El Papa y los periodistas

SAN Francisco de Sales (1567-1622), evidentemente, no fue periodista. Si es el patrono de los periodistas no fue por su buen ejercicio del ministerio episcopal, o por fundar, junto a Santa Juana Francisca de Chantal, la Orden de la Visitación. Sino más bien porque este doctor de la Iglesia, en el contexto de la contra-reforma, ideó todo tipo de medios –como las octavillas que repartía de noche por las casas– para la divulgativa respuesta apologética a las controversias de la fe. De tal suerte que, cuando en 1923 Pío XI le otorgó este patronazgo, vio en él un ejemplo a seguir por parte de los escritores y periodistas, en el contexto del apoyo a la llamada «buena prensa». A partir de esta designación la Iglesia vio en el periodismo una valiosísima vocación.

Para el beato Juan XXIII el periodista estaba llamado a ser arma veritatis, arma honestitatis y arma caritatis. Lo que requiere una profunda preparación, porque «un periodista no se improvisa». «Reflexionad – les decía en 1960–: el periodista necesita la delicadeza del médico, la facilidad del literato, la perspicacia del jurista, el sentido de responsabilidad del educador (…). Es necesario conocer el modo y las técnicas de la información (…) para que se afine la sensibilidad y se posea el arte de saber escoger, entresacar y revestir las noticias».

Pablo VI, hijo de periodista, les decía en 1963: «Lo mismo que el sacerdote, vosotros estáis al servicio de la verdad; como él, sois para los demás, no para vosotros mismos. Vocación de servicio, con todo lo que lleva consigo de sacrificio, de fecundidad también, de grandeza y de belleza». Al periodista se le pide, decía en 1967, amor y simpatía por el pueblo, «no el amor de su aplauso (que puede envanecer); no el amor de su favor (que puede envilecer), sino el amor de su bien». No en balde, «cuando vosotros, escritores y artistas, sabéis sacar de las vicisitudes humanas, por humildes y tristes que sean, un acento de bondad, súbitamente un rayo de belleza inunda vuestra obra. No se os pide que os convirtáis en moralistas de una tesis fija, sino que se pone confianza en vuestra habilidad de hacer entrever el campo de luz que hay tras el misterio de la vida humana».

En el único discurso a los periodistas de su brevísimo pontificado, Juan Pablo I recordó que no hay comunicación sin comunicabilidad, y no hay comunicabilidad sin empatía. Si la primera es una capacidad a desarrollar, la segunda es un valor a implementar en la vida del periodista.

Para el beato Juan Pablo II este «impulso fuertemente interior, que podríamos llamar vocación», se canaliza en la corriente de un ministerium, de un servicio –como se dice en el argot también de algunas prestaciones periodísticas– constantemente anclado en los criterios de la veracidad, objetividad y claridad» (1983). Ratificado por él, el documento de la Santa Sede «Ética en las comunicaciones sociales» (2000) dice que el periodista está llamado a «clamar contra los falsos dioses e ídolos de nuestro tiempo –el materialismo, el hedonismo, el consumismo, el nacionalismo extremo y otros–, ofreciendo a todos un cuerpo de verdades morales basadas en la dignidad y los derechos humanos, la opción preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes, el amor a los enemigos y el respeto incondicional a toda vida humana». Benedicto XVI, consciente de que «es necesario una info-ética, así como existe la bio-ética en el campo de la medicina y de la investigación científica», proponía en el año 2008 «la búsqueda y la presentación de la verdad sobre el hombre» como «la vocación más alta de la comunicación social», tarea confiada no sólo a los profesionales de la comunicación, sino a todos, «porque en esta época de globalización todos somos usuarios y a la vez operadores de comunicaciones sociales».

Y el Papa Francisco, en su primer discurso ante los medios, apuntó que al periodista se le pide «estudio, sensibilidad y experiencia, como en tantas otras profesiones, pero implica una atención especial respecto a la verdad, la bondad y la belleza». En una conferencia bajo el sugestivo título «Comunicador: ¿quién es tu prójimo?» (2002) ya había explicado Jorge Mario Bergoglio que «así como a nivel ético, aproximarse bien es aproximarse para ayudar y no para lastimar, y a nivel de la verdad, aproximarse bien implica transmitir información veraz, a nivel estético, aproximarse bien es comunicar la integridad de una realidad, de manera armónica y con claridad».

Un legado inmenso, el de los Papas de la «sociedad de la información», que nos recuerda que, como nos enseña San Francisco de Sales, el pan de la verdad, aunque escrita en una arrugada octavilla, merece el mismo beso sagrado que el pan de los pobres.

Manuel María Bru Alonso, sacerdote, periodista y presidente de la Fundación Crónica Blanca.

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