El paro juvenil en España

Con frecuencia circula dentro y fuera de España la idea de que más de la mitad de los jóvenes españoles (de entre 16 y 24 años) está en paro, un “dato” que vendría a ahondar la imagen de crisis profunda de nuestro país. Los medios de comunicación más prestigiosos del mundo informan con alarma de ese desempleo juvenil, contribuyendo así a esa nueva leyenda negra de fracaso español. Sin embargo, la realidad es que sólo el 22% de los jóvenes de entre 16 y 24 años está en paro, es decir, algo más de la quinta parte de los españoles en esas edades, mientras que la gran mayoría están estudiando o trabajando.

¿De dónde procede entonces el dato del 50%? De Eurostat, la agencia estadística europea, que utiliza dos medidas del paro juvenil: una está calculada sobre todos los jóvenes de esas edades (se denomina “ratio” de desempleo y da como resultado ese 22%) y la otra se calcula sobre los jóvenes que forman parte de la población activa, es decir, que están ocupados o buscando trabajo. Con esta segunda fórmula (“tasa” o rate de desempleo), el paro juvenil español es efectivamente del 55%. Esta fórmula tiene sentido entre los adultos, especialmente los hombres, de los que se espera que prácticamente todos trabajen o busquen trabajo hasta la edad de la jubilación. Pero aplicarlo a una edad en que la mayoría de los individuos está todavía formándose altera su sentido, aunque proporcione información. El problema es que Eurostat sólo difunde este segundo dato y no el primero.

Si examinamos los datos de la Encuesta de Población Activa (último trimestre de 2012), el número de jóvenes de entre 16 y 24 años que formaban parte de la población activa era sólo de 1.687.000 personas, frente a 4.113.000 individuos en esas edades. Es decir, sólo el 41% de los jóvenes en ese grupo trabajaba o buscaba trabajo. La gran mayoría de los que no trabaja ni busca trabajo, el 89% de ellos, está estudiando. Les sigue muy lejos el grupo de las mujeres que se dedican en exclusiva a las labores domésticas y finalmente un pequeño grupo de “otros” que equivale a los “ni-ni”, es decir, los que ni estudian ni tienen o buscan ocupación (73.000 personas).

Sin duda no es buena noticia que más de la mitad de los jóvenes de entre 16 y 24 años que buscan empleo no lo encuentren. La mayoría de los parados en estas edades ha trabajado previamente, ocho de cada 10, es decir, su paro es resultado de la destrucción de empleo provocada por la crisis, especialmente en el sector de la construcción en el que muchos de estos jóvenes se emplearon durante los años del boom inmobiliario, abandonando los estudios. Entre estos parados hay también un buen número de inmigrantes que bien se integraron directamente al mercado de trabajo al llegar a España en los años de crecimiento y que ahora han perdido su empleo, bien han llegado a la edad laboral en plena crisis. Su peso demográfico en la población más joven es muy importante: los nacidos en el extranjero representan el 18% de todos los residentes en España de entre 16 y 24 años, según datos del Padrón Municipal (1 de enero de 2012). El paro es sustancialmente mayor entre ellos que entre los autóctonos (28% frente al 21%), y las investigaciones sobre este grupo muestran su débil propensión a seguir estudios más allá de la edad obligatoria, un dato preocupante.

Por otra parte, como señala Luis Garrido,[1] el empleo masivo de los jóvenes de esas edades acabó en España tras la crisis del petróleo de mediados de los 70, cuando la destrucción de empleo industrial que se produjo modificó las estrategias de los propios jóvenes y de sus familias que, a partir de entonces, apostaron por continuar con la educación más allá de la edad obligatoria. La tasa de empleo de los jóvenes varones de entre 16 años y 19 años era en 1964, el primero de la EPA, del 70%, y de más del 80% entre los de 20 a 24 años, algo hoy inimaginable y que correspondía a un país atrasado con abundantes puestos de trabajo que no necesitaban ninguna cualificación. Desde la crisis de mediados de los 70 la tasa de empleo juvenil (es decir, la relación entre el número de ocupados y población total de esa edad) no ha dejado de descender a la vez que aumentaba el de estudiantes, en un proceso de modernización positivo que contribuye a una economía más productiva, en la que cada vez es más difícil encontrar un puesto de trabajo que no requiera alguna cualificación. De hecho, como muestra Luis Garrido, el porcentaje de jóvenes que ni estudia ni trabaja es en esta crisis menor que en la anterior de 1994.

La difusión de esta información alarmista, parcial y por ello sesgada, sobre el paro juvenil no sólo afecta negativamente a la imagen de España en el exterior sino que contribuye internamente y a nivel europeo a dar prioridad a políticas de empleo dirigidas a este grupo, como el reciente programa de la Comisión Europea de apoyo al empleo para jóvenes de hasta 25 años, mientras que en realidad la situación de desempleo es más preocupante en los grupos de edad posterior, entre los 25 y los 34 años, cuando los jóvenes han acabado su formación e inician el período en el que encuentran grandes dificultades para formar una familia propia.

Carmen González Enríquez es investigadora principal de Demografía y Migraciones Internacionales

[1] Luis Garrido Medina (2012), “Para un diagnóstico sobre la formación y el empleo de los jóvenes”, Cuadernos nº 2, Empleo Juvenil, Círculo Cívico de Opinión.

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