El papel clave de Marruecos en el terreno de la seguridad alimentaria

Hace veinte años, las relaciones entre España y Marruecos vivieron en el islote de Perejil una de sus peores crisis diplomáticas, que a punto estuvo de degenerar en una conflagración militar. Pero los intercambios económicos no sólo no se vieron afectados, sino que aumentaron. España y Marruecos consiguieron aislar sus relaciones económicas y comerciales del complicado entramado de sus relaciones políticas.

La tesis del exministro de Asuntos Exteriores español, Fernando Morán, que defendía crear un colchón de intereses económicos y convertirlos en un medio para amortiguar la conflictividad de las relaciones bilaterales ha sido, por tanto, un gran éxito.

Y lo mismo ha ocurrido durante la última crisis entre ambos países, pues los intercambios económicos han seguido la misma curva ascendente de hace veinte años.

Las relaciones entre ambos países han alcanzado, por tanto, un avanzado estado de madurez.

Y para darse cuenta de ello basta con comparar dichas relaciones con las que España mantiene con Argelia. Al primer estallido de una crisis diplomática (a raíz de la nueva posición española sobre el Sáhara), el Gobierno argelino no sólo ha suspendido el tratado de amistad entre ambos países, sino que ha iniciado acciones hostiles encaminadas a enturbiar sus relaciones económicas.

El estallido de la crisis de Perejil puso de relieve dos evidencias.

La primera es la falta de información sobre Marruecos por parte de amplios sectores de la opinión pública española. Y eso a pesar de la poca distancia que existe entre ambos países.

Con la excepción de algunos políticos y diplomáticos veteranos, muy pocos españoles habrían podido localizar este islote en el mapa. A pesar de ello, en cuanto el Gobierno de José María Aznar denunció los “hechos consumados” de Marruecos, toda la prensa y la opinión pública empezaron a pretender al unísono que dicho islote era español y que Marruecos había incurrido en una violación grosera del derecho internacional y de la soberanía nacional.

Lo cual nos lleva a la segunda evidencia que la crisis puso de relieve. La tendencia de la prensa española a dejarse llevar por su recelo atávico hacia Marruecos para propagar un relato en el que se demoniza a este país y se le presenta como un enemigo histórico que nunca respeta sus compromisos con España.

En aquella ocasión, sin hacer un trabajo riguroso ni preguntar a ningún experto en las relaciones entre ambos países sobre el estatus del islote, la prensa española se apresuró a hablar de “invasión” de territorio español y a crear un clima que daba a entender que estaba a punto de estallar una guerra.

Afortunadamente, hubo algunas voces (como las ha habido siempre en España) como la de la difunta María Rosa de Madariaga, que publicó un artículo en el diario El País en el que refutó el relato erróneo y engañoso del Gobierno de José María Aznar, que se disfrazó de O’Donnell y que, al igual que este, quiso dar apariencia de casus belli a un conflicto artificial.

Aquella no fue la única ocasión en la que los políticos y la prensa española pretendieron que el islote pertenece a España. Porque este islote fue ya causa de fricciones entre ambos países a lo largo del siglo XIX. Y como en esta última ocasión, también entonces tanto los políticos como la prensa afirmaron que el islote era español.

Después de haber conseguido ocupar las islas Chafarinas en 1848, España (que hacía décadas que trataba de ocupar Perejil) trató de adueñarse de este islote alegando que este formaba parte de las dependencias de Ceuta cuando este enclave pasó a estar bajo soberanía española en 1640.

Pero sus ambiciones se toparon con Gran Bretaña, que quería también apropiarse del islote para conseguir un mejor control del estrecho de Gibraltar. La prensa española no sólo desempeñó entonces el papel de caja de resonancia del Gobierno, sino que le presionó para que ocupara el islote.

Dichas alegaciones iban no sólo en contra de toda lógica, dada la localización del islote, a sólo nueve kilómetros de la costa marroquí, sino también de la posición que España había mantenido a principios del mismo siglo.

