El papel de los expertos mediáticos

Sin género de dudas, la ciencia ha estado muy presente desde el inicio de la pandemia. Hace un año nuestra vida cambió por culpa de una entidad biológica, a priori, sumamente peligrosa y transmisible. Las preguntas nos urgían, las respuestas nos acuciaban. Como un remedo de la pasada crisis, donde especialistas y catedráticos en Economía satisfacían dudas y recetaban soluciones, en este último año decenas de expertos, científicos y sanitarios, más o menos vinculados a la microbiología y la epidemiología, aparecieron en nuestras pantallas, en telediarios y en tertulias, dados en hacer lo propio frente esta tremenda crisis.

Pero al igual que lo ocurrido con los expertos económicos, tampoco ahora se han identificado claras voces científicas reconociendo errores propios en la anticipación del embate de esta sorprendente crisis biosanitaria que pocos especialistas científicos preveían que ocurriera.

Esa falta de autocrítica del colectivo, lejos de animar a la prudencia tan característica y propia de la ciencia, espoleó por el contrario múltiples comparecencias de expertos en los medios y redes las más de las veces para bendecir las medidas restrictivas impuestas por las autoridades sanitarias estatales y autonómicas.

La llegada de la vacuna, un éxito innegable de la ciencia aplicada a la industria biotecnológica y cuyos verdaderos protagonistas sí han estado alejados de focos y tertulias, establece un contrapeso positivo extraordinario ante el presunto saldo ligeramente negativo cosechado por la ciencia nacional en su corresponsabilidad alícuota de un dato innegable: el exceso de contagios y el exceso de muertes en nuestro país hasta la llegada de la vacuna. Citamos algunos presuntos errores no corregidos o no matizados por aquellos expertos más presentes.

Sobre la ventilación. Los datos estadísticos de los primeros meses, más el conocimiento clásico y acumulado hasta esa fecha sobre distintos virus respiratorios, apuntaban con claridad a que la transmisión del Covid-19 era respiratoria-aérea y en espacios concurridos cerrados. Las residencias de mayores y centros hospitalarios probaban la potencia de ese vínculo. Incomprensiblemente, apenas hubo, durante meses, voces científicas mediáticas animando a la ventilación o aireación de esos espacios cerrados. Algunos profesionales sí empezamos a informar hace un año que esa medida preventiva e intuitiva era fundamental. La reciente reacción de la ciencia mediática viene por fin a corregir ese error que duraba demasiado.

Sobre la transmisión por superficies o fómites. La ciencia no acertó a restar atención a este vínculo epidemiológico que, tan solo probado en condiciones artificiales, no parecía tener la fuerza que se le suponía. Conceptos biológicos como tegumentos y mucosas no respiratorios, actuando como barreras fisiológicas o partículas virales viables al exterior, no se esgrimieron. Ello aumentó la obsesión por la desinfección de todo tipo de superficies.

Sobre los contagios desde asintomáticos. Esta extendida e incontrovertible creencia dogmática exigía más literatura científica que la avalara definitivamente. Es un error no de apreciación –pues hay asintomáticos que pueden contagiar–, sino error de magnitud. La probabilidad de contagio probado desde asintomáticos, según la OMS (informes 9 julio y 2 diciembre), no sería alta. Esta equivocación ha focalizado la gestión centrándola casi por entero en los individuos y en su comportamiento cotidiano combatiéndolo con baterías de medidas restrictivas en sociabilidad y en movilidad.

Todo ello ha provocado el agridulce resultado de un menor freno de contagios y muertes de lo esperado, y un impacto altísimo en salud emocional, afectiva y salud económica familiar. La mayoría de los expertos mediáticos parecen haberse sumado a la corriente general simplificando la multifactorialidad y complejidad de los fenómenos biológicos de transmisión y de nuestra sociabilidad ancestral, sosteniendo que el virus y sus cepas se transmitía rápida y fácilmente desde cualquier persona y a la mínima oportunidad –aunque, un año después, el 88% de la población siga sin estar contagiada–, generando una alta percepción del riesgo que era, por un lado, necesaria (mantener distancias, evitar aglomeraciones, mascarillas lugares cerrados…) pero, por otro, sobreactuada (mascarillas aire libre, parques cerrados, prohibición abrazos, toques de queda…) y parcial. Aparejando como déficit una percepción del riesgo tristemente baja ante el tándem espacios físicos cerrados y personas con factores de riesgo.

Valga como prueba: los mecanismos preventivos no funcionaban o se diluían en el interior de residencias de mayores y, sobre todo, dentro de domicilios (convivientes, mujeres cuidadoras, ancianos,…) donde los datos de seroconversión (encuesta nacional de seroprevalencia-Ministerio de Sanidad) reflejan que se han dado el mayor porcentaje de contagios.

En definitiva, ha faltado, con los metaestudios en la mano, más y mejor ciencia biológica, psicoconductual y médica, más pedagogía; y ha sobrado trazo grueso y moralina.

Los científicos y expertos mediáticos, salvo contadas excepciones, han perdido la ocasión de profundizar, afinar y ampliar los esclerotizados enfoques preventivos institucionales, y dirigirlos en mayor medida a los espacios físicos de relación cotidianos bien ventilados (domicilios, residencias, aulas, despachos, vehículos, salas espera…) y a la protección de personas con factores de riesgo, lo que a buen seguro hubiera salvado muchas vidas.

Alberto Puig Higuera es biólogo experto en salud ambiental y Sergio A. Fernández Moreno es biólogo experto en prevención de riesgos y bioseguridad.

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