El Papa que nos llega y la España que lo acoge

Por Antonio Montero. Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz (ABC, 05/07/06):

ME tiembla el pulso al redactar cuanto sigue, bajo la sacudida emocional de la inmensa tragedia del metro de Valencia. Sigo escribiendo, no obstante, convencido de que el Encuentro de las Familias y la Visita del Papa supondrán un homenaje a las víctimas y un consuelo para sus seres queridos.

A la espera, en la esperanza, y casi en la expectación, de un sinnúmero de españoles, Su Santidad Benedicto XVI aterrizará, Dios mediante, en Valencia el próximo sábado, para respaldar con su presencia y liderazgo el Encuentro Mundial de las Familias, quinto de la serie trienal, impulsada por Juan Pablo II en 1992, cuyas últimas y grandiosas ediciones, en Manila y en Río de Janeiro, han batido récords de concurrencias millonarias y de resonancia internacional.

El viaje papal a la capital levantina, tercero en Europa, tras los de Colonia y Cracovia, no reviste, en nuestro caso, el carácter formal de una visita pastoral a España, como lo fueran otros de su predecesor Juan Pablo II, sino que se centra en el Encuentro mundial susodicho. Ahora bien, su gestión y su contexto vienen marcados por una impronta hispana, digna de atención y comentario.

Fue Juan Pablo II en persona quien escogió Valencia como escenario del Encuentro de 2006, en visible reconocimiento de los logros singulares de la Archidiócesis mediterránea, por su atención prioritaria al mundo de la familia, en todos sus componentes y derivaciones. Justo es subrayar también que el Papa alemán, en los albores mismos de su servicio petrino, mostró especial interés por el Encuentro de Valencia y acogió de buen grado la invitación, entre audaz y reverente, del Arzobispo García-Gasco, secundado con entusiasmo por su cuantiosa feligresía levantina, y arropado, cómo no, por la Conferencia Episcopal y por la comunidad católica española.

Lo cierto es que, de entonces acá, todo ha discurrido como sobre ruedas. El Santo Padre ratificó en esta primavera su propósito de acudir a Valencia. De lo cual fue cumplidamente informado el Gobierno de España, que mostró su cordial aquiescencia al viaje pontificio y puso en juego los dispositivos pertinentes para garantizar debidamente la acogida y estancia del Papa en nuestro país, con la misma altura y dignidad que se dispensó en ocasiones anteriores a tan augusto huésped.

Nada digamos de la prontitud y el entusiasmo operativos con que la Generalitat y el Ayuntamiento valencianos respondieron a esta noticia mayor, secundando obviamente el protagonismo del Arzobispado, prestos a acometer sin tregua la ejecución del vastísimo y tremendo organigrama del Encuentro y la Visita, mediante una sabia concertación de competencias y con el apoyo incondicional de diez mil voluntarios.

El Encuentro mundial, de una semana de duración, comprende tres Congresos paralelos, una gran Feria de convivencia entre familias de los cinco continentes, y fervorosas celebraciones religiosas. El Papa proclamará, desde el puente de Monteolivete en la Ciudad de las Artes y las Ciencias, los valores trascendentes del matrimonio y la familia para toda la especie humana; y, al interior de la Iglesia, la función ineludible de la familia cristiana, como transmisora de la fe, lema de estas jornadas mundiales.

Hacemos hincapié en esto último, válido para España y para el mundo, evocando el compromiso religioso y moral de los hogares creyentes, que denomina honrosamente el Vaticano II Iglesia doméstica. En ella hemos conocido muchos al Dios-amor, aprendido a rezarle, descubierto a Cristo y a María, y practicado el amor evangélico.
Huelga decir que, como tantos otros activos de nuestra herencia religiosa y moral, esa tradición se ve hoy mermada y amenazada por situaciones a la vista de todos, que estudiarán a fondo los Congresos del Encuentro (Teológico-pastoral, Juvenil y de Mayores o Ancianos), según ha editorializado e informado copiosamente este periódico, mediante voces autorizadas, a las que me remito.