Porque el intento británico de ocupar el islote en 1808, en plena guerra entre el Reino Unido y Francia, llevó al Gobierno español a protestar frente al sultán Moulay Sliman. El Reino Unido acabó por desalojar el islote después de un entendimiento con el Gobierno marroquí.

Este comportamiento, que no deja duda alguna sobre el reconocimiento por parte de España de que el islote pertenece a Marruecos, no fue óbice para que España volviera a las andadas a finales del mismo siglo. Al haber fracasado el pretexto de la proximidad geográfica del islote a Ceuta, España recurrió al derecho de ocupación.

Así que, mientras el sultán Hassan I estaba enfermo, el Gobierno español mandó construir en 1887 un faro en el islote y plantar la bandera española. Esta acción provocó una dura protesta por parte del sultán, que mandó construir un fuerte militar en Perejil y que envió allí un destacamento militar de veinticuatro personas.

Este episodio causó mucho revuelo en la escena política y mediática española. La prensa no se conformó con tachar al Gobierno de “blando” y con criticarlo duramente por haber permitido que los marroquíes derribaran el faro español, sino que afirmó sin tapujos que el islote estaba dentro de los límites que Marruecos había concedido a Ceuta a raíz de la guerra de Tetuán, lo cual era totalmente falso, como demostró el historiador Jerónimo Becker.

Mientras tanto, algunos miembros de las Cortes preguntaron al jefe del Gobierno si el islote era español o no, a lo que este contestó que el islote pertenecía a Marruecos y que el Gobierno había procedido “ligeramente”.

En su libro Marruecos, la acción de España en el norte de África, Tomás García Figueras criticó duramente el paso en falso del Gobierno español enfatizando que “puso de relieve una supina ignorancia en los medios directores de la política española, ya que habíamos enviado esa comisión en la creencia errónea de que la isla nos pertenecía”.

Más de un siglo y dos décadas han transcurrido ya desde el incidente de Perejil. Pero algunos sectores de la prensa española siguen empeñados en demonizar a Marruecos cada vez que hay una fricción entre ambos Gobiernos. Algo que quedó plasmado tanto durante la crisis diplomática del año pasado como después de la decisión del Gobierno de Pedro Sánchez de dar un espaldarazo al plan de autonomía marroquí para el Sáhara occidental.

El denominador común de la cobertura de la prensa española ha sido su propensión a ver en cada acción de Marruecos un intento de “chantajear” a España. Nunca se ponen en tela de juicio las acciones pasadas de España con respecto a Marruecos o el impacto negativo que estas han tenido sobre el devenir del país, sobre su estabilidad o sobre su integridad territorial.

Mientras tanto, parece que la clase política española que se ha alternado en el poder desde el advenimiento de la democracia hace ya más de cuarenta años se está dando cuenta de la importancia de estrechar las relaciones con Marruecos.

La decisión del presidente Pedro Sánchez de apoyar clara y resueltamente la posición marroquí sobre el Sáhara no es más que el resultado lógico de un proceso iniciado en diciembre de 2008 por José Luis Rodríguez Zapatero. Y de ahí la calificación del plan de autonomía como “serio y creíble” y como una “contribución positiva” a la solución del conflicto.

Desde entonces hasta 2020, el Gobierno español ha mantenido la misma posición de neutralidad positiva hacia Marruecos. La última crisis diplomática facilitó un proceso de reflexión del Gobierno español, que asumió la necesidad de adaptar la posición de España a los nuevos cambios estratégicos que han venido produciéndose desde hace un par de años a esta parte. Cambios de los cuales el más importante ha sido el reconocimiento americano de la soberanía marroquí sobre el Sáhara y el papel que Marruecos juega en la agenda política regional e internacional.

Mientras la clase política gubernamental ha asumido el papel primordial que desempeña Marruecos, durante la última crisis sorprendió la firmeza con que Marruecos plantó cara a España. Muchos no acaban de entender cómo un país emergente como Marruecos tiene una influencia y una proyección política tan fuertes como para causar la remodelación del Gobierno y el cese de la entonces ministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya.

La primera explicación tiene que ver con la importancia de Marruecos en el éxito de la política española y europea de seguridad, en temas de inmigración indocumentada, tráfico de drogas o terrorismo.

Durante las dos últimas décadas, las cuestiones de seguridad se han convertido en el foco principal de la política europea en el sur del Mediterráneo. Marruecos, por su estabilidad sin parangón, y por la fiabilidad y la competencia de sus servicios de inteligencia, ha dado muestras de sobra de la importancia de su colaboración a la hora de desbaratar atentados terroristas en toda Europa.

El exministro de Defensa español José Bono lo dejó claro durante la crisis diplomática del año pasado. La proximidad de Marruecos a Europa le convierte en un actor fundamental imprescindible de la política de seguridad europea.

Pero Marruecos no sólo desempeña un papel primordial en la política de seguridad europea, sino también en la política de seguridad mundial. Algo que queda claro con la estrecha cooperación entre Marruecos y EEUU. La firma de un acuerdo militar entre ambos países en noviembre de 2020 no fue una casualidad, sino reflejo de la importancia que Marruecos a la hora de salvaguardar los intereses estratégicos americanos en el norte de África y la África subsahariana. No es casualidad que Marruecos sea uno de tres países africanos considerados como aliados de la OTAN (sin pertenecer a la Alianza).

Tampoco es una casualidad que el expresidente americano Donald Trump reconociera la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Esta decisión refleja el pensamiento del establishment americano sobre dos asuntos fundamentales.

El establecimiento de un Estado al sur de Marruecos no sólo sería inviable, sino que dañaría los intereses estratégicos americanos a corto, medio y largo plazo. Para implementar su agenda en la región, mantener la seguridad y allanar el camino para afianzar su posicionamiento tanto económico como estratégico en África, EEUU necesita contar con un aliado fiable y capaz de salvaguardar la seguridad y la estabilidad en la zona.

Pero lo que es aún más importante es el creciente papel económico que Marruecos desempeña en la África subsahariana, fruto de la estrategia adoptada por el rey Mohamed VI desde hace dos décadas.

La posición estratégica de Marruecos en la encrucijada entre Europa, las Américas y Medio Oriente, los proyectos económicos de gran escala de los últimos años (Tánger Med, Puerto de Nador, puerto de Dakhla, tren de alta velocidad), y su influencia religiosa y cultural en muchos países africanos hacen de Marruecos la puerta de entrada para cualquier potencia deseosa de posicionarse en el continente africano.

En el espacio de dos décadas, y pese a que su economía no es comparable en tamaño a la de España ni tiene un poder de inversión comparable al de las compañías españolas, Marruecos se ha convertido en uno de los mayores inversores en el continente y en el primero en el oeste de África. Esta estrategia le ha permitido a Marruecos convertirse en el eje del corredor de transporte entre Europa y África del oeste.

Este papel cobrará aún más importancia en un futuro cercano con la extensión del tren de alta velocidad hacia Agadir y luego hacia Dakhla, así como con la construcción del gasoducto entre Nigeria y Marruecos.

La importancia de Marruecos en el escenario diplomático mundial será aún mayor en el futuro gracias al papel que está llamado a desempeñar en seguridad alimentaria, tanto a nivel mundial como continental. Marruecos dispone del 70% de las reservas mundiales de fosfatos y es el primer exportador de esta materia primordial para la agricultura. Con el crecimiento de la población mundial durante las próximas décadas, el mundo necesitará más fertilizantes que nunca para asegurar su seguridad alimentaria.

Y donde más se necesita esto es en la África subsahariana, donde Marruecos está llevando a cabo una “diplomacia de los fosfatos” y construyendo factorías de fertilizantes en países tan importantes como Nigeria y Etiopía.

En las próximas décadas, Marruecos será para el mundo, en el terreno alimentario, lo que Arabia Saudí ha sido, en el terreno energético, durante las últimas siete décadas. Los hacedores de opinión y la prensa española deberían tomar nota de todos estos cambios y replantear su enfoque sobre Marruecos.

Samir Bennis es doctor en Relaciones Internacionales y consejero diplomático principal en Washington.

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