Que el partido que gobierna en Estados Unidos gane escaños en la Cámara de Representantes en unas midterms [las elecciones de medio mandato] es algo muy inusual.
Desde la Segunda Guerra Mundial han tenido lugar 19 elecciones de mitad de mandato y el partido del presidente sólo ha ganado escaños en la Cámara en dos de ellas: en 1998 y 2002. Además, sólo ha perdido menos de cinco escaños en una, 1962.
Es decir, el partido de gobierno ha "salvado" estas elecciones un 15,78% de las veces.
Los comicios de 1962, 1998 y 2002 tenían algo en común, lo que el analista Nate Silver denomina "asterisco". En todas esas ocasiones se produjo una circunstancia excepcional, algún tipo de crisis.
El relativo éxito de 1962 y 2002 se atribuyó a la unidad frente a sendas crisis de la seguridad nacional, la crisis de los misiles de Cuba y el atentado terrorista contra las Torres Gemelas de 2001.
En 1998, el hecho de que los demócratas ganaran escaños, a pesar de no conseguir el control del Congreso, se asocia a una respuesta de la opinión pública en contra del manejo que los republicanos hicieron del impeachment contra Bill Clinton por el escándalo de Monica Lewinsky.
La pregunta, reflexionando sobre esto, es evidente. ¿Son suficientes la crisis de la Covid-19, la inflación, la guerra en Ucrania y la tensión diplomática con China por Taiwán como para suponer una circunstancia excepcional que permita a los demócratas no tener un mal resultado en las midterms?
La respuesta, como siempre en estos casos, es que depende. Ahora que vivimos días históricos por encima de nuestras posibilidades, todo parecen circunstancias excepcionales. Saber cuándo, de verdad, se está dando un momentum de ese estilo es casi imposible.
No obstante, la coyuntura no es tan mala para el Partido Demócrata como parece.
A los demócratas se les ve como un dique de contención frente al retroceso democrático que supone Donald Trump. Esa es la gran baza que jugará la actual Administración para luchar contra la abstención.
La anulación por parte del Tribunal Supremo de Roe vs. Wade, que era lo que blindaba del derecho al aborto en el país, ha hecho que muchos ciudadanos estadounidenses se den cuenta de que este tipo de derechos no son inamovibles. En cuanto el Alto Tribunal la anuló, los demócratas comenzaron a ganar terreno en la media general de las encuestas sobre el Congreso, que pregunta a los votantes que a qué partido apoyarían, genéricamente, en unas elecciones.
Lo de Roe vs. Wade nos ha permitido ver cómo está la situación en varios estados. En agosto, en Kansas, triunfó abrumadoramente un referéndum para mantener el derecho al aborto tal y como se recoge en la constitución del estado.
En Minnesota, los republicanos ganaron una elección especial en el primer distrito congresual por solo cuatro puntos porcentuales, cuando en 2020 ganaron por diez.
Y lo mismo en junio en Nebraska, donde ganaron por cinco puntos, cuando en 2020 Trump lo ganó por 15.
Si bien el partido de gobierno lo tiene bastante difícil (y, además, en este caso los demócratas sólo superan la mayoría en cuatro escaños), no está todo perdido. Joe Biden ha dado, en los últimos meses, y muy especialmente en agosto, un gran impulso legislativo al país.
La aprobación de una ley histórica sobre el control de las armas, con los votos a favor de muchos republicanos, el mismo día que el Tribunal Supremo hizo pública una sentencia en la que blindaba el derecho a portar armas en público, pone de manifiesto la necesidad de que la Casa Blanca y el Congreso tengan una agenda legislativa que proteja ese tipo de derechos, en oposición a un Supremo muy conservador.
A eso se le suman otras leyes que ha aprobado la Administración Biden y que marcan agenda para las elecciones. Por ejemplo, su Ley para la Reducción de la Inflación, una norma histórica que incluye 375.000 millones en fondos para luchar contra el cambio climático, aumenta los impuestos a las empresas y amplía las coberturas médicas, o su plan de condonación de préstamos estudiantiles.
Ambas son grandes victorias para Biden, pero sólo quedan dos meses para las elecciones y su gran reto va a ser comunicar su agenda legislativa para que cale en la población en mitad de una mala coyuntura económica, pero que podría empezar a ver la luz. Este último mes, la inflación se ha moderado dos décimas y se ha situado en el 8,3%.
Según el promedio de las encuestas de FiveThirtyEight, la mayoría de la gente prefería a los republicanos en el Congreso hasta el 4 de agosto, día en el que se produjo un cambio de paradigma. A partir de esa fecha, los demócratas empezaron a ganar por una estrechísima ventaja que se ha ido incrementando con el tiempo.
Además, Biden, a pesar de tener una tasa de aprobación muy mala, que alcanzó su pico más bajo el 21 de julio, ha empezado a remontar algo en las encuestas. Ha crecido 4,8 puntos en dos meses, y de estar en el 37,5% el 21 de julio ha pasado estar en el 42,3% el 16 de septiembre.
Esta es una forma de leer los datos. La otra forma es hacerlo de forma comparada con respecto a otros años.
En las elecciones de 2020, en las que los demócratas obtuvieron una mayoría ajustada en la Cámara de Representantes y empataron en el Senado, a fecha del 16 de septiembre llevaban 6,4 puntos porcentuales de ventaja con respecto a los republicanos.
En las de 2018, la ventaja era incluso mayor, 10,9 puntos.
Hoy, en la misma fecha, se llevan 1,5 puntos.
Parece difícil que con ese margen tan estrecho los demócratas puedan mantener la Cámara y, de hecho, lo probable es que la pierdan (un 80% de probabilidades, según FiveThirtyEight). Sin embargo, hemos visto un cambio de tendencia en el último mes.
La agenda legislativa de Biden, la investigación contra Trump por los archivos clasificados, los esfuerzos republicanos por cuestionar el sistema electoral y la amenaza que la actual composición del Tribunal Supremo supone para muchos derechos parecen estar movilizando a la gente.
Estas elecciones se van a leer como un plebiscito de la administración Biden, pero la realidad es que en las midterms también pueden leerse en una clave distinta.
El objetivo del ciudadano en estos comicios es meterle presión al Gobierno para que se ponga las pilas con vistas a la segunda parte de la legislatura. Por eso estas elecciones no son tanto un plebiscito como un punto de partida en la carrera más importante, la que nos llevará a las elecciones de 2024, para las que Biden jugará tres grandes bazas: su posición de fortaleza, al presentarse desde el Gobierno; el impulso de su agenda legislativa; y el miedo a la amenaza que supone Trump para el sistema democrático.
Si los demócratas pierden el 8 de noviembre, sus perspectivas para 2024 se verán limitadas porque sus manos estarán atadas, en muchos sentidos, para imponer su programa. Además, gran parte de la opinión pública leerá la derrota como una falta de confianza de la ciudadanía hacia Biden.
Sin embargo, al igual que nadie creía que Trump podía ganar la reelección en 2020, y estuvo a punto de conseguirlo, ahora nadie espera que los demócratas puedan salvar estas elecciones. Y no es imposible.
Leyre Santos es periodista y analista de política internacional.