Fieles al título y al hilo argumental de este artículo, retomamos el componente hispánico del viaje pontificio, que, aunque complementario de su objetivo primordial, no podemos calificar en modo alguno como secundario para nosotros, sino más bien considerarlo como un momento de gracia y una oportunidad privilegiada.

Ateniéndonos a los datos suministrados por la Oficina de Prensa del Vaticano, el Santo Padre acudirá el sábado a media tarde al Palacio de la Generalitat valenciana para cursar visita de cortesía a Sus Majetades los Reyes. Allí recibirá después al titular de la Casa, el presidente autonómico Francisco Camps; a la alcaldesa Rita Barberá, que le hará entrega de las llaves de la ciudad, y al presidente del primer partido de la oposición, Mariano Rajoy. De vuelta al Palacio Arzobispal, Benedicto XVI recibirá en audiencia especial al presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.

El horario establecido para estos encuentros protocolarios permite, al parecer, que alguna de esas conversaciones pueda prolongarse provechosamente hasta una media hora. Dando por ciertos también los contactos previos de cada parte con el nuncio apostólico y con el nuevo embajador de España, que pueden propiciar el contenido y ambiente de esos encuentros superiores, para bien de todos.

El Papa que nos visita lo hace ya, si cabe hablar así, en la plenitud y madurez de su aún reciente mandato apostólico, por sus señaladas dotes personales, por su privilegiada cercanía junto al Pontífice anterior, por su conocimiento cabal de la Curia romana y por los contactos en su antiguo cargo con toda la periferia de la Iglesia. Diríase que el nuevo Papa no precisaba de entrenamiento ni noviciado alguno para ejercer de inmediato como Pastor universal.

En poco más de un año de ministerio, ha presidido un Sínodo de los Obispos, convocado un Consistorio cardenalicio, publicado una gran Encíclica, visitado, con éste, tres países europeos y relevado altos cargos del Gobierno general de la Iglesia. Ejerce un magisterio continuo de catequesis y alocuciones, tan lúcidas como estimulantes. Y se perfilan ya como líneas maestras de su pontificado el servicio a la verdad, el coraje apostólico, la purificación de la Iglesia, la apertura ecuménica y la solidaridad universal.

¿Con qué país, Iglesia y sociedad se va a encontrar el Papa Ratzinger al aterrizar en Valencia? Como hombre docto y bien informado conoce la historia de la Iglesia en España, de santos y de teólogos, de misioneros y de mártires. Está al tanto también de nuestra inserción en el eclipse religioso y moral de la Europa de hoy, incluso señalándonos por un permisivismo integral del divorcio, del aborto, de las manipulaciones genéticas y de los más extraños modelos de familia.

Mas, nuestra Iglesia, Santo Padre, procura mantenerse fiel y animosa ante lo mucho y bueno que alienta en nuestras diócesis y parroquias, en nuestras comunidades de vida consagrada, en movimientos laicales y familias ejemplares. Y, en un plano más institucional, las universidades católicas, los colegios religiosos, los profesores de religión en centros estatales, las obras sociales detoda naturaleza y los servicios incontables a los más necesitados. Con quiebras y sombras en todo lo dicho, pero también con espíritu penitente y confiado. Acusamos un doloroso déficit de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Echamos en falta una presencia más visible de laicos cristianos en la vida pública, lo que hace más meritorio a quienes siguen esa vocación.

En nuestra obligada relación con los poderes públicos queremos mantenernos, en lo que nos atañe, en la observancia fiel de los Acuerdos España-Santa Sede y en el trato respetuoso y cordial con las autoridades democráticas, propiciado por la Constitución. Tenemos entreabiertos con el Gobierno actual dos cauces empinados de diálogo, uno sobre la enseñanza y otro sobre la financiación de la Iglesia. Buen momento el presente para llevarlos a buen puerto. Sed bienvenido, Santidad.