El papel de EE.UU. en el éxito chino

Durante más de un siglo, la estrategia de los Estados Unidos en Asia ha buscado un equilibrio de poder estable para impedir el surgimiento de una potencia hegemónica. Sin embargo, según su Estrategia de Seguridad Nacional oficial, los Estados Unidos también se han comprometido a contribuir con “el surgimiento de una China pacífica y próspera que coopere con nosotros para abordar los retos comunes y los intereses mutuos”. Así pues, en cierto sentido la política de los Estados Unidos ha estado en guerra consigo misma.

De hecho, los Estados Unidos han desempeñado un papel destacado en el auge de China. Por ejemplo, en lugar de mantener sanciones comerciales contra China después de la masacre de la Plaza Tiananmen en 1989, los Estados Unidos decidieron integrar a ese país a las instituciones globales. Pero la política exterior de los Estados Unidos ya había adoptado una estrategia favorable a China desde hacía mucho tiempo.

En 1905, el presidente Roosevelt, anfitrión de la conferencia de paz en Portsmouth, New Hampshire, después de la guerra ruso-japonesa, se pronunció a favor de la devolución de Manchuria a la China gobernada por los manchús y de un equilibrio del poder en Asia oriental. La guerra dio como resultado que los Estados Unidos se convirtieran en un participante activo en los asuntos de China.

Después de que los comunistas llegaron al poder en 1949, los Estados Unidos consideraron abiertamente que el comunismo chino era benigno y, por lo tanto, distinto del soviético. Y fue después de que los comunistas reprimieron el movimiento en pro de la democracia en 1989 cuando los Estados Unidos ayudaron a que China se convirtiera en el gigante de las exportaciones que ha acumulado enormes superávits comerciales y ha pasado a ser la principal fuente de flujos de capital hacia los Estados Unidos.

La política estadounidense hacia la China comunista ha atravesado tres etapas. En la primera, los Estados Unidos se acercaron al régimen de Mao Zedong a pesar de la Guerra de Corea, la anexión del Tíbet y las cacerías de brujas, como la Campaña de las Cien Flores. Tras este acercamiento vino un alejamiento en la segunda etapa, cuando la política de los Estados Unidos intentó aislar a China durante la mayor parte de los años sesenta.

La tercera etapa comenzó inmediatamente después de los enfrentamientos militares sino-soviéticos de 1969, cuando los Estados Unidos buscaron activamente explotar la división del mundo comunista alineando a China con su estrategia antisoviética. Aunque China provocó claramente los sangrientos choques fronterizos, los Estados Unidos apoyaron al régimen de Mao. Eso contribuyó a sentar las bases para la “apertura” de China de 1970-1971, ideada por el Consejero de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Henry Kissinger, quien hasta entonces no sabía nada sobre el país.

Desde entonces, los Estados Unidos han aplicado una política consciente de apoyo al crecimiento de China. En efecto, el presidente Jimmy Carter envió un memorándum a varios departamentos del gobierno estadounidense en el que les daba instrucciones de ayudar al crecimiento de China –enfoque que sigue en vigor actualmente, cuando los Estados Unidos buscan protegerse del riesgo de que el poder de China dé lugar a la arrogancia. En efecto, la política estadounidense hacia China no cambió ni siquiera cuando ese país disparó misiles al Estrecho de Taiwán en 1996. Si acaso, los Estados Unidos han ido relajando sus estrechos vínculos con Taiwán y ningún miembro del gabinete ha visitado la isla desde ese incidente.

A la luz de lo anterior, el espectacular éxito económico de China –que incluye el superávit comercial y las reservas extranjeras más grandes del mundo—se debe en gran medida a la política estadounidense a partir de los años setenta. Sin la significativa expansión de las relaciones comerciales y financieras entre los Estados Unidos y China, el crecimiento de este país habría sido mucho más lento y difícil de sostener.

Durante la segunda mitad de la Guerra Fría, los Estados Unidos y China fueron aliados por conveniencia y después quedaron como socios unidos por la interdependencia. Los Estados Unidos dependen del superávit comercial y el ahorro de China para financiar sus desmesurados déficits presupuestarios, mientras que China depende de sus enormes exportaciones a los Estados Unidos para mantener su crecimiento económico y financiar su modernización militar. Al colocar más de dos terceras partes de sus gigantescas reservas extranjeras en activos denominados en dólares, China ha obtenido una importante influencia política.

Por lo tanto, China es muy distinta de los anteriores adversarios de los Estados Unidos. Los intereses estadounidenses están tan estrechamente ligados a los chinos que una política de aislamiento o confrontación no es factible. Incluso en materia de democracia, los Estados Unidos prefieren sermonear a otras dictaduras y no a la mayor autocracia del mundo.

Con todo, también es cierto que a los Estados Unidos les inquieta el objetivo no muy encubierto de China de dominar Asia – un objetivo que va en contra de los intereses comerciales y de seguridad de los Estados Unidos y de la meta más amplia de lograr un equilibrio del poder en Asia. Para contrarrestar el predominio chino, los Estados Unidos han comenzado a crear influencias y formar alianzas compensatorias sin hacer ningún esfuerzo para contener a China.

Para los Estados Unidos, el creciente poder de China ayuda en efecto a justificar sus posiciones militares avanzadas en Asia, a mantener sus actuales aliados en la región y a buscar nuevos socios estratégicos. En efecto, una China cada vez más segura de sí misma ha sido una ventaja diplomática para los Estados Unidos en términos del fortalecimiento y la expansión de sus relaciones de seguridad en Asia.

Esta lección es clara: el surgimiento de unan potencia mundial puede fortalecer el papel e importancia de una potencia en relativa decadencia. Apenas hace una década los Estados Unidos empezaban a sentirse marginados en Asia debido a varios acontecimientos, incluida la “ofensiva carismática” de China. Sin embargo, ahora los Estados Unidos han recuperado su papel central. Corea del Sur ha fortalecido su alianza militar con ellos, Japón ha desistido en su intento de persuadirlos de desplazar su base naval de Okinawa, Singapur les ha permitido tener una presencia naval, Australia les permite despliegues navales y otros, y la India, Vietnam e Indonesia y Filipinas, entre otros, se han acercado también a los Estados Unidos.

Sin embargo, nadie debería hacerse ilusiones sobre la política estadounidense. A pesar del viraje de ese país hacia Asia, éste intenta mantener su enfoque doble: procurar un balance de poder con la ayuda de aliados y socios estratégicos, y al mismo tiempo seguir permitiendo el auge de China.

Brahma Chellaney, autor de ‘Asian juggernaut and water: Asia’s new battleground’. Traducción de Kena Nequiz © Project Syndicate, 2012.

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