azotaron ahora le bajan de la cruz y le indultan porque, supuestamente, ha cambiado la doctrina católica sobre el particular y ha rectificado, poniendo a la Iglesia al día, sabiendo leer los signos de los tiempos y bendiciendo el uso del condón.

El Papa dijo entonces, y ha vuelto a decir en el mencionado libro, que el problema del sida no se soluciona repartiendo preservativos. Lo que en sí mismo admite escasa refutación, porque se cimienta sobre datos incontestables. Según el Informe de la ONU sobre el SIDA que acabamos de conocer, en este año 2010 ha habido 2,6 millones de nuevos casos para un total de 33,3 millones de personas infectadas con el VIH en todo el mundo. En una época marcada por la saturación informativa, donde, como afirma el Papa, «la realidad es que siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición», ¿cómo es posible que el número de enfermos siga aumentando?

Si los preservativos hubieran sido la solución al problema, la pandemia estaría prácticamente erradicada. Si, al menos, los preservativos hubieran sido, de entre todas, la solución más eficaz, cabría esperar que el número de contagios, lejos de aumentar, hubiera disminuido significativamente. Pero ni lo uno, ni lo otro. Luego el Papa tenía (y sigue teniendo) razón, por mucho que moleste a quien no está dispuesto a llegar al fondo de las cuestiones y a sentirse incómodo cuando le tocan el bolsillo o la ideología.

Pero es que, además, el Papa no dijo sólo eso. Entonces (y ahora) completó la frase y la colocó en su adecuado contexto para recordar que «deben darse muchas cosas más», que «es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tanto antes como después de contraer la enfermedad». Es decir, que el enfermo de sida es ante todo una persona, y como tal debe ser tratada. Así la acoge la Iglesia, con los brazos abiertos, sin preguntarle de dónde viene, a qué partido político pertenece, a Quién le reza, o si vive como si Dios no existiera. Conviene recordar que casi el 30% de los centros para el cuidado del VIH/sida en el mundo son católicos.

Con la verdad de los hechos como premisa, demos un paso más para profundizar en el centro de la polémica creada. Una vez que el Papa deja claro que la solución no está en la distribución de condones, aborda la llamada teoría ABC -Abstinencia, Fidelidad, Preservativos-. Benedicto XVI incide en que se trata de una propuesta del ámbito secular, es decir, que no se identifica con la doctrina católica y que admite el uso del preservativo en situaciones aisladas; siempre en tercer lugar, después de la abstinencia y la fidelidad; una propuesta que asume, por lo tanto, que los otros dos medios son mejores y más efectivos, y que recurre al condón cuando los dos primeros puntos han sido rechazados, en un ejemplo de lo que se conoce en Moral como teoría del mal menor, que, por cierto, ha dado estupendos resultados científicos en países como Uganda y Kenia donde, gracias a la aplicación de la estrategia, se han reducido los contagios.

Hay que insistir en que el Papa habla del ámbito secular. Desde el punto de vista de la doctrina católica la cuestión principal es previa. No se trata de si para alguien que se prostituye es pecado o no el uso del preservativo, sino de que un católico no debe prostituirse. Ahora bien, pensemos, desde ese punto de vista secular, en alguien infectado con el virus del sida que, por seguir con el ejemplo, ejerce la prostitución. Una vez que la situación ideal no se ha dado, y que nos encontramos con una conducta de riesgo, ¿es mejor intentar reducirlo mediante el uso del preservativo o no usarlo y exponer así a una mayor probabilidad de contagio a las personas con quien se tienen las relaciones sexuales? Jimmy Akin cita, en el Catholic National Reporter, una analogía muy clarificadora: «Si alguien iba a robar un banco y estaba decidido a usar un arma, sería mejor para esa persona utilizar un arma que no tenga balas. Se reduciría el riesgo de lesiones mortales. Pero no es la tarea de la Iglesia, de enseñar a posibles ladrones de banco de cómo robar a los bancos de forma más segura y menos aún es tarea de la Iglesia apoyar programas para ofrecer a posibles ladrones de banco armas de fuego que no puedan usar balas. No obstante, la intención de un ladrón de bancos para robar un banco de una manera que es más segura para los empleados y clientes del banco puede indicar un elemento de la responsabilidad moral que podría ser un paso hacia la comprensión final de la inmoralidad del robo del banco».

En este mismo sentido hay que interpretar las palabras del Papa cuando señala que la Iglesia no ve en los preservativos una solución real y moral al problema del sida, pero que «no obstante (en algunos casos) pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana».

Dicho esto, lo que el Papa nos recuerda, y he aquí el nudo gordiano que toca el corazón de la cultura hedonista, es que «la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad». Mientras que en las personas adictas al sexo, puede reducir el riesgo, en otras muchas induce a ese tipo de conductas, impidiéndose el logro de los comportamientos que eliminan la posibilidad de infección.

En esa misma línea provocadora de la que hablábamos al principio, no podemos concluir sin formular algunas preguntas que, una vez analizado el caso, parecen imprescindibles: ¿Por qué tiene tanto interés y relevancia en el año 2010 lo que sostiene un anciano de 83 años que, al decir de una cierta cultura dominante, está al frente de una institución decadente y retrógrada? ¿Por qué se alegran quienes no son católicos de que la Iglesia católica cambie, supuestamente, su doctrina? ¿Se trata de un ejercicio de filantropía porque están seguros de que variando su posición, y pasando a pensar como ellos, los católicos van a ser mejores y más felices? ¿Con qué fundamento, vistos los datos, se atreven a afirmar que la Iglesia católica es responsable moral de las muertes por sida en África al prohibir el uso del preservativo?

Suponemos que se utiliza aquí prohibir en uso figurado porque la Iglesia, aunque quisiera -que no lo desea-, no tiene ninguna capacidad de prohibir la distribución y el uso de los preservativos. En cualquier caso, ¿de qué muertes sería moralmente responsable?, ¿de las de los católicos africanos que no habrían sido capaces de abstenerse y/o ser fieles en sus relaciones y que, una vez en esa situación de clara desobediencia a la doctrina católica, paradójicamente habrían decidido obedecer en la cuestión del condón y por eso habrían mantenido relaciones sexuales sin preservativo?

¿Son los mismos católicos que, a decir una determinada opinión publicada, hacen caso omiso de la doctrina o eso sucede sólo en la Europa secularizada y, en otros lugares, como en África, resulta que sí siguen las indicaciones de la Iglesia y que por eso contraen la enfermedad? ¿Saben quienes lanzan esas difamaciones que la población católica en África no llega a un 13% y que su problema más acuciante consiste actualmente en sobrevivir ante la persecución religiosa que sufren?

Son preguntas necesarias para seguir pensando; porque, como le dijo el primer ministro británico, David Cameron, al Papa Benedicto XVI en la despedida de su reciente viaje al Reino Unido: Usted, Santidad, «nos ha retado al país entero a sentarnos a pensar, y eso sólo puede ser bueno».

Isidro Catela Marcos, director de la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española y profesor de la Universidad Pontificia de Salamanca